La historia comienza con cierto coordinado movimiento de las extremidades inferiores (comúnmente llamado caminar), de nuestro personaje, posiblemente principal, al cuál llamaremos sujeto A para no complicar mucho la trama. Sujeto A acaba de salir de una clase de cálculo por la noche, de esas que te hacen preguntar con cierta rabia interna, ¿por qué rayos no escogí comunicación?, después de cierta utilización del cerebro en el típico racionamiento estúpido sobre la vida, sujeto A llega al lugar por donde, como por arte de magia, aparece a la misma hora un conjunto de maquinaria muy sonora que recibiría el nombre de bus pero que en esta historia se le va a nombrar como sujeto B para no complicar mucho la trama. Después de pocos segundos de estar estático, sujeto A se dispone a mirar a lado y lado de su actual posición corporal, primero lo hace hacia la derecha pues por cierto juego del destino sujeto A sabe que sujeto B pasará por ahí. Luego de cerciorarse de que por la larga superficie de asfalto no hay nada, voltea a su lado izquierdo, sólo por pura curiosidad y observa que por la larga superficie de asfalto, un poco diferente a la del lado derecho, tampoco había nada. No, mentiras, se cercioró con más detenimiento y se encontró con una figura de un personaje al cuál llamaremos sujeto C para no complicar mucho la trama, éste practicaba cierto coordinado movimiento de las extremidades inferiores haciendo que la distancia entre sujeto A y sujeto C, fuera más corta. Al encontrarse a una precisa distancia, sujeto C saca de su bolsillo un pedazo de metal con una forma un poco atemorizante al cual se refería repetidamente como “la lata” acompañado de un gran vocablo de groserías. De repente sujeto C sale moviendo sus extremidades cada vez más rápido sujetando una mochila llena de libros que sujeto A tenía que leer y así poder graduarse años después, aunque dudo mucho que llegue a hacerlo pues no se subió a sujeto B entonces no pudo estudiar para el final en su casa, solo por el capricho de yacer inerte en el asfalto.