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Paula está atrapada. Sus párpados, las únicas puertas por las que puede huir, se han cerrado como telones al final de un espectáculo. Está aquí y allá a la vez: está en el mundo del tacto y los olores, de la simetría y el orden; y, al mismo tiempo, en el mundo formado por los retazos de ese otro mundo. Prisionera entre las rejas de sus propios huesos, maniatada por el subconsciente que le aísla de la realidad y le condena al encierro en el socavón de los sueños.

Tiene que ceder. El cansancio no admite treguas. Poco a poco se aleja de sí misma. De lo que es cuando camina, cuando lee, trabaja o asea la casa. Se distancia de esa mujer de músculos y tendones cubiertos con ropas de colores, para fundirse con la mujer-imagen que le espera cada noche sentada en la meseta del ensueño. Allí se reconoce incorpórea, distinta y, quizá, mucho más ligera.

No sabe a dónde ir. Dos flechas de un rojo clarísimo le señalan una pareja de caminos contrarios. Por un impulso carente de respuestas, se decide al fin por el de la izquierda. Todo lo que ve –semáforos, rascacielos, árboles, vallas, señales de tráfico- se vuelve, entonces, del revés. Y es lógico, piensa, si ha escogido la vía siniestra.

Sigue en línea recta. Luego curva a la izquierda. Continúa un tramo recto. Y después otro giro zurdo. Recta, izquierda, recta. Izquierda, recta, izquierda. Cada vez más veloz, cada vez más ágil. Conforme avanza el sendero que va dejando atrás se evapora y de él solo queda el garabato de un lápiz. Las señales de tráfico, las vallas, los rascacielos, los árboles, los semáforos transitan también a una velocidad de vértigo. Todos los objetos avanzan en dirección contraria a la mujer que, cuando voltea, se da cuenta de que aquello es tan volátil como los senderos que abandona.

Siente el miedo de los dormidos que es más cruel que el de los despiertos, porque en el sueño solo existe una salida. Sospecha que su carrera sin destino aparente le conduce a algo tan extraño, que hasta los árboles huyen en estampida. Sin embargo, no puede detenerse, pues sabe que los que permanecen quietos se convierten en polichinelas del inconsciente.

Observa a su alrededor y comprueba que sin saber cómo ni en qué momento ha ocurrido, el entorno es ahora un dibujo de claroscuros. Paula es lo único en esa ciudad de trazos y borrones que conserva la forma, las tres dimensiones y los colores. Se palpa las manos. Es dura y blanda todavía: ni los huesos ni la carne le han abandonado.

Ha perdido el sentido de orientación. En esa ciudad-bosquejo donde las fronteras son de papel, no hay direcciones certeras. Miles de caminos se abren indiscriminadamente, como una cabellera larga y lisa o un carrete de hilo que se enreda hasta un final incierto. Las lágrimas empiezan fluir de sus ojos y mojada en ellas, aparece la desesperación.

Un niño cruza, de repente, por la acera contraria. La mujer corre hasta él para pedirle ayuda. Logra asirlo del brazo, que también es un esbozo de lápiz. Lo aprieta, pero la extremidad infantil se disuelve y le deja una mancha de grafito en los dedos. Le llena de pavor pensar que con solo rozarlo, podría deshacer por completo a ese muchacho.

Al chiquillo no le impresiona la presencia de Paula ni el hecho de que le ha desaparecido una parte del cuerpo y prosigue su camino. Es un niño de nadie en un país donde todo es nada. Paula le insiste. No puede dejar escapar al único ser humano que parece existir en ese lugar tan ilógico. “¡Háblame!”, le ruega y añade entre sollozos: “¡Dime dónde estoy!”. El pequeño no responde. No puede hacerlo porque no tiene boca. Tampoco tiene nariz ni ojos. Lleva algo en la mano: un manojo de lagartijas que se sacuden con rebeldía, tratando de salir del puño que les aprisiona.

Una estampida de recuerdos invade de improviso la cabeza de Paula: una casa, un jardín, unos niños sin semblante, unas lagartijas en las manos de esos niños, unas risas. Las lágrimas se derraman de nuevo en sus mejillas y en cada gota que cae se vierte la imagen de su hermano,
la casa de la infancia,
las tardes en el patio
cazando lagartijas.

El niño ha desaparecido. Un hombre también sin faz ha surgido de pronto. Como todo lo demás, se dirige hacia algún sitio y, cuando Paula percibe su presencia, gira en la esquina en dirección derecha. “¡Papá!”, grita ella, sin saber lo que dice. El hombre no voltea y sigue andando. Paula es incapaz de alcanzarle. Corre, pero cuando más apura el paso, más se aleja de él. Entiende entonces que si reduce la velocidad, podrá atajarlo o, por lo menos, no le perderá de vista. Derecha, recto, derecha. Recto, derecha, recto. Es la ruta que trazan. Paula se percata que está rehaciendo el sendero, que esas calles ya las transitó cuando aún no habían perdido la forma real. “Parece un laberinto”, susurra entre jadeos.

El individuo cruza una puerta de reja enorme y zigzaguea entre cruces de piedra y pinos. Transita tan rápido que en pocos segundos, se reduce a ser un punto ante la vista de Paula. Un pájaro corta en dos mitades el panorama. Se le caen las alas y las plumas y, en lo que queda del ave, Paula divisa un recuerdo: su madre con ojeras en el rostro, el abrigo negro y el anuncio, amargándole la boca, de que papá se había ido al cielo. Detrás de esta evocación llega otra. La misma Paula, pero con veinte años menos, un trajecito azul y la primera tristeza apretándole el pecho, espera sentada en una silla sin saber qué espera, mientras su padre duerme –“¿no se había marchado al cielo?”- dentro una caja de madera en el centro del salón, rodeado por gente sin cara, llantos, letanías y uno, dos, tres, cuatro candelabros.

Paula se aleja. Del cementerio y de la memoria. No quiere recordar. Ansía salir de la escena de este teatro trazado por algún dramaturgo perverso. Regresa hasta la gran puerta de rejas. “¡Que no se desvanezca hasta que yo haya salido!”

El hierro del portón ha adquirido un tono blancuzco. A diferencia de los demás objetos, no se ha transformado en trazo de pluma. Paula se atreve a tocarlo. “¡Son huesos!”, exclama e instintivamente se retira y retoma el camino hacia las cruces y los pinos. A la distancia se percata que la puerta es ahora una gran caja torácica. Las rejas se han transformado en costillas que se cierran en un enorme esternón. El miedo le empuja a correr. No soporta lo que está ocurriendo. Arroyos de sangre le cortan el paso. Un gran corazón resuena desde lejos como un bombo y las calles, que antes lucían como cabellos revueltos, se enredan esta vez en un entramado de venas y nervios.

Humores y toda clase de flujos corporales se derraman por doquier. Paula intenta sortearlos corriendo con toda la fuerza que sus piernas le permiten. “Derecha, recto, izquierda”. Piensa que burlando las rutas que le trajeron hasta aquí, podrá liberarse de este absurdo.

La nueva senda le conduce hasta una cueva húmeda y rojiza. Una serpiente escarlata le acecha cuando se acerca. Paula grita y su voz rebota en las paredes de la caverna hilando un ¡Despierta!. Una luz débil llega desde lejos. Paula se aproxima y cuanto más se acerca, más intenso es el resplandor. Lo que ve ahora es distinto: la lámpara que le dio la abuela como regalo de bodas, el puzzle de arcángeles que armó su marido y lo colocó en la pared; el armario modular, el acuario, los peces, la cama, sus manos. Todo en el sitio que le corresponde. Todo y ella misma de vuelta al mundo del tacto y los olores, de la simetría y el orden.

Texto agregado el 27-09-2006, y leído por 214 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
08-12-2006 Luego de leer vi un comentario que vinculaba tu texto a las imágenes de Dalí. No hay error, sentí la misma sensación. De excelente factura. aukisa
11-10-2006 vaya pedazo de texto!!!! enhorabuena! Soy_Naixem
04-10-2006 Magnífico, glorioso, tocante... Me faltan adjetivos y me sobran emociones para comentarte. Iwan-al-Tarsh
27-09-2006 ¡¡Que viaje Pau!! Esto es demasiado para mis pobres sentidos, demasiando para mi leve imaginación.... esto es canto a la belleza hecha sentimiento y dolor. Eres genial mujer... no sé que haces aquí, deberías ya ser parte de un cuadro de Dalí, donde esa niña Paula fuera un ave inmortal y asible. Un abrazo enorme. Thais
 
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