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Inicio / Cuenteros Locales / la_cruel_risa_de_dios / El sueño de la asesina

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La oscuridad que dejaba la persiana al bajar la rodeaba, en una habitación de espanto, recuerdos y soledad.
Contemplaba cada uno de lo óvalos de luz dibujados en la pared por la incompletitud de la persiana.
Del otro lado, el mundo, la noche atemorizante, llena de ruidos que le llevan a uno, solo si se deja, de la paranoia directo a la locura. La noche era de los bichos y las personas que buscaban morir.
Ella sabía lo que pasaría, pero nada le haría moverse de cama o soltar esa frazada que le protegía insuficientemente.
Algo afuera se movía, los óvalos de luz en la pared se apagaban en secuencias que no podían significar otra cosa que una figura humana en el patio. Una figura desconocida y atemorizante, una figura que podría salvarle de lo que más necesitaba.
Todo se volvió oscuro cuando, sin aviso, un gato maulló de tal modo que ella podría haber jurado que había hablado. La oscuridad total se derrumbó cuando su frazada cayó sobre sus piernas en medio de un espasmo en su pecho.
“Papá”, había sido el maullido de un gato pero había dicho papá, tan claro como ella hablaba, como ella pensaba, había dicho papá, no quedaba ninguna duda de ello.
Por debajo de la puerta se veían las luces multicolores que provenían del televisor en el comedor, que atravesaban el pasillo, subían por las escaleras, y le avisaban el tiempo que restaba.
Luces que claramente le espiaban por debajo de la puerta, o intentaban mostrarle las imágenes de las que provenían.
Todavía faltaban algunos minutos para que todo sucediese, podía, en un sentido de relidad existencialista, escapar con la imagen que oscurecía los óvalos de la pared.
Pero no podía, no en su realidad, no ella, había aprendido a tener miedo, y luego nada más, porque del miedo poco se aprende.
Esperaría allí, en parte, porque era la única forma que tenía de hacerse responsable y en parte porque era la única posibilidad de sentir ya.
De pronto (si no ocurriera todas las noches) los gritos detrás de la puerta cerrada, atrancada con puros miedos.
Los gritos, cada vez mas enardecidos, atentaban contra la integridad de la puerta, los oídos, y la misma estructura del todo, que era ella, tirada en la cama, otra vez con su escudo tejido.
Cuando los ojos se le licuaban vio a la vieja abrir la puerta y reventarla contra la pared como si quisiera hacerla mil pedazos.
Los ojos de la vieja inyectados de sangre, la furia, que le movía el brazo de un lado para el otro, que volvía una cueva a la garganta por donde salían volando las crueldades más grandes, que siempre eran verdades, que no quieren ser escuchadas.
Aferrada a su frazada se veía de pronto llena de sangre, su frazada, su camisón raso y rojo, sangre, en sus manos y en su cara.
Sangre que sus abundantes lágrimas no podrían lavar jamás, sangre seca, sangre de un tiempo atrás.
Aquella vieja ya puta, que no quería aceptar su propia muerte, aquella vieja ya puta, desde la puerta, gritando, con esos ademanes horrorosos, hechos con unos brazos que parecían poder desprenderse del cuerpo solo para hacer de los ademanes algo aún más bestial y volver luego a su lugar.
Detrás de la vieja, desde los huecos que dejaba entre la puerta y su enorme cuerpo, llegaba a verse otra pieza, con su cama, oscura y con los mismos óvalos de luz dibujados en las paredes y el piso.
Y en el medio de esa habitación había un niño, aún en sus pañales, de espalda, riéndose a carcajadas y ocultando algo en sus pequeñas manos.
De repente no podía dejar de mirar al niño, y la vieja no paraba de gritar. Tiró la frazada con la mayor lentitud posible, dejaba un escudo por el asco que le producía la sangre en él.
Se tomó la cabeza entre sus manos y logró respirar un poco mejor.
El niño se daba vuelta, y descubría un arma que sostenía con sus diminutas manos. Sus carcajadas podían oírse más fuertes que los gritos de la vieja sin que ninguna de las dos realidades pudiese tomar mayor importancia que la otra.
Ella, desde su cama, cerró los ojos y apretó los párpados como si pudiera romper toda la escena con ello. Pero la escena seguiría allí, y la seguiría viendo, pues todo pasaba de los párpados hacia adentro.
El niño reía y bailaba, divertido como quién sabe algo más sobre la situación que el resto de la gente, con el arma entre ambas manos.
De pronto todo había cambiado, la vieja había callado y esperando una respuesta que no obtendría.
El niño había dejado de bailar y en su carcajada había puesto el cañón de su arma.
Ya no podía soportar más desde la cama, estiró su mano para detener al niño pero vio a la vieja en la puerta y se detuvo.
El niño disparó y ella sintió que su garganta había explotado, y que seguía llorando desde un poco más debajo de su boca abierta y muda.
Pero ninguna bala había salido del arma, y el niño seguía riendo, ahora y tal vez desde el principio, de ella, con una voz adulta que la intrigó justo antes de caer en el absoluto horror.
Destrozada, desde la cama, intentaba mantener sus partes conexas y todo parecía repetirse desde unos instantes anteriores, la vieja gritaba, el niño bailaba, y ella repleta de sangre, en una cama que parecía ser la butaca de un cine, una película de terror.
De pronto, luego de que ella casi perdiese el conocimiento, que todo hubiese sucedido varias veces el niño dejó de reír y seriamente apuntó a la vieja, se tomó un tiempo para asegurar el disparo y apretó el gatillo con una de sus manos enteras.
Directo a la cabeza fue el disparo y la vieja se desplomó sobre el piso en un charco de sangre invisible, pero que sin duda estaba allí.
El niño, que volvió a reír unos segundos después de haberse desplomado la vieja, intentó acercarse a la cama y parecía ofrecerle el arma a quién lo había creado pero todo se desvanecía en la nada, todo se desvanecía entre las luces que entraban por la persiana, todo era nada desde un principio.

Texto agregado el 02-10-2006, y leído por 79 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
02-10-2006 Parece la narraciòn de una pesadilla ya que toma giros onìricos y surrealistas. Bien! doctora
 
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