Y sucede que una tarde un vendedor de libros te regala una rosa, que un político de avanzada edad pidió tu voz y salió a la calle, y sucede —cosa extraña— que sales a la acera de enfrente y miras el mundo y su reconfortante monotonía, que cínico suspiras aliviado y das la vuelta a la hoja, subes el volumen y te acomodas —espalda plana— en tu viejo sillón. (Afuera el mundo sigue y gira)

Lees el diario —pagina primera, articulo de más impacto— “Hombres tristes atacan el mundo”, das vuelta a tu cabeza, te preguntas ¿adonde iremos?, no lo sabes, te respondes asombrado, sueltas el cigarro y das un sorbo a tu café —café con leche como receto el doctor— alivias los pulmones y piensas; el suave verde de la tierra, la hipoteca se venció, el mar azul del insondable dios, la potencia sexual disminuye con los años, en la fuerza del amarrillo que se dibuja en los alegres ojos de los niños.
Cierras los ojos —subes dos o tres escalones—

Ella te llama en el fondo con su voz desnuda y sus nalgas opacas, los hijos se distraen (que no aprenden) en la escuela, te acabas el café y apagas el cigarro, “hombres tristes atacan el mundo”, escuchas su voz (opaca también a fuerza de silencios) con un eco húmedo acaricia tus oídos, te recita muy quedo... (algunas palabras que archivara la memoria)
La alcanzas en el fondo, besas su boca y tiemblas, el amarrillo de los niños, el azul de dios, el verde de la vida . (tu vientre se tambalea)
Y sucede de pronto —cosa extraña— que acaricias su cuerpo y te pones a llorar...

15 julio 2001