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Es una locura recordar ahora los campos escarchados que se extendían detrás de la fábrica. También el cementerio y sus bocas de nichos adornados con tallos pelados sin insectos. Pero algo hay que subsiste: los inviernos junto a Martín. Inviernos que durante varios años consecutivos acostumbramos a observar desde lo alto del muro. Era ese, me parece, un gesto rapaz, curioso e impredecible. Supongo que no es de extrañar entonces que relacione discretamente en mi interior la adolescencia con la época de las heladas.

El último invierno, unas semanas antes de Navidad, Martín y yo volvimos a subirnos a la tapia, desde donde a pesar de la hora aún podían verse las tierras de cultivo extendiéndose en diagonal por la meseta. Martín dijo algo acerca de la suave perfección de las lomas y yo lo corroboré recapitulando a modo anecdótico un elemento más: la forma abombada y elíptica de la fábrica de cobre en el extremo más cercano de la llanura, como un ojo de dragón junto a nosotros. También el camposanto sobresalía en el terreno colindante. Curiosamente había adquirido la costumbre, extrañísima por otra parte, de contar en mis ratos perros los panteones y los ramos, sin embargo no aquella vez. No sé, me resultó fea la suma y ahora pienso que en su omisión hubo algún tipo de clarividencia infantil.
_ Hace frío _ dije y Martín se echó a reír. A mí me parece que tenía ganas de burlarse de algo tan evidente. Enseguida se le marcaron los hoyuelos de las mejillas y por un segundo no me importó sentir la filtración del aire cuarteándome a través de la ropa, ni me importaron las ganas terribles de sujetarme el pecho.
Volvimos a centrarnos en los perfiles nacarados, fantasmales algunos entre el celaje, y en ese quebrar de invierno silencioso, donde aún había espacio para los ecos de las campanas o el de los silbidos. También para lo que parecían ser nombres diseminados entre las callejas a nuestras espaldas.
_ Lo que ocurre es que eres una chica. Las chicas sois más débiles _ sentenció, cuando ya casi me había olvidado del frío y atendía al modo en que él dejaba bailotear la correa del reloj, como un péndulo viejo.
Le miré y volví a descubrir aquellos agujeros tan característicos.
_ Qué tendrá que ver. Mi padre usa calzoncillos largos y que yo sepa tiene más pelos que mi madre.
_ Tu madre usa bragas altas.
_ La tuya faja. Eso es peor.
_ Sí, es verdad, pero sigues siendo tú quien dijo que hacía frío.
La tierra delante de nosotros se volvió oscura. Ya no se diferenciaban tan bien los terrenos ocres de los parduscos, y ni por asomo habríamos distinguido la batida de los conejos en busca de las raíces más tiernas, aprovechando la caída de la tarde. Sencillamente la vía de paso se extinguió como suelen extinguirse los esbozos en la cabeza antes de dormir.
_ El médico dice que tengo cáncer _ se pronunció Martín, otra vez, pero con la misma voz, sin ningún tipo de connotación dramática en el tono que me trasladara a un final.
Absurdamente, cruelmente, me quedé mirando los hilillos áureos de las dos luminarias encajadas en la entrada principal del cementerio.
_ Joder…_ dije, y como si aquello pudiera resumirlo todo, arrastré la mano hasta la correa de su reloj, haciéndola bailar aunque con mucha menos gracia que él. Estoy casi segura de que Martín habría considerado cualquier otra respuesta como un engorro o una muestra incómoda. Quién sabe.
Se giró con una expresión brillantísima y retomó el hilo de los campos y de los cultivos.
_ Este invierno los gorgojos no tienen nada que hacer.
_ Nada.

Seguimos todavía un rato sobre la tapia, ensimismados en las nubecillas blancas que nos salían de la boca, y sólo descendimos cuando la helada se apresuró a compactar la serranía y a cebarse en las plantas de los pies.
_ ¡Qué grande eres! _ declaré sin refrenar el grito mientras subíamos por una de las calles, de camino a casa. Porque ya entonces supe que todo habría de subsistir en un gesto desesperadamente rapaz: la tierra, la fábrica, las tumbas, los empedrados resbaladizos en invierno y Martín en lo alto del muro.

Texto agregado el 15-12-2006, y leído por 914 visitantes. (21 votos)


Lectores Opinan
24-04-2009 No sé cómo o en dónde me reconzco un poco al leerte, sin duda que tu belleza se filtra en el momento que tecleas. No abandones tu impulso. Patt pezdemonio
05-04-2007 Si preguntas como es que he caído aquí, en tu cuento, y justo en este, donde el personaje se llama Martín por quién sabe que, te diría que no lo sé. Me dieron ganas de leerte. O solamente no quería tomar cerveza y escribir o leer a Kafka o soñar despierto. Estoy pensando en mi nombre. Que Martín tiene algo de delicado encima del lomo. No se bien por qué. Vamos a tu cuento: siempre digo que no recuerdo bien como escribe gente que no he leído en mucho tiempo. Por eso uno se sorprende. Eso pasa con cualquier cosa. O uno se defrauda o se sorprende. Acá me sorprendí. Por el tono, por cierto no lugar común, por tus descripciones Larana. Tenés un lindo pulso narrativo. Vos misma tenes algo en vos, por que siempre esa belleza se cuela en todo lo que uno hace. Me gusta mucho como empieza el relato, también noté ciertas cositas como medias trabadas, pero son insignificantes. Escribís muy bien. Manejas muy bien ciertos aspectos, como el caso de la tierra volviéndose negra antes de esas palabras de Martín. Eso lo sabés. Solo te lo repito. ¿Sabes? Me gustaría haber impreso este relato, para leerlo como se debe, no a través de esta bendita computadora que no deja tocar letras, o arrugar el papel, o marcar cosas con biromes. Tengo ganas de leerte otras cosas. El diálogo sobre el frío, esa pequeñez tan pequeña que le da aire a esto. Estoy pensando y pensé en dos cositas: una eso de los ratos perros, que me hizo acordar a las horas negras de Capote, esas horas que aprietan el pescuezo, y el funcionamiento de la memoria, las imágenes, como una cosa se graba con otra, y te basta recordar a Martín para recordar la fábrica o el cementerio. Que se io. Me gusto mucho che. Te mando besotes, jugadora de billar!!!! Abin_sur
29-03-2007 Es un gran texto, delicado y precioso. La forma de terminarlo me ha gustado mucho eslavida
13-03-2007 Porque todo habría de subsistir -interpreto que en el recuerdo- voto para que no se considere locura el acto de recordar campos escrachados, muros que ofician de miradores ni cardinales visiones del camposanto. °°°°° Melisacampos
07-03-2007 Bueno, perece que domines muchos registros, ritmos distintos y en todos sutileza. Muy armónioso tu texto, he sido como un requiem de Mozart. Un beso de un onanista_por_palabras
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