Él esta sólo. Todo a su alrededor ha caído. Ya no queda nada, nada por lo que se pueda suspirar, nada por lo que se pueda anhelar, y menos aún, nada ya se puede esperar. Las esperanzas se han vuelto nulas como la sombra sobre ese paraje infernal.
Él simplemente sonríe, sabe muy dentro de sí que así es como quería que pasara. Alza la vista y lo único que alcanza a divisar es muerte, desesperanza, olvido. Una rosa a la mitad de aquel infernal desierto se levanta cual rojo misterio de amor. Él no lo cree, no cree que ente tanta crudeza exista todavía algo en pie.
Decide acercarse, ver más de cerca aquel prodigio. Juraría que es un sueño, un bello sueño, porque lo que sus ojos muestran como realidad es algo totalmente imposible. Se queda frente a ella. Es la más hermosa que haya visto en su vida; la toma entre sus manos y respira el fresco aroma que de ella se expide. Es el más delicioso aroma que en su vida había apreciado.
Mas su corazón no se ablandó, pues en un exhalar, llenó de odio aquella flor roja. Poco a poco fue penetrando en aquel prodigio, fue pudriendo sus entrañas, y tuvo una metamorfosis. Sus pétalos se hicieron negros como los sentimientos de aquel hombre...
Una lágrima corre por su mejilla. Se da cuenta de que ya no hay oportunidad, de que no es posible el cambio y peor aún, el fue quien desvaneció sus propios anhelos.
Tenía en sus manos el poder de elegir el bien, o de elegir el oscuro destino que ahora en sus brazos lo tiene. Ya no tenía razón para dejar todo como estaba, su amada había perecido y la vida no le importaba.
Tuvo en sus manos el poder, pero el poder era nulo si su amada no estaba a su lado. Ahora, por haber escogido un camino tétrico y lleno de muerte y miserias, un castigo celestial (que mas bien podría ser llamado infernal) lo ha dejado ser él, quien en su soledad, se castigue y reclame por todos los males que a causado, y él sabe bien, nunca terminará aquel castigo. Porque apenas ha comenzado.