Cuando el sueño te vence, cuando los párpados pesan más que el alma, cuando todo pierde sus contornos y se va esfumando rápidamente, cuando ya nada importa… te duermes.

Instantes antes piensas qué será esto que me sucede, dónde me estoy metiendo que mi conciencia no me va a acompañar. Puede ser que pases por esto desde hace veinte, treinta, cuarenta, o tal vez más años, pero siempre es como si fuera la primera vez. Cuando finalmente sucede, no estás, pierdes tu presencia activa, y sólo cuando vuelves a abrir tus ojos has descendido nuevamente aquí, donde estabas al partir. Todo pasó sin que pudieras registrarlo, la transición de un mundo al otro se concretó una vez más, pero tú no pudiste grabarla. “Lo peor ya pasó”, piensas, “nuevamente puedo expresarme en el mundo real”, pero ¿qué sucedió mientras no estabas?, ¿dónde estuviste?, tan sólo quedan algunos recuerdos harapientos en forma de sueños. Una y otra vez tratas de repasar tu ausencia y los recuerdos te confunden más de lo que te ayudan.

Finalmente decides que tu incursión por el mundo de la “irrealidad” es real, pero no puede ser demostrado. ¿Qué otra posibilidad tienes que volver a entrar por esa puerta todas las noches?, momento en el que el sueño comenzará a vencerte, a cerrarte los párpados, a demostrarte que todo lo que hiciste durante el día y lo que te preocupa de mañana no tiene la más mínima importancia, ahí es justo cuando comienza a desfigurarte la realidad para poder entrar en el mundo de la “irrealidad”.