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El estruendoso sonido de la alarma despertadora hizo que la amargada abriese sus aburridos ojos, poblados por aquellas lagañas mañaneras, que reposaban en unas prominentes bolsas oscuras. La habitación era gris, gris como el cielo nublado qué ese mismo día se alzaba sobre los edificios, y sobre los techos de las casas que reinaban en aquel barrio, plagados de aves y antenas parabólicas. El alma de la amargada también era gris, sus facciones esqueléticas no aparentaban su verdadera edad, invisible y confusa. Se levantó de su cama, miró a su alrededor, viendo sobre aquel mueble los recuerdos de una vida distinta, quizás no tan amarga ni gris como la de ahora. Las imágenes de aquel mueble mostraban un mundo distinto, en donde la gente solía sonreír, solía vivir la vida y disfrutar cada minuto, cada segundo de las instancias que llenaban los días. Esos eran los mensajes que transmitían aquellas fotos, que reposaban sobre ese polvoriento y ancestral mueble. Cada vez los miraba con mayor desprecio, sentía que no era necesario sonreír - No son más que banalidades, la risa abunda en la boca de los tontos - pensaba ella. Salió de su habitación hacia la tétrica sala de estar, siguió el sendero que lo conducía al patio, quería verificar el crecimiento de sus aburridas plantas. Al llegar al aire libre, sintió el constante griterío de los niños, quienes gozaban de un inocente juego de pelota. Al percatarse de aquello, la amargada se precipitó hacía los infantes, les arrebató el balón y los echó despiadadamente del lugar. Ya no volverían a molestar esas mugrientas e incompetentes criaturas. – Ya no puedo vivir mi vida con absoluta tranquilidad – Vociferaba la amargada, mientras el sonido de su voz se mezclaba con los insultos y los llantos de aquellos niños. Empapados en lágrimas, las víctimas fueron a refugiarse a sus casas o a las rodillas de sus madres, quienes vieron con horror aquel espectáculo. Lo que menos quería aquella vieja, era que la felicidad de las fotos se hiciera realidad, tal y como lo concretaban esas almas con su absurdo juego. Vio con un poco de satisfacción el rostro de sus estupefactos espectadores, sin más preámbulos, les levantó el dedo central de su arrugada mano, y con ese despreciable ademán les dio la espalda y volvió a su hogar. La habitación estaba sucia, trató de limpiar, mas no pudo con aquellas imágenes que la vigilaban, que miraban enfocando sus sonrisas de oreja a oreja, los rostros que tan coloridos se veían, aquella niña feliz que abundaba en todos los recuerdos, no hacían más que exasperar a la anciana. El desprecio fue grande, más que en ninguna otra ocasión, pensó seriamente en deshacerse de todos esos pertrechos, incinerarlos y borrarlos de su vista para siempre. Sería un gran alivio poder empeñar aquella labor, pero era inútil. Cada vez que la amargada pensaba en borrarlos, se retractaba instantáneamente, como si fuese una idea prohibida, como si hubiese un temor de por medio. Aquella sensación no tenía ninguna explicación, las consecuencias eran desconocidas, sólo la intuición servía de referencias para no romper los recuerdos. Indignada volvió a salir, se acomodó en los roñosos sillones de su sala de estar, estuvo estática durante algunas horas, no quiso moverse de ahí, no tenía grandes cosas qué hacer. No tenía amigos. La amargada era un naufrago dentro de ese núcleo abierto a muchas posibilidades, era la isla más distante e inhóspita dentro del archipiélago social.
La posibilidad de remar hacía las otras islas era descartada, y se quedó sentada, las horas pasaban, el cielo se ennegrecía y preparaba la llegada de la noche.
Repentinamente, ocurrió lo indeseado, aquella visita que ella no quería recibir, apareció como el ángel Gabriel en los aposentos de María. Era él, todos los días se aparecía en el hogar tras haber abierto abruptamente la puerta. La amargada muy frustrada lo vio, miró el rostro de aquel hombre, su cara inexpresiva le devolvía esa mirada inicial con tono de interrogante. Iba vestido como siempre, su atuendo blanco llegaba a encandilar. Una chaqueta blanca, camisa blanca, corbata blanca, pantalones blancos, zapatos blancos, mas la amargada no se sorprendía con su llegada, lo había hecho desde la génesis de su memoria. La rutina habitual del Señor era dirigirse a ese mueble donde todas las fotos del pasado reposaban, y desde un lugar desconocido, el Señor agregaba una más a la colección. De sus bolsillos sacó una imagen, en donde se repetía la presencia de esa intrigante niña, esa niña desconocida que gozaba de alegría al estar cerca de sus seres más queridos. En la nueva foto aparecía ella junto con una mujer y un hombre adultos – De seguro son los padres – Detrás se lograba divisar una gran casa, con un hermoso jardín bañado en coloridas flores. Habiendo terminado su misión, el Señor se acercó a la amargada, con intención de explicarle algo serio. La ansiedad de la anciana fue grande, puesto que nunca en sus visitas, él le había dirigido la palabra. Sólo cumplía con la misión que “alguien” le había encomendado, cumplía esa tediosa rutina todos los días de la semana. Ella no recuerda desde cuando empezó todo esto, pues ha sido con tanta frecuencia, que lo incorporó como algo absolutamente normal. Normal, hasta ahora, porque algo iba ocurrir, ella lo presentía. Se acercó el Señor, le susurró al oído algunas palabras – Ésta es la última, mañana te vendré a buscar – Habiendo terminado su mensaje, le dirigió una sonrisa, con mezcla de simpatía e ironía. La amargada quedó estupefacta, sus ojos se agrandaron como platos – Qué quería decir con eso, dios mío – se preguntaba con gran inquietud mientras veía como aquel hombre abandonaba su casa, con absoluta lentitud. Le desesperó pensar que tenía que decirle algo, mas no se atrevería nunca a dirigirle la palabra, sentía que no era conveniente, algo malo iba a pasar si la catalogaban de insolente, como si de un ser muy superior se tratase. Con un gran esfuerzo, le dirigió un tímido ¿Por qué?, suficiente como para que él se diera cuenta de qué le estaban hablando. Se volteó y dijo – Tranquila – volvió a reproducir su irritable sonrisa, esta vez un poco más cargada a la simpatía. Despareció de la vista de la anciana, se sumergió en la avenida que bordeaba su hogar, ella seguía mirándolo, sin entender esa breve respuesta, buscando el sentido subliminal a esa palabra. – ¿Por qué debo hacerlo? – La tranquilidad se usa a veces en momentos peligrosos, momentos en donde se arriesga la vida y esa “tranquilidad” es el único refugio para los miedos. Ella temía someterse a ese peligro, volvió a entrar a su casa, ya era de noche.
Se preparó para dormir, con el miedo a que el mañana llegase, se acostó en su cama, se revolcó en las sábanas tratando de conseguir el codiciado sueño que no encontraba. Abría y cerraba los ojos, y cada vez que los abría, ahí estaban ellos, mirando con sus alegres sonrisas la faz preocupada de la anciana. Consideró esas caras, como algo sumamente burlesco, el desprecio aumentó, y cuando pensó en hacer algo, se había quedado dormida sin darse cuenta. La noche siguió su ciclo, hasta que ningún alma vagara por las calles, hasta que más de algún vecino pensó en la idea de abrir la botella de champaña y gozar esas horas en donde la amargada no estaba conciente para hacer sus crueldades.
El estruendoso sonido de la alarma despertadora hizo que la amargada abriese sus aburridos ojos, poblados por aquellas lagañas mañaneras, que reposaban en unas prominentes bolsas oscuras. La habitación era gris, gris como el cielo nublado qué ese mismo día se alzaba sobre los edificios, y sobre los techos de las casas que reinaban en aquel barrio, plagados de aves y antenas parabólicas. La primera observación de la amargada, fue el hecho de no escuchar los insoportables ruidos de esos niños, y ya no pudo disfrutar del alarido que emitían al echarlos del lugar en donde se divertían. Se sorprendió al ver las calles desiertas, ningún alma a la vista. Ante dicha situación la amargada sintió una sensación extraña, una sensación desagradable que agrandaba sus miedos, el monstruo de la soledad se asomó en el rincón más periférico de su percepción. Era necesario tener a la vista a las felices almas que siempre odió, y que siempre envidió, aunque dentro de sí jamás lo admitió. La única proyección de ese ambiente era el que reproducían aquellas fotos, esas que aún se establecían en el mueble de su habitación, reposando a la espera de su destrucción. Las miró con detenimiento, esta vez no las veía con el desprecio de siempre, sino con cierto tipo extraño de ternura, que sólo era capaz de ser provocada por la urgencia. Recordó repentinamente las palabras del señor el día de ayer, probablemente esta secuencia de fenómenos tenga alguna relación con su mensaje. Una serie de ideas fugaces, semejantes a esa, fueron invadiendo su mente, ya no dejaban de molestarle. Ese cosquilleo psíquico fue constante e insoportable, en consecuencia, la amargada sintió el deseo de huir de esa amenaza fantasma, no tenía donde ir, pero con seguridad tenía que salir de ahí, sin importar su futuro. Ya cuando llegó a la puerta principal, no pudo evitar el choque, cuando levantó la mirada para ver con quien había chocado, ahí estaba él, con su cara inexpresiva y su radiante ropa. Esta vez venía con una caja de fósforos para una misión determinada, desconocida ante los ojos de la anciana. Se acercó a la habitación, miró las fotos, e inmediatamente después les prendió fuego con uno de los fósforos. Los recuerdos ardieron en llamas, hasta convertirse en insignificantes e irreconocibles pedazos de ceniza. No tuvo palabras la espantada mujer, ante semejante acto, miró con extremada confusión el rostro de ese hombre, el cual le respondió esa mirada – Vine por ti – dijo él. Tomó de la mano a la anciana y juntos se unieron al humo que desprendía el incendio, ella no resistió, estaba paralizada, buscando explicaciones. Desaparecieron como ninjas....


Abrió sus ojos, vio el rostro de sus padres, vio la alegría que tenían ellos al verla, sin explicarse el por qué de tanta felicidad. Miró a su alrededor, miró la habitación del hospital, las paredes grises, el zumbido de los monitores, los extraños tubos conectados a su cuerpo, el doctor sonriente con su brillante bata blanca. Volvió a ver a sus padres, con la misma alegría de esas fotos sobre el viejo mueble. La niña de las fotos resucitó después de tantos años.

Texto agregado el 17-02-2007, y leído por 283 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
05-03-2007 Es muy bueno, limpio, pulcro podria decirse. Una narrativa sencilla que te lleva de la mano hasta el final. Te felicito._____ Si. dalecaspa
21-02-2007 Excelente texto que contiene todos los ingredientes necesarios para atrapar al lector. Por un momento, al leerte, he olvidado mis dudas politicas personales y he descansado. Cinco estrellas. kamasultra
21-02-2007 los recuerdos, son perte de nosotros mismos, losllebamos en la cabeza, en la memoria, en la piel y dia con dia nos van penetrando hasta llegar a los huesos, es por ello que los recuerdos sean buenos, amargos, grises o color de rosa, todos son como tatuajes que llebaremos en los huesos toda la vida. Me encanto tu texto, como describes tan bien los momentos fisicos y los tiempos, exelente texto te felicito... saludos y besitos a la distancia Jenn... Jenn
20-02-2007 Muy bueno esta bien llevado.El tiempo que nada lo detiene solo se sujete con las remenbranza y el rescatar el abono que alimente el espiritu es siempre una fortuna.El retener lo amargo solo nos permite frustrar esta maravillosa existencia!!***** terref
19-02-2007 Excelente texto... la vida te quita la vida te da... muy bueno ***** Debbie
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