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…”Todo este tiempo vivido me sirve de
ejemplo para no volver a caer”…
( Fragmento de la canción Pasos al Costado, de Turf)

Dedicado a mi gran amigo Diego, este cuento que le debía

25 de agosto del 2012. Ocho treinta de la noche. Como todos los martes desde hacía dos años, el joven Gastón Bríos se encontraba a la hora exacta en la puerta de aquel edificio de la calle San Martín al 1563; a la espera de ser atendido. A falta de un portero, el mismo Dr. Andrés D. Maurano se encargaba de bajar desde su consultorio a abrirle a su paciente.
_ ¿Cómo estás, viejo amigo?_ le preguntó el Dr. mientras le hacía señas para que cruzara el umbral de la puerta.
_ Aún sufriendo_ le respondió tristemente Gastón.
El Dr. Maurano era licensiado en psicología desde hacia dos años. Casualmente su primer “paciente” (mucho antes de recibirse) había sido quien se encontraba en ese momento ante sus ojos.
El problema que los reunía todos los martes a la misma hora, era muy bien conocido por ambos. Habían cursado la secundaria juntos y estrechado una muy buena relación, tan es así que Gastón había depositado en Andrés su confianza, las alegrías, los temores y todo lo que le generaba en él la situación, tan feliz como a la vez tan dolorosa, que había vivido. A cambio, Gastón había recibido del Dr. Maurano apoyo incondicional y todo tipo de consejos para que el joven tomara cartas en el asunto. Lamentablemente, Gastón era muy tímido y cerrado.
Como había comentado anteriormente, ambos conocían perfectamente el problema que los reunía, pues este había tenido lugar durante el último año de cursado del colegio. Y como ocurre frecuentemente en la vida de un hombre, ese problema había sido una mujer. Una mujer, la que en un principio no lo atraía, pero que con el pasar del tiempo lo terminó conquistando profundamente. Una mujer a la que nunca se le animó de confesarle todo lo que sentía por ella, a pesar de que la joven le había demostrado numerosas veces su afecto hacia él y sus pretensiones de ser más que amigos. Eso era justamente lo que más había traumado y traumaba a Gastón: el haber tenido a sus pies a la mujer que realmente amaba y no haber hecho nada por ella. Había dejado pasar incontables oportunidades que ella le ofrecía, tan evidentes para todos, pero que no alcanzaban para “desbloquear” a Gastón.
El tiempo pasaba y el joven continuaba “durmiendo”. Era como si se encontrara profundamente dormido sobre el asiento de una estación de trenes, mientras que uno de ellos, conducido por ella, provocaba todo el ruido que podía para despertarlo de su sueño, sin obtener resultado. Cuando despertó, en parte gracias a la ayuda de su amigo y actual psicólogo quien siempre lo había inducido a “moverse”; el tren ya se había ido.
La joven, de nombre Luna, se había marchado a EEUU, en donde trabajaría y aprendería bien el idioma. Sería por un año, pero este lapso se extendió por mucho más. En todo ese tiempo, Gastón no tenía noticias de ella y se hundía cada vez más en la más sombría depresión por no haberle confesado nunca cuanto la quería.
El Dr. Maurano, en las sesiones, le brindaba su apoyo e intentaba levantarle el decaído ánimo al joven. Además le advertía que los errores que había cometido no los debía volver a cometer, así como también tenía que aprender a vencer sus miedos. “La revancha ya va a llegar” le decía constantemente.
Y fue así. Un día, Gastón recibió un mail de ella diciéndole que volvía al país, que quería verlo. Le adjuntaba el lugar, día y la hora. Habían pasado seis años desde la última vez en que la había visto.
Gastón sabía muy bien lo que tenía que hacer, sabía que no podía volver a cometer los mismos errores.
La noche del 24 de noviembre (casualmente en una noche como esa, seis años atrás, en la fiesta de egresados, Gastón había dejado pasar su mayor oportunidad: ella lo había abrazado profundamente esperando algo de él, pero sin lograr nada) se quitó la pesada mochila que había cargado durante esos seis años. Había vencido sus miedos y se sentía realmente feliz.
Gastón comprendió esa noche además, el valor de la amistad. En todo ese tiempo de sufrimiento una sola persona lo había apoyado y ayudado a liberarse: su amigo Andrés. Ese amigo que le enseñó que con esfuerzo uno consigue lo que busca, que el perdedor es aquel que se queda quieto y no se juega por lo que quiere, y no aquel que lo intenta a pesar de que el resultado no sea el deseado. Ese amigo le enseñó a vencer sus miedos y temores y librarse de su pesada carga y a la vez a él mismo. Ese amigo le mostró que siempre hay revancha y que nunca es tarde para ser feliz.
25 de agosto del 2013. Ocho treinta de la noche. Gastón esperaba en la puerta de aquel edificio de la calle San Martín al 1563; a la espera de ser atendido por su amigo. Este abrió la puerta y Gastón le entregó un sobre (posiblemente una invitación por las características del mismo). Durante unos segundos cruzaron miradas cómplices. Andrés sabía que era lo que contenía el sobre y se llenó de alegría. Mientras ambos sonreían, la joven que acompañaba a Gastón le explicaba, hablando un inglés muy fluido, a un extranjero, como llegar al Teatro Municipal.

Texto agregado el 22-02-2007, y leído por 201 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-02-2007 me gustan los finales felices, es la pura verdad! por eso me gusto mucho esta historia 5* BESOS
22-02-2007 muy bonito, algo falta, pero me gusta mucho!! beso!!... Maggie_Lee
 
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