Tenía en frente aquel rostro con las huellas del tiempo que avanza incesante y va dejando rastros del sufrimiento, del dolor, de mil y mil historias de amor, de desamor, de injusticias, de promesas no cumplidas, de cartas que nadie recibió, de un grito sordo que clama ayuda, del sabor de la soledad, del miedo en las noches, del desconsuelo en la mañana, de una tarde sin descanso, del desprecio recibido.
Esa mirada dura, sin asomo de sentir. Una mirada que no quiere vivir, que se esconde tras sus propios pecados, que disimula su dolor, su fustración, su karma, su demonio, su maldad, su angel, lo poco que le queda de bondad.
Su alma se quiebra sin amor, sin comprensión. El amor que nunca pudo dar.
Esa mirada que asusta y en el fondo solo pide a Dios descanso. Ese rostro lo asusto, le heló la sangre. Pero mayor fué su dolor, su miedo cuando comprendió que ese era el reflejo de su rostro en el espejo. |