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El ángel Caído


El ángel Ramón llegó tarde después de su visita a mundo de los hombres. Pero esto poco le preocupaba, pues Ramón era ángel desde hacia muchísimos años y le gustaba impresionar a las criaturas del cielo con sus historias de ángel guardián. Cuando llegaba el momento de rendir cuentas, este comenzaba con la frase de siempre: “Que feas están las cosas allá abajo”

A partir de ese momento, todas la criaturas, grandes y pequeñas, escuchaban con atención los hechos que el ángel narraba sobre cada tragedia. No omitía ningún detalle, con dotes de gran cuentista, comenzaba desde la niñez de algún infortunado hasta sus últimas horas en aquel mundo empobrecido. Lo que no sabían en el cielo era que él guardaba un secreto: ya estaba cansado de ver como el mundo se consumía bajo el miedo y la mentira. Para él la solución era muy sencilla, que él y los demás ángeles pudiesen regir la vida de los mortales. De ahí que él contara sus historias con pasión, pero con mucha exageración.

“El Mundo podría haber sido mejor” dijo un buen día a sus hermanos celestiales. Y sin pensar que sus palabras fuesen profanas exclamó: “La humanidad pudo haber sido mejor si los viejos elohim no hubiesen inventado la ley de la autodeterminación. Ahora somos nosotros los que tenemos que llevar esta pesada carga de cuidar ese mundo de locos. Yo desearía que me dieran cinco días, sólo cinco, y todos verán como se hace un mundo perfecto”. Estas últimas palabras, las dijo con las franqueza de un niño, pero lo único que lograron conseguir fue que algunos en el cielo dudaran de la ley universal y que otros, enardecidos, censuraran las palabras del ángel Ramón, quien avergonzado buscó refugio en la tierra....

Cuando el ángel despertó de su sueño, no tuvo a quien contar sus historias, Por más que lo intentó, sus gritos no se escuchaban. Parecía que viento estaba ausente y una pesadilla comenzaba al final de la noche. En la tierra de los humanos, el hambre recorría los valles, el aire se hacia irrespirable y los muertos se contaban por millares; los pocos sobrevivientes alzaban su mirada hacia el cielo ignorantes del conflicto entre los ángeles.

En la octava noche de dolor, todos pudieron descansar; el orden se había restaurado. Todos en el cielo, lo escucharon de viva voz, desde lo más remoto del lugar secreto: “Como es arriba en el cielo, también lo es abajo en la tierra”.

Sentado sobre una piedra, el ángel Ramón celebró el canto de los pájaros; su corazón palpitaba serenamente y después de mucho meditar, cerró los ojos y recordó al bosque como siempre, con su gente y sus animales. Al abrir los ojos, sonrió y comprendió que era un ángel caído.

Texto agregado el 22-02-2004, y leído por 285 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
17-08-2004 excelente! unkel
22-02-2004 Muy lindo, muy lindo. anemona
22-02-2004 Me ha gustado un montón. Felicidades. Mis copas. rodrigo
22-02-2004 Muy bonito!! moniquita
22-02-2004 preciosa historia, me encantó. barrasus
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