Cesó el sonido de su reloj
una lágrima su carmín quemó;
rojo, pasión y miedo,
fue la mezcla de su error.

Una sombra en la pared
rastreaba aquel olor,
el grito del deseo
el suspiro del dolor.

Envueltas por el frío
las mentiras agonizan,
él se acerca cauteloso,
los amantes se escondían.

Bajo sedas punzantes,
y fragancias de agua dulce,
ondas fijas, líneas curvas
bailan un compás perdido.

Por su mente revoltosas
las ideas se confunden,
el reflejo de aquel filo
era el sello del futuro.

La llave de la verdad
abre la puerta al destino,
al otro lado del umbral,
se respira el delito.





















Súplicas inservibles,
palabras que se deshacen,
murmullos que oscurecen
la amarga tensión que sentía.

La gacela atrapó a la presa,
el cachorro había vencido,
la manada que ajena dormía
mientras la hembra allí moría.

Los pétalos se caían
tocando notas de cristal,
la luz tenue de las velas
se apagaba dando un final.

Y como esta obra sin autor,
como una mirada sin destino,
aquella historia terminaba
sin traidor ni vencido.