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“Al tañir de las campanas”


Doce veces sonaron las campanas de la iglesia en la noche de los difuntos. Oí entre sueños las vibraciones de las campanas, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrí los ojos. Su sonido monótono y etéreo* trajo a mi mente una leyenda que había oído hacía tiempo. Sin poder conciliar el sueño decidí escribir ese relato. Las palabras llegaban tan claras que hubiera jurado que las escuchaba una vez más de boca de ese anciano.

Se dice que en la noche del día de muertos no se debe pasear por aquel cementerio, la verdadera razón muy pocas personas la recuerdan así que se ha creado una leyenda.
Se dice que ese día una joven dejo escapar a las gallinas y como castigo fue enviada al campo santo, donde debía permanecer hasta la media noche. Era una noche fría, una de esas noches en la que el viento es helado y despoja a todo ser viviente del calor. La joven entró y se quedo de pie frente a la puerta del cementerio. Cuando ya faltaban minutos para la media noche y el fin de su castigo, escuchó un ruido.
Creía haber oído pronunciar su nombre, lejos, muy lejos, por una voz ahogada y doliente. El viento gemía trayendo consigo una y otra vez las mismas palabras. Los pocos árboles del lugar se doblaban formando sombras y sus hojas acompañaban al viento en su canto sepulcral. La luna, esférica esa noche, alumbraba mostrando las blancas lápidas, tapando con su resplandor a las estrellas. La joven se dejó llevar por el canto un poco más adentro y más adentro hasta que la puerta estaba ya a la distancia. Y escuchó a lo lejos su nombre y el sonido de los cascos de un caballo. La muchacha asustada intentó volver a la salida del panteón. Mientras corría las campanas de la iglesia comenzaron a sonar, parecían un coro triste y moribundo que ayudaba al viento. Una, dos, tres campanadas y la muchacha ya era presa del pánico. Oía cada vez más claro el sonido de la voz y de los cascos. La onceava campanada y un grito retumbó en la oscuridad. Cuando la última nota sonó la noche volvió a estar en paz, aunque el viento siguió cantando con voz doliente.

Cuando llegaron por la joven, no la hallaron. Por más que la buscaron no pudieron dar con ella. Lo único que quedaba era un lazo de color azul que le había pertenecido. Éste ondeaba con el viento, siguiendo la marcha de su murmullo. Colgaba de la espada de un hombre en piedra sobre su caballo. En el pueblo se rumora que la estatua raptó a la joven aunque nadie lo sabe con seguridad.

Por ello se dice que en la noche de todos los muertos nadie debe pasear por el cementerio, a menos que se quieran encontrar con una voz de nereida que acompaña al viento. La voz de aquella joven desaparecida y el tañir de las campanas será probablemente lo último que oirán.

Esa leyenda la escuché hace mucho en uno de mis numerosos viajes. No sé porque la he escrito hasta esta noche. Probablemente, el gemido del viento contra los cristales me la haya traído a la memoria. Puede ser, también, que al ser hoy el día de los difuntos crea yo escuchar el grito de la joven alzarse en la noche seguido de la doceava campanada.

Diferente a todo lo que escrito. Tuve que corregirlo varias veces porque era una tarea escolar pero se que no es perfecto espero sus sugerencias para mejorar.

Texto agregado el 25-02-2004, y leído por 344 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-02-2004 Me parece muy bueno yoria
 
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