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HILOS Y CORDELES


Claudio era un chico muy tímido, moreno y de profundos ojos negros.
Era nuevo en un bonito y tranquilo pueblo donde ya todos tenían su mundo hecho, sus amistades, sus amores, sus costumbres, sus quehaceres, etc…
No quería quedarse sólo y arrinconado, así que desde el primer día comenzó a fijarse con atención el funcionamiento de todo a su alrededor. Tanto su vista como sus oídos no paraban de recibir información que asimilaba y memorizaba mentalmente. Quién hablaba con quién, qué hacía cada cual, como vestía…
En una semana ya sabía con quien le gustaría relacionarse, quienes podrían ser sus amigos, con quienes no creía ser compatible. También tuvo tiempo de fijarse en una chica, lE pareció la criatura más hermosa de la tierra. Su atractivo era diferente, él no se fijaba sólo en su apariencia externa, lo que le fascinaba de ella era su porte, su manera de ser, sus movimientos, cómo trataba a todos por igual, su cabello largo y moreno, y sobre todo, sus ojos negros poseedores de una mirada tan limpia y profunda que cuando los dirigía hacia alguien parecía que le viese hasta por dentro. Todo en ella le parecía fascinante y no se cansaba de mirarla.
Pensaba constantemente en con qué excusa o pretexto se le podría acercar. No quería ser como todos los demás, que cuando quieren algo son tan directos Y repetitivos. No, él quería tener un buen motivo y empezó a pensar en ello.
No se le ocurría nada ¿Qué le podría interesar a una persona tan especial como aquella? Recordó una conversación que tuvo hace ya algún tiempo con su abuelo, persona a la que quería mucho, pero a la que ya no podría ver más. El tiempo tiene eso, no perdona a nadie:

- Abuelo ¿Cómo se puede definir la amistad?
- Hijo, la amistad es como un cordel invisible y en cada extremo hay una persona.
Lo mejor es que lo sostengan los dos con la misma intensidad pues si de un extremo se coge más fuerte que del otro, uno puede quedarse con el cordel en su mano y el otro extremo sin ninguna que lo sujete.
- Entiendo. Si uno es mucho más amigo del otro, que el otro del uno, se pierde la magia de la amistad y a la larga ésta desaparece, y como el cordel es invisible…
- Veo que lo has entendido perfectamente.
- Abuelo y... ¿Cómo se puede definir el amor?
- Hijo, eso aun es más complicado que la amistad, pues en el amor influyen muchas cosas, por ejemplo la suerte Y las circunstancias. No es que en la amistad no influyan, pero tiene otra ponderación en el amor. Creo que también se podría definir como un cordel invisible, pero éste, en el centro del mismo tendría un nudo y la mano de cada individuo que no cogiese el cordel, tendría que tener un trébol de cuatro hojas.
- Entonces, a los individuos enamorados no les quedan manos libres.
- Hijo, recuerda que estamos hablando de cordeles invisibles. Tienen las manos libres para hacer lo que quieran, crean, o deban.
- Entiendo abuelo.
- Lo sé hijo, lo sé, eres un excelente aprendiz de ser humano.
- Abuelo y ¿La muerte?
- Hijo, nuestra alma está sujeta por unos hilos invisibles a un cuerpo que está pegado al suelo. Cuando mueres, esos hilos se han soltado del cuerpo y vuelas, invisible y como un globo hinchado, a buscar el lugar donde te corresponde estar.
- Viéndolo así, abuelo, la muerte no es tan mala.
- La muerte no es mala, es triste, pero no por la muerte en sí, sino por las personas que dejas.
- Cada vez que me hago más mayor, abuelo, el tiempo me pasa más rápido.
- Es que el tiempo no tiene la misma medida para todo. No es el mismo tiempo una hora sin hacer nada, que se puede hacer muy larga, a una hora haciendo algo que te guste hacer. No es lo mismo una hora para un individuo que no tiene pasado, por ser muy joven que para otro que ya casi no tiene futuro pues ya casi ha consumido todo su tiempo. En mi caso, quien controla el tiempo creo que se ha puesto unas alas, pues se me pasa volando.
- Qué cosas tienes abuelo, me has hecho imaginar a cada persona de este mundo con un reloj invisible revoloteando alrededor suyo, y a ti con el tuyo volando alrededor a la vez que moviendo sus alitas blancas para que la segundera vaya más rápido de lo que tendría que ir.
- Ja, ja, ja, buena imaginación tienes hijo, ya verás que dentro de algún tiempo recordarás esta conversación, aunque entonces no me podrás dar la razón, mi tiempo habrá terminado.
- No digas eso, que veo que a tu reloj aún le queda mucha cuerda.

Se dirigió al bosque decidido a encontrar alcornoques. De ellos cogió sólo el corcho indispensable para poder llevar a cabo la idea que le había proporcionado aquella conversación. Después le llevó su tiempo encontrar cuatro tréboles de cuatro hojas.
Ya en el pueblo compró un trozo de cordel y un tubo de pegamento. Al llegar a su casa, empezó a hacer cuatro cajitas. Con el corcho y el pegamento unió todos los extremos menos el de encima, en éste se apoyaría la tapa de cada caja.
Puso un trozo de cordel en tres de ellas, en la otra también puso un trozo de cordel, pero éste, en el centro tenía un nudo. En cada caja depositó un trébol de cuatro hojas, una moneda de plata y un papel en el que ponía: Te deseo salud, suerte, que no te falte de nada, y deseo tu amistad. En la cuarta, además ponía: Y tu amor.
No firmó ninguna de las notas.
Al llegar la noche metió las cajitas en una bolsa, cogió una linterna y se dispuso a concluir su plan.
Primero enterró una en el jardín de la casa de Juan, más tarde en el de Pedro, luego en el de Román y finalmente, la cajita que portaba el cordel con el nudo lo enterró en el jardín de la casa de Sara.

Esa noche durmió placidamente tanto por lo cansado como por haber acabado con lo que se había propuesto hacer.

Claudio no contaba con una cosa. Cuando fue a enterrar la cajita a casa de Juan, éste no estaba dormido por lo que le llamó la atención una luz que merodeaba por el jardín de su casa. A escondidas vigiló lo que hacía Claudio. Más tarde le siguió a casa de Pedro, de Román y de Sara.
Al llegar Juan a su casa, desenterró la caja y creyó entender a medias lo que pretendía Claudio.

Al día siguiente, Juan comentó a sus amigos lo acontecido la noche anterior, eso hizo que los cuatro prestaran especial atención a los movimientos de Claudio.

A los dos días, decidieron reunirse para hacer algo al respecto pues aunque habían estado pendientes de sus movimientos, Claudio no había movido ficha.

- Si quiere nuestra amistad ¿Por qué no se acerca a nosotros? – Preguntó Pedro.
- Es muy tímido, al menos eso creo.- Dijo Sara.
- Entonces ¿Somos nosotros los que tenemos que hacer algo? Pero si él desconoce que nosotros sabemos que ha enterrado algo en nuestro jardines… ¿Qué espera? ¿Un milagro?
- Pedro, quizás cree en el milagro de la Navidad, y es su forma de pedir que suceda algo.- Comentó Sara.
- ¿En qué mundo vive?
- En el mismo que nosotros, pero él está solo.- Contestó ella.
- Se me ha ocurrido algo, acercaros- Dijo Román.

El día de Navidad Claudio se despertó temprano. No tenía que ir a trabajar por lo que podría quedarse más tiempo en la cama, miró distraídamente por la ventana y…

Salió en pijama al jardín. No era posible que un árbol hubiese crecido de un día para otro, por muy pequeño que fuese el árbol, y menos, que diese un fruto en forma de caja de corcho.
La estuvo observando durante un momento, era idéntica a las que había fabricado él, pero esa no era ninguna de ellas. La abrió y se sorprendió al ver que contenía cuatro tréboles de cuatro hojas, cuatro monedas de plata, tres trozos lisos de cordel y otro que en el centro tenía un nudo. En la nota ponía:

¿A qué esperas para acercarte a nosotros? Estamos deseando conocerte.
No estaba firmada.

Se metió en su casa, se lavó, se vistió, y salió corriendo en dirección a la casa de Juan, que era la que le quedaba más cerca. Vio que en el jardín de éste había un árbol igual que el del jardín de su casa, preguntó por Juan y le dijeron que no estaba.
Se fue entonces a casa de Pedro y el resultado fue el mismo. Salió hacia la casa de Román sabiendo que no le encontraría y finalmente se encaminó andando hacia la casa de Sara intentando asimilar lo que estaba pasando.

Pensó en que su abuelo tenía razón. Miró al cielo, después se imaginó su reloj invisible volando a su alrededor y en esas estaba cuando llegó al jardín de la casa de Sara.

Los cuatro le estaban esperando.

Pensó: Te quiero abuelo y ¿Sabes? Hoy he aprendido que el mundo no es mágico, pero que podemos hacer que casi lo sea.
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Quiero dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ

Texto agregado el 21-04-2007, y leído por 140 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-09-2007 si pues...bello texto de insuperable lección de vida... luzyalegria
15-05-2007 Un cuento de esos que nos hacen soñar. Es mágico, esos nudos llenos de mensajes, la actitud y la importancia de las cosas vista con ojos de niño. Una conmovedora historia que has sabido hilar a la perfección. Te felicito. ***** Claraluz
 
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