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Inicio / Cuenteros Locales / guvoertodechi / Amores prohibidos socavan el Reino del Río de la Plata (1600-1800)

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El comienzo de esta saga en la que se combinan el amor y la política, lo privado y lo público y que, además, involucra a varias generaciones de españoles y criollos residentes en Sudamérica, podría fecharse el 25 de enero de 1646 cuando Jacinto de Lariz y Villodas, Caballero de la Orden de Santiago y Maestre de Campo del Rey, asumió la Gobernación del Río de la Plata.



Por entonces, Buenos Aires era un villorrio ribereño con fondeadero naval de apenas 4.000 habitantes que oficiaba de capital del distrito colonial que comprendía el actual territorio de la República Argentina, Uruguay y Río Grande do Sul. Lariz, creador del escudo de armas de la ciudad (una imagen alegórica que, con algunas estilizaciones posteriores, continúa siendo el símbolo oficial), pasó a la historia por las virulentas querellas que mantuvo con el clero y la burocracia ibérica, que le valieron tres excomuniones de parte del obispo diocesano y el destierro a perpetuidad decretado por el Consejo de Indias al cabo de su tormentoso mandato. A Jacinto de Lariz, la Historia lo recuerda como “el gobernador loco”. Haya tenido o no méritos para ser sancionado con tanta dureza y ser calificado tan despectivamente, lo cierto es que su conducta “puertas adentro” mientras fue funcionario de gobierno dejó mucho que desear, al menos con relación a los parámetros morales de la incipiente comunidad porteña de la época, donde primaba la mojigatería, la mentalidad aldeana y el escarnio de aquellas conductas que osaran desviarse del estricto código vigente.



En efecto, el mentado gobernador, no obstante revistar en una orden militar y religiosa de tradicional prestigio en la Península que exigía de sus miembros el máximo decoro en las cuestiones mundanas, no tuvo ningún empacho en convivir durante años en abierto estado de barraganería con una mujer que le dio varios descendientes, todos “naturales” por cierto. Se rumoreaba, incluso, que él también había sido hijo ilegítimo, censurable condición filial que, de haberse hecho pública con anterioridad, habría constituido una dificultad importante para ingresar a la benemérita orden, una complicación para obtener el grado militar que ostentaba y, consecuentemente, un impedimento insalvable para acceder a la gobernación rioplatense, considerado territorio marginal del Reino del Perú que, un siglo y medio después, sería declarado virreinato. Es probable, además, que tales “trapitos al sol” – la pareja en situación de pecado y su oscuro origen personal- hayan sido ventilados cuando el funcionario real cayó en desgracia, dado que, como ocurría con frecuencia en aquel ambiente pacato, presumido y represivo, la hipocresía funcionaba afiatadamente cuando había que disimular desarreglos cometidos en la vida privada siempre y cuando éstos no trascendieran al ámbito público y se convirtieran en escándalo.



· ¿De tal palo…?

Desmintiendo la mala fama precedente, la nieta de don Jacinto se casó “como Dios manda” con Cristóbal de Rendón, prominente vecino de Buenos Aires. La vida de los cónyuges, Cristóbal y María, transcurría de manera apacible y ordenada, de acuerdo a los elementales y rigurosos cánones morales en vigor. De repente, a ella se le cruzó en el camino Alonso Juan de Valdéz Inclán, a la sazón gobernador y capitán general del Río de la Plata. Respetado por su gran coraje, don Alonso Valdéz Inclán fue quien expulsó a los portugueses de la Colonia del Sacramento (hoy R.O. del Uruguay) en 1705. La exitosa acción militar le valió, por parte del rey Felipe V, el nombramiento en la gobernación.



Es probable que la impronta genética de su antepasado –el gobernador amancebado y “loco”- haya ejercido alguna influencia en la conducta de María de Lariz. Lo cierto es que, sea por herencia o por calentura, la hasta entonces pundonorosa señora de Rendon se convirtió en un santiamén en amante del valiente capitán. Según testimonios de la época, Valdéz Inclán, reputado de ser “hombre de pocas pulgas”, hostigó de tal modo al marido cornudo que, finalmente, el pobre Cristóbal se mandó a mudar a Córdoba, rompiendo de hecho el indisoluble lazo marital que en su momento la Iglesia había consagrado para siempre. Poco después, abochornado por haber sido violentamente desplazado del tálamo legítimo, el esposo murió de pena en su forzado refugio mediterráneo.



En Buenos Aires, una vez concluido el mandato oficial, el prepotente militar fue sometido a juicio de residencia como lo exigía la norma imperante. Allí salió a la luz la promiscua convivencia que mantenía con María, la esposa infiel, por lo cual el funcionario fue condenado a la pena de destierro a muchas leguas de Buenos Aires. Para eludir el castigo, don Valdéz Inclán contrajo formales nupcias con su querida concubina, la viuda de Rendón. Por su parte, el difunto marido, como cristiano respetuoso de las leyes que había sido en vida, antes de morir dejó su testamento debidamente formalizado. Pero, hete aquí que -quizás por venganza- en el documento notarial no incluyó a la hija que nació nueve meses después de que el agresivo rival regresara de la triunfal campaña militar en la orilla de enfrente. Así, el esposo desairado dio a entender que él no había intervenido en la concepción de dicha criatura.



Si bien la desheredada, María Teresa Rendón, litigando consiguió de parte de la justicia recuperar el apellido y la correspondiente hijuela hereditaria, la duda acerca de quién fue su verdadero padre habría de perdurar durante los años venideros. Es más, tiempo después y de un modo indirecto, se confirmó la sospecha de su bastardía cuando se publicaron las memorias de Juan Manuel de Lavarden (1754-1809), destacado poeta y dramaturgo, autor de “Siripo”, la primera obra de teatro argentina. En efecto, Lavarden, quien por vía materna era familiar de los Aldao Rendón, declaró en su autobiografía –seguramente, para presumir con ancestros tan encumbrados- que él era “descendiente de Lariz y Valdéz Inclán, gobernadores de estas provincias.”



María Teresa contrajo enlace con Jacinto Aldao según el ritual tradicional normado por la liturgia católica, única manera de legitimar el sacramento matrimonial durante el período colonial. Concibió, parió, crió y educó a los hijos que le envió Dios en la devoción a la Santísima Trinidad y la Virgen María encuadrando su existencia en la obediente sumisión a la religión verdadera. Llevó una vida previsible y rutinaria siguiendo usos y costumbres epocales y, por lo tanto, no dio motivo alguno que alimentara habladurías, ni ella ni su respetabilísima familia cristiana, hasta que explotó el escándalo que tendría por protagonista a su propia hija.



· Se ha formado una pareja

Con 17 años recién cumplidos, Francisca Aldao y Rendón se había agarrado un virulento metejón con un capitán de dragones, Carlos Jacinto Ortiz de Rozas. El muchacho, muy buen mozo (rubio, de cachetes rosados y ojos azules), era sobrino de Domingo Ortiz de Rozas, un personaje público de primer orden que gobernó las provincias del sur, la Capitanía de Chile y también ejerció la presidencia de la Real Audiencia. Ambos, tío y sobrino, fueron antepasados directos de Juan Manuel, el “Restaurador de las Leyes”, que dio mucho de qué hablar en los pagos bonaerenses (y en buena parte del hemisferio) 130 años después.



“Panchita” y Carlos, devorados por el ardiente fuego de una pasión incontenible, se encontraban noche a noche en la casa de uno o del otro a la hora en que sus respectivas familias se habían retirado a descansar. Los jóvenes enamorados vivían a pocas cuadras de distancia, en un radio próximo a la Plaza Mayor (hoy Plaza de Mayo) donde se ubicaban las residencias de la gente de pro.



Las citas furtivas habrían pasado desapercibidas si no hubiera sido porque una madrugada en la que la muchacha regresaba al hogar paterno, apurada por meterse en la cama antes de que la despertara su madre con el desayuno, se encontró con que habían cerrado con llave la puerta de acceso, quedando ella “encerrada” del lado de afuera, es decir, en la calle. Este aciago imprevisto puso en evidencia la estrategia amatoria entablada por la pareja, viéndose la muchacha compelida a blanquear ante sus progenitores la relación erótica clandestina que mantenía con el joven Carlos Jacinto.



Cuando se hizo pública la trapisonda pasional malograda (nunca se aclaró si fue por azar o por alguna delación), se generó la consabida ola de rumores malintencionados entre el vecindario. De todos modos, la cuestión no hubiera pasado a mayores si el varón, responsable de desflorar a la distinguida niña y de comprometer su buen nombre y honor (y el de toda su familia, según la moral predominante a mediados del siglo XVIII), hubiera revalidado el compromiso de casamiento que le efectuó a ella con el fin de doblegar su virginidad. Pero no fue así.



Contrariando lo que podía esperarse de un caballero de buena familia, el capitán Carlos Ortiz de Rozas, no sólo negó haberle prometido enlace a Francisca, sino que sostuvo que eran varios los oficiales del regimiento en el que revistaba que habían frecuentado de modo furtivo, tanto a la novia como a su hermana Rosita, ambas tildadas de casquivanas. Resulta fácil de imaginar, el fenomenal quilombo que se armó en la Villa del Buen Ayre.



Como lógica reacción ante infundio tan disparatado y nocivo, el padre de la joven calumniada denunció al amante ante las autoridades por “estupro bajo oferta de esponsales”, por lo que el yerno traidor fue a parar a la cárcel. A continuación, con el fin de sustanciar el proceso correspondiente, desfilaron por el tribunal jurisdiccional, prestando testimonio de lo ocurrido, amigos, parientes, relaciones sociales y vecinos; también lo hizo el negro Santiaguillo, quien, siendo esclavo de los Aldao, había actuado de correo secreto llevando y trayendo las esquelas que a diario se enviaban los enamorados con el fin de concertar las excitantes citas nocturnas.



Los Ortiz de Rozas apelaron a sus influencias políticas para liberar al muchacho de la pena que legalmente le correspondía y, moviendo cielo y tierra, consiguieron que el acusado fuera desprocesado y excarcelado. No obstante ello, como si no hubiese podido eludir el condigno castigo divino que se merecía por su pérfida conducta, poco después de la bochornosa situación que lo puso en boca de toda la sociedad porteña, el tenorio desleal murió desangrado al morderse la lengua durante un ataque de epilepsia. Tremendo final para esta historia de amor contrariado.



· Menos pregunta Dios y perdona

Francisca Aldao y Rendón que, como es de suponer, maduró de golpe debido al alboroto en el que le tocó participar siendo aún adolescente, a pesar del oprobioso estigma que cayó sobre su reputación, pudo casarse con William Paul Thompson, un comerciante europeo radicado en Buenos Aires que no hizo demasiadas preguntas sobre el honor mancillado de la novia, quizás porque el británico, como solía suceder con los extranjeros de habla inglesa que arribaron a estas tierras australes, era sospechado de profesar el credo protestante. Es decir, para las dogmáticas pautas de entonces, era reputado lisa y llanamente como un hereje. El despreciativo mote le impedía al inmigrante ingresar al selecto círculo de la “gente decente”, ámbito elitista que, al igual que en el resto de Hispanoamérica, se caracterizó por su mentalidad xenofóbica teñida de intolerancia en materia religiosa. Pero, al contraer enlace con una dama de la “sociedad” (esto es, constituyendo un típico “matrimonio por conveniencia”), podía superar la barrera discriminatoria que condicionaba el reconocimiento social.



Doña Francisca y Guillermo Pablo convivieron honorablemente y, con el correr de los años, ella se olvidó de su turbulento pasado, mientras que su marido, convertido al catolicismo, progresó económicamente en la cada vez más próspera villa rioplatense. Como era de esperar, el matrimonio tuvo descendientes, pero al fallecer el marido la esposa se recluyó en un convento repudiando a los pequeños hijos. Uno de ellos, Martín Jacobo José Thompson, algunos años después habría de entablar una tortuosa relación afectiva con una refinada patricia porteña que ganaría renombre durante la Revolución de Mayo.



· Forzando los cambios

Nos referimos a doña María Josefa Petrona de Todos los Santos, hija del andaluz Cecilio Ramón Sánchez Ximénez de Velazco, conocida con el nombre de Mariquita Sánchez de Thompson, en cuya concurrida y prestigiosa tertulia se estrenó el Himno nacional. Ella fue una mujer de excepcionales dotes personales, culturales y sociales, a quien le tocó desempeñar un relevante papel en los acontecimientos que vivió el país durante buena parte del siglo XIX, dado que murió a avanzada edad en 1868. Siendo muy joven aún, y como si se tratara de un nuevo eslabón en la trama de sucesivos enredos de alcoba y crisis familiares protagonizados por sus antepasados, la vida privada de la “niña” Mariquita también llegó a convertirse en una enojosa cuestión de orden público. Sin embargo, las cosas estaban cambiando de un modo profundo en el seno de la sociedad rioplatense y el viejo ordenamiento institucional, normativo y religioso se resquebrajaba a gran velocidad.



En efecto, a partir del año 1776 la ciudad de Buenos Aires, capital del flamante Virreinato del Río de la Plata, experimentó una notable expansión económica al convertirse en enclave comercial prominente de Sudamérica, tanto marítimo como terrestre. La ciudad se consolidó como centro geopolítico, mientras que la población urbana, que se había cuadruplicado en pocos años a instancias de la creciente actividad portuaria y del arribo de un numeroso contingente de funcionarios civiles y militares, comenzó a respirar fluidos aires de cosmopolitismo dejando atrás la bucólica aldea. La estructura de la sociedad indiana, edificada según los cánones burocrático-feudales impuestos por el régimen teocrático colonial ibérico, comenzaba a crujir preparando las condiciones históricas del estallido transformador que habría de explicitarse el 25 de mayo de 1810.



Junto a la creación del virreinato (antecedente histórico del nacimiento de la nación argentina), la monarquía borbónica gobernante en España introdujo un conjunto de reformas modernizantes, tanto en la Metrópolis como en las colonias de ultramar. Una de las más importantes consistió en recortar el omnímodo poder que, en diferentes aspectos, ejercía la Iglesia Católica sobre el conjunto de la sociedad íbero-americana. Durante el proceso de secularización que impulsó Carlos III, iniciado a mediados del siglo XVIII, el clero perdió atribuciones que le habían sido conferidas en las primeras etapas de la colonización. Entre las medidas reformistas más destacables figura la delegación en el poder civil del arbitraje en las controversias privadas entabladas entre los súbditos del reino; estas cuestiones hasta entonces eran atendidas por el jefe de la familia (pater familiae) y, en segunda instancia, por los sacerdotes, en el caso de conflictos más complejos.



En dicho contexto de transformaciones, Maria Sánchez y Juan Thompson debieron enfrentar la cerril oposición del padre de ella, un comerciarte de enorme fortuna, a formalizar el casamiento entre ambos. Paradójicamente, la legislación, con el propósito de consolidar el control social sobre la población que aparejaba el proyecto borbónico, en vez de liberalizarse se había endurecido, dado que disponía que para contraer enlace los menores de 25 años debían contar con el consentimiento paterno. Cecilio Sánchez, aduciendo consanguinidad entre los pretendientes (eran primos) e invocando el cruel comportamiento que tuvo la madre del varón durante su infancia, no sólo se negó a autorizar la boda de su hija sino que, además, dispuso que ésta se casara con el candidato que él le había elegido, Diego del Arco, un viudo entrado en años con quien compartía algunos negocios. Ella rechazó la orden paterna y dejó plantado en el altar al novio oficial el día de la boda, provocando enorme revuelo entre su calificado entorno familiar y social. Sánchez castigó esta actitud insolente encerrando a la rebelde quinceañera en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales bajo el severo régimen de clausura que allí imperaba para las mujeres desobedientes, tanto hijas como esposas. Por otro lado, apelando a sus poderosas vinculaciones, consiguió que Martín, alférez de la Marina Real, fuera destinado en el puerto de Cádiz, es decir, a miles de kilómetros de su enamorada.



Los jóvenes, no obstante estos severos impedimentos, seguían obstinados en conseguir la formalización de su objetivo marital. Para ello, apelaron a la autoridad máxima del Río de la Plata, el virrey Sobremonte, quien, luego de cumplidos los trámites burocráticos de rigor, escuchados los alegatos y recibidos los testimonios que el caso ameritaba, decidió convalidar el casamiento de ambos demandantes anulando la prohibición paterna, dando por finiquitado el enclaustramiento infligido a la damita y el exilio forzoso que padecía el caballero.



· Celestinos de uniforme

Ya siendo marido y mujer, Mariquita y Martín participaron de los acontecimientos políticos que tuvieron lugar en estas tierras australes durante la época inicial de vida independiente. En 1816 él encabezó una misión a los Estados Unidos con el fin de entablar relaciones diplomáticas con la primera república democrática del mundo. Secretamente, además, se lo comisionó para contratar barcos corsarios que proveyeran fondos al erario de las Provincias Unidas de modo de financiar la gesta libertadora. Una vez instalado en Norteamérica y luego de un tiempo de efectuar agotadoras gestiones encaradas al más alto nivel, desde Buenos Aires fue intempestivamente relevado de la representación oficial sin dársele explicaciones, lo que significó un severo golpe para su salud física y mental. Brutalmente desairado, enloqueció y murió –se dijo que de hambre- en alta mar cuando regresaba al país.



Thompson, “sin comerla ni beberla”, habría sido defenestrado de su puesto en el exterior como consecuencia de una intriga doméstica urdida por los generales José de San Martín y Juan Martín de Pueyrredón. Resulta que el Director Supremo, acicateado por el fundador de los Granaderos a Caballo, por razones políticas (Mendoza era el asiento del Ejército de lo Andes) quería congraciarse con el influyente diputado cuyano Tomás Godoy Cruz, quien aspiraba a obtener la mano de su sobrina, Victoria Ituarte Pueyrredón, ya comprometida con Manuel Hermenegildo de Aguirre. Para sacar del medio al novio, el Primer Mandatario no tuvo mejor idea que nombrarlo representante en USA, destituyendo al que estaba en funciones. (No obstante la artera maniobra, Victoria y Manuel terminaron casándose; eso sí, fue unos cuantos años después cuando él pudo regresar a la patria, según relata la escritora Victoria Ocampo, bisnieta del forzado embajador).



Aún hoy se ignora si el ataque de demencia que llevó a la tumba al infortunado Martín Thompson se debió a la frustración personal que le produjo la exoneración, o si, en cambio, el mismo fue causado al enterarse de que su adorada Mariquita mantenía un fogoso romance con un apuesto joven francés, Jean Baptiste Washington Mendeville, profesor de piano y luego cónsul de su país, con quien se casó a poco de enviudar.



· Maquillando el buen nombre y honor

Mientras que la adolescente María Sánchez pudo concretar el matrimonio por amor por el que había luchado con denuedo, diferente fue la suerte de Gabriela y Manuela, hijas de Benito González Ribadavia y, además, hermanas de Bernardino, el futuro primer presidente de la República. En efecto, ambas muchachas, cuando se comprometieron con los hermanos Gascón, debieron enfrentar la férrea oposición de su padre, quien consiguió recluirlas -al igual que en el caso anterior- en la referida Casa de Ejercicios Espirituales para impedir los esponsales. Enredados en interminables denuncias cruzadas y querellas mutuas ante los funcionarios virreinales, uno de los varones, Gabriel, murió a temprana edad convirtiendo a Gabriela en viuda prematura y, si bien Manuela finalmente pudo consumar con José Gascón el himeneo tan deseado, de nada le sirvió porque falleció poco tiempo después.



Durante el largo ínterin que duró el conflicto entre padre, hijas y potenciales yernos, el apellido anduvo en boca de todo el mundo. Las usinas del chismerío porteño se ensañaron con la contumacia exhibida por don Benito, que se llevó a la tumba su negativa rotunda a consentir la boda de las hijas casaderas. Tiempo antes de esta fenomenal rencilla, la familia Ribadavia ya había sido objeto de numerosos comentarios insidiosos. Se decía que era culpa de los progenitores el hecho de que Tomasa, la hija mayor, fuera ciega de nacimiento, dado que ellos se casaron entre sí no obstante ser primos carnales.



Es probable que haya sido por el sino trágico que envolvió durante décadas a su entorno familiar, que Bernardino González Ribadavia y Ribadavia, al arribar a la edad madura, haya decidido acortar y maquillar su vapuleado apellido convirtiéndolo en “Rivadavia” a secas, con el que ingresó a la Historia.



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GRAGEAS HISTORIOGRÁFICAS

Hechos Extravagantes y Falacias de la Historia

Año V – N° 38


Elaboradas por Gustavo Ernesto Demarchi, contando con el asesoramiento literario de Graciela Ernesta Krapacher, mientras que la tarea de investigación fue desarrollada en base a la siguiente bibliografía:



· Aries, Philippe / Duby, George: “Historia de la vida privada ( tomo 7)”; Taurus, Madrid, 1989.

· Cicerchia, Ricardo: “Historia de la vida privada en la Argentina”; Troquel, Bs.As., 1998.

· García, Juan Agustín: “La ciudad indiana”; Ciudad Argentina, Bs.As., 1998.

· Lesser, Ricardo: “Hacer el amor”; Longseller, Bs.As., 2005.

· Lesser, Ricardo: “La infancia de los próceres”; Biblos, 2004.

· Luna, Félix: “La cultura en tiempos de la Colonia”; Planeta, Bs.As., 1998.

· Mayo, Carlos A.: “Porque la quiero tanto – 1750/1860 ”; Biblos, Bs.As., 2004.

· Moreno, José Luis: “Historia de la Familia en el Río de la Plata”; Sudamericana, Bs.As., 1994.

· Ocampo, Victoria: “Autobiografía”; Sur, Bs.As., 1979-1984.

· Perrot, Philiphe: “A history of clothing in XIX century” (ilustración); en Cicerchia, op. cit.

· Peterson, Harold: “La Argentina y los Estados Unidos – 1810-1914”- Hyspamérica, 1985.

· Rodríguez, Teresa V.: “Mariquita Sánchez y Martín Thompson”; Planeta, Bs.As., 1999.
































































Texto agregado el 24-04-2007, y leído por 1447 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
03-08-2009 Otra gragea para disfrutar al máximo! Gracias, tus textos me encantan. Saludos. La_Aguja
 
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