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RECUERDOS DE PLAYA II

Estaba oscuro, miró su reloj y se levantó de inmediato, sacudiéndose para luego dirigirse con paso cansino hacia la calle. Salir de la playa para llegar hasta el lugar donde estaba estacionado el automóvil era casi una odisea. Al final, luego de trastrabillar cada veinte segundos, ser empujado por una bandada de jóvenes que iban en busca de su carro y casi jadeando logró alcanzar la puerta del coche. La abrió y se sentó en el asiento delantero con las piernas afuera. Se sacó las sandalias de cuero que lucía y procedió a limpiarse meticulosamente la arena de entre los dedos de los pies. Enseguida, se enderezó y marchó rumbo a casa. Por suerte habría menos tráfico pues era tarde pero muy temprano para que saliesen de copas los jóvenes, pensó aliviadamente. En verdad se forma un taco tremendo. Y pensar que todo esto es para estar en la playa repleta, arrinconado en unos pocos centímetros cuadrados de sitio.

Qué tiempos aquéllos cuando en la playa de antaño tenías una pequeña carpa, de dos metros de alto por un metro de ancho, para desvestirse y guardar la ropa. El toldo delantero se extendía como un metro dando sombra a los ocupantes. En ese lugar se reunían amigos y amigas para conversar. Las risas, bromas y hasta flirteos no faltaban, cuántos pololeos se iniciaron allí tendidos frente a la carpa de playa.

-Pero eso no está ya - se dijo Carlos resignadamente, pues se había vuelto demasiado realista como para amargarse por lo inevitable. El progreso era así, concluyó con un ceño de rabia, quedándole un sabor amargo en la boca del estómago.

Había sido un día agradable. Se había relajado al recordar escenas o pasajes de su vida en El Quisco, pero eso le produjo un dejo de nostalgia al ver los actuales tiempos tan diferentes. No tenía deseos de llegar al departamento que arrendaban en esta ciudad-balneario de moda. El costo de veranear en ese lugar era cuantioso, pero ahí la familia estaba tranquila. El hubiera preferido las antiguas caletas de la zona central. Pero ya era imposible ir pues la cantidad de gente que atiborraba las playas era enorme, además no estaban de moda, según ellos. El departamento arrendado estaba ubicado en la mitad del cerro aledaño a la calle y miraba hacia la playa. Allí, existían sectores bien delimitados y el departamento quedaba a un paso del sector denominado “el cementerio”, pues todos los que acudían allí se creían la muerte, se juraban regios y a la última moda, top. El no iba nunca a esa playa sino que se ubicaba en un sector más quitado de bulla pero no por eso menos había menos bañistas.

Carlos García era un hombre cuarentón, más bien alto, de pelo castaño claro con algunas tonalidades de color castaño oscuro. Tenía cabellos muy finos y brillantes, que los lavaba diariamente. Su tez, sin arrugas, era de tipo clara, con un dejo tipo mediterráneo de origen ibérico. Aún mantenía su pelo intacto y sin canas. Su rostro era más bien delgado, un poco alargado, con grande ojos ovalados y pardos, cercados por marcadas y casi permanentes ojeras. Pese a que actualmente lucía bien, ya se le ha presentado un claro inicio de un inexorable proceso de alopecia pues se apreciaban en la parte posterior de su nuca algunos vacíos y muy pocos cabellos. Carlos era muy sociable y cuando deseaba compartir desplegaba una simpatía y empatía contagiosa y hacía gala de su agudo sentido del humor, recorriendo los diferentes grupos del salón bromeando con cada uno de ellos. Si bien últimamente estaba más bien alejado de la actividad social y sólo deseaba tiempo para sí mismo. Está bajoneado decían en su casa.

Su mujer era más bien delgada y de estomago plano a pesar de haber tenido tres hijos, por su rostro no se notaba el paso de los años y su cutis aunque no lucía tan lozano como en plena juventud se mantenía muy bien. Su rostro lo enmarcaba un corte de pelo de mediano largo – adecuado para una señora mayor pero joven aún- que le resaltaba más aún los grandes y almendrados ojos verdes, pelo castaño claro, que todavía mantenía sin teñir completamente pues se hacía rayitos con poca frecuencia para que no se le echara a perder el cabello. Tenía una estatura normal y con tacos se veía más alta que él. Se sabía buena moza y muy atractiva, hecho que explotaba sutil pero eficazmente, aunque en el fondo era bastante recatada, tímida y con una serie de trancas típicas de su generación. Sin embargo, en el ámbito social, la casa y ella eran el complemento perfecto, no se podía pensar en una sin incluir a la otra. Además, en su círculo, estaba plenamente legitimada como referente social para muchos aspectos tales como moda, decoración, estilo y recepciones o realización de eventos.


Llegó al departamento, no había nadie, así que decidió salir a la amplia terraza que miraba hacia el mar. Había marea y las olas llegaban hasta muy adentro la playa, recogiendo con fuerza todo lo que se había dejado en ésta, pero ello no se comparaban a los saltos de olas en La Puntilla del Quisco, donde en medio de las altas rocas y muy cercano al mar, con la brisa prácticamente mojándote no solo la cara sino el cuerpo entero, se proponía pololeo. Se contaba como broma que a la que decía que no, se la tiraba roca abajo, así el solo hecho de subir allí era una clara señal de aceptación previa.

Recordó la casa de veraneo, sus habitaciones y las camas tipo camarote de barco. El por ser el único hombre entre tres hermanas tenía el privilegio de tener pieza aparte pero también con camarote y una de una plaza, para que pudiera invitar amigos. El living tenía una enorme chimenea de roca y grandes ventanales que daban a la playa, en un sector que no era de baño, así que no tenía mucha gente deambulando por ahí, exceptuando en las horas de la tarde antes de la puesta de sol. El radiante calor que emanaba del fuego de la chimenea de piedra encendida con grandes leños iluminaba a toda la habitación sin necesidad de luz eléctrica, sus llamas retozaban chispeantemente, provocando juegos chinescos de luces y sombras que hacían recordar o imaginar diversas figuras y símbolos. Hermosas siluetas de mujer, aterradoras sombras de grotescas proporciones, nubes, animales y perfiles de diferentes bailaban sobre las paredes. Este desfile de imágenes daba miedo a veces y todos los hermanos terminaban sentados, disimuladamente, en el mismo sillón.

La estancia era muy acogedora y estaba decorada con artículos marinos tal como una malla de pescador que cubría la muralla posterior, donde se colgaban conchas de diferentes mariscos. Locos, chorito zapato, machas y muchos más. Los muebles eran más bien rústicos y se avenían a la construcción de cemento, madera y roca que le daba un aire de casa de playa más arreglada. Recordó un pasaje especial de esa época, cuando se inauguró el Yatching Club habilitándose una elevada edificación redonda, con muchos ventanales y una amplia vereda de madera con rejas y asientos que lo circundaba. Allí se juntaba la juventud, de todas las edades para bailar y conversar. Todo era música, miradas de reojo, risas nerviosas, francas carcajadas y mucho pero mucho baile. Abajo había otro espacio, más para menores, con un antiguo butzlizter que ponía discos a gusto del que compraba la respectiva ficha. Cada joven se peleaba por poner el lento que le gustaba a la niña que pretendía y así poder bailar con ella. Carlos al tener hermanas mayores asistía al local de los altos, pero eran pocas las niñas de su edad que estaban allí, aunque él disfrutaba mirando, “vitrineando” como se decía. De vez en cuando se topaba con Ana Luisa con quien aprendió a besar, pero esas veces ya no lo tomaba en cuenta. El año pasado había tenido su noche de suerte, pues fue la única chance que tuvo de poder besarla. Ana Luisa, mayor que él, en esa ocasión le había ofrecido experiencia y él acepto. Mas, ese verano con un año más anhelaba ir más lejos, pololear. No sabía cómo hacerlo y sus amigos no les interesaba mucho el tema, preferían sus reuniones de pandilla netamente masculinas.

Un jueves por la noche fue directamente al grano y le preguntó a su hermana mayor, Susana, qué cómo lo hacía para pololear. Ella al principio se rió de él y le dijo que no molestara. Sin embargo, Daniela, la más quitada de bulla de las tres, la reconvino y le pidió que lo ayudaran. Conversaron las hermanas entre ellas y le dijeron que lo ayudaría pero que él tenía que hacer exactamente lo que le dijeran

- Lo primero que tienes que hacer es lavarte bien los dientes y bañarte. No uses la colonia del papá porque es muy fuerte. Te buscaremos una para ti, pero recuerda jamás te bañes en ella, sólo un poco- lo instruyó Ximena, la menor de las tres.

- Mañana irás con nuestro grupo y te quedará ahí un rato. Nosotras les diremos a Raúl y Eduardo que te conversen bastante para que te vean integrado. No, no te preocupes, sí lo harán si se los pedimos, aunque sea una lata para ello- le comentó Susana
.
- Yo por mi parte le diré a la Maite y Sofía que te coqueteen sutilmente, sobre todo cuando haya niñas de tu edad cerca. Con eso tomaras fama de galán y no hay nada más que atraiga más a una a una mujer que salir con el muchacho de moda y que la vean con él. Tú tranquilo que tus hermanas lo arreglarán, es cosa de estrategia femenina- le dijo una decidida Daniela.

- Uff, pero aquí va la pregunta del millón ¿cuánto o qué me costara esta ayuda?- preguntó con nerviosismo a la vez que entusiasmadísimo

- Ya veremos, pero de partida terminarás con todas tus tonteras y no molestaras más. Después veremos como nos compensas- le dijeron

Llegó el anhelado viernes y Carlos estaba bañado, perfumado levemente y con sus dientes blancos y relucientes, como un spot de una sonrisa Pepsodent.

-Cuando tengas que actuar te avisaremos, mientras tanto observas y haces lo que te diga Raúl, él el único que estará al tanto de nuestro plan y está juramentado de no comentarlo con nadie- le comentó Susana, pues Raúl era el galán de la temporada. Pololeaba con ella y era considerado referente para muchos muchachos quienes lo seguían en su estilo para vestir y sus formas y pasos de baile. Las hermanas García sabían que él podía ser el conducto ideal para llegar a las hermanas menores de los integrantes del grupo. Susana, coqueta como siempre, apenas él apareció por la playa le tendió sus redes y, al poco tiempo cayó igual como muchos lo había hecho en temporadas pasadas.

- Hola gordito, ¿cómo está? Huy pero qué bonito y matador se ve hoy, cierto chiquillas- lo piropeo Susana al darle un largo beso en la boca.
- Estamos listas para ir al Yatching pero antes debemos hablar- dijo Susana en ese tono femenino que hay que temer, sobre todo ante la nefasta frase de tenemos que hablar. Raúl quedó de una pieza y se puso algo nervioso, pues no sabía hasta dónde eran capaces de llegar para ayudar a su hermanito, el regalón de la familia.

- Mira Raúl. Tú yo llevamos muy poco tiempo así que no me conoces mucho, pero te diré que para mí la familia es lo más importante. Carlitos está desesperado el pobre, necesita ayuda y consejo de alguien mayor y de experiencia, como tú, mi amor. Podrías decirle a Andrés que lleve a hermanita, cómo se llama, así, Mariana. Bueno que lleve a Mariana al Yatching y tú los engancharás, ¿te parece?

No había nada que decir, estaba decido ya así que Raúl sólo se acopló al plan. Llamó a su amigo Andrés y le propuso que hoy llevara a Mariana porque le quería presentar a alguien.

- Hombre, ¿no será por si acaso el hermanito de tu dichosa pololita? Claro. ¿A quién otra se le podría haber ocurrido actuar de celestina con mi hermana? Mira veré si quiere ir, pero no te aseguro nada porque me tinca que conoce al tal Carlitos y no le gusta para nada, así dile a Susana que se vaya olvidando de ella. Nos vemos- se despidió

- Listo, gordita, ya está. Andrés llevara a Mariana pero me dijo que ella conocía a Carlitos y que no le tincaba para nada.

La gran noche había llegado. Raúl estaba aproblemado con el encarguito que le habían dado pero no quería perder a Susana por nada del mundo, tendría que ponerse. Cuando llegaron al Yatching, en vez de sentarse afuera en lo hicieron dentro del local. Juntaron dos mesas y cupo todo el gripo. Mariana estaba junto con su hermano, pero apenas la vio Susana, la tomó del brazo y le dijo.

- Ven Mariana, vente acá donde estamos, formamos un Club de Lulú. ¿Cómo has estado? ¿Conoces tú a Margarita, Rosa y la Coto? Ven que te las presento.

- Te quiero presentar a mi hermano, tú sabes, aquél chico buen mozo que está conversando con Raúl, mi pololo. ¡Pero por dios esta Maite y Sofía, pervertidoras de cuna, mira cómo le coquetean a Carlitos! Es que es tan simpático ¿Lo quieres conocer, así lo salvamos de esas brujas?

Mariana solamente la escuchaba. Miró a Carlos y se dijo que en realidad, al mirarlo dos veces, no estaba tan mal. Total, qué pierdo, a lo mejor gano porque así el pesado de Andrés me va a cotizar y llevar cuando él salga, porque parece que el que manda al grupo es Raúl y la Susy, manda a Raúl. Mientras tanto Andrés y Raúl conversaban animadamente, él tenía que dejarlo tranquilo a como diese lugar y que, a su vez, propiciase también este pololeo.

-¡Estoy actuando como una verdadera celestina, ni yo me lo creo. Y todo por la Susana!- se decía un compungido Raúl


- Carlitos te presento a la linda hermanita de Andrés, Mariana. Los dejo solo niños para que conversen, cualquier cosa que quieran me avisan, ¿ya?

En vista de tanta consideración y jaleo para reunirlos no hubo reparos por parte de Carlitos ni de Mariana. Esa noche conversaron y bailaron todo el tiempo, estaban con permiso para llegar más tarde porque andaban con sus hermanos mayores. Quedaron de juntarse al día siguiente en la carpa de la familia de Carlitos, porque la de ella quedaba por los costados de la playa y la ocupaban sus padres, en cambio la otra estaba destinada casi exclusivamente al uso de las hermanas y sus amigos. Sábado y Domingo fueron similares al viernes, conversaron a altas horas de la noche y bailaron solo lentos. Ya el lunes estaban pololeando, con gran satisfacción de sus hermanas y alivio de Raúl.

- Hola papá ¿En qué estás, viejo? ¿No ha llegado la mamá?- le preguntó su hijo mayor.

-¿En que estaba? En verdad estaba soñando con todas la Marianas del mundo- replicó

- Qué, ¡sabes que no te cacho para nada últimamente, estás bien raro papá!

- Ah, como siempre te quedaste dormido mirando la playa- fue lo único que atinó a decir su hijo.

- Si eso debe ser- le constó dejadamente, levantándose para entrar a la casa. Estaba soñando la realidad porque esto de ahora era como un absurdo, todos corremos por esta dichosa ciudad, más nos habría convenido quedarnos en la capital y ocupar la piscina o remontarnos nuevamente a las caletas de antaño. Donde se vivía para sí y no por las apariencias. Dicho eso, cerró la ventana del balcón y volvió a su redil.

Texto agregado el 30-04-2007, y leído por 66 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
26-09-2007 Me gustó mas el primero. Saludos Ketti
 
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