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A la salida del Juzgado todavía arrastra las marcas de la pelea diaria. Son huellas profundas, carnales. Al subir al taxi se reencuentra con el embotellamiento. Como quien no quiere la cosa el tachero hilvana una serie de hipótesis interesantes sobre el futuro del fútbol argentino post mundial. El doping positivo de Maradona deja al país con un amargo sabor a frustración. Los surcos profundos de la frente del Juez Federal permiten suponer que no ha podido descansar lo suficiente. El taxi lo deposita en su hogar momentos previos a la tormenta. Lo reciben su mujer y su pequeña hija.
La casa, ubicada en las afueras de la ciudad, es su ansiado paraíso cotidiano. Reposando allí decide el destino de las causas que caen a su juzgado.
Mientras espera el llamado se sirve un vaso con jugo de naranja. Las naranjas son su fruta preferida.
Suena el teléfono. La voz de la misma secretaria de siempre en esta oportunidad parece desquiciarlo. Le sudan las palmas de las manos. Su hija en el jardín se entretiene con el perro. Una voz grave le informa que ya se ha decidido que hacer con las denuncias recaídas por presuntos manejas oscuros en la aduana. Le ordenan parar la causa por razones de estado.
Desde su época de estudiante sueña con una causa que lo lleve a la fama, al dinero. Cree que llegado el momento sabrá manejar la situación, negociar, acordar, repartir y sentenciar. Afuera ya se arremolinaron una decena de periodistas. Lo buscan desde hace horas para que declare.
Al despertar del letargo toma su automóvil y conduce. El camino a la vera de los sembrados de girasol le propina un pequeño respiro. Cuando ingresa nuevamente al casco urbano un fuerte hedor lo inquieta. A los márgenes se cruza con rostros color tierra que deambulan entre baldíos, cubiertas y moscas. Cientos de ranchos de hojalata y cartón se amontonan como una colmena.
Al llegar a su destino se le crispan los nervios. No cree en lo que esta a punto de suceder, pero no siente poder cambiar la decisión. El acto dura apenas unos minutos. Son dos actores experimentados. El primero, Juez Federal de la Nación. El otro, un importante operador del gobierno, entrenado para convencer a la Justicia y quitarle la venda de los ojos.
Camino a casa, el Juez se pregunta que será de toda esta gente que, amontonada en barrizales, no encuentra su lugar en el mundo.
- ¡Que país de mierda, carajo!- murmura al tiempo que enciende un cigarrillo.


Texto agregado el 16-05-2007, y leído por 59 visitantes. (0 votos)


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