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Inicio / Cuenteros Locales / venator / Fernanda y su Cancerbero.

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Se encaminaba hacia el salón de té-restaurante donde había quedado con sus amigos y encontraría a María Fernanda, rodeada de su séquito. Al llegar al local, Simón miró con atención las diferentes mesas tratando de ubicarlos. Allí estaban Xaviera, Fernanda y Soledad, las acompañaban José, Hernán, Juan Carlos, y la infaltable Amelia.

María Fernanda solía coquetear con Simón y cuando él la invitaba se escabullía de manera sutil, no cortaba de raíz la posibilidad sino sugería que en otra ocasión podría ser. Simón no sabía por dónde ir ni qué hacer para llegar a ella.

La joven poseía mirada penetrante, ojos verdes, nariz delgada, y pómulos angostos. Su talante denotaba una aparente calidez que parecía estimular al acercamiento, pero un inefable rictus en su sonrisa cohibía cualquier iniciativa masculina. Semejaba una bella, lejana esfinge. Contextura esbelta y erguidos pechos conformaban su apariencia, parecía que le gustara dar la impresión de ser inalcanzable.

-Tú sabes que me gusta reunirme en grupo -respondió Fernanda con dulce tono de voz, dejando un cálido hálito tras sus palabras, pero el fulgor de sus ojos, su cuerpo, y ademanes, contrastaban lo dicho

-Es que así no podremos hablar tranquilos -replicó Simón

-¿Por qué no?

-Todos están pendientes y meten baza en la conversación -insistió.

-Simón, por favor, no seas tan perseguido, sí podemos, ¿no lo estamos haciendo ahora? Con todos es más entretenido -finalizó.

Las tres muchachas siempre se hacían acompañar de Amelia, a quien sin malicia llamaban Gorda, debido a su corpulencia y a su falta de gracia, pero en el fondo todas la querían y deseaban su presencia. Pudiera ser que, tal como sucede en muchas ocasiones, la bonita se hace acompañar de la fea para su realzar su belleza.

Amelia era retraída y al igual que el resto de sus incondicionales seguía a María Fernanda. No la dejaban ni a sol ni a sombra y la imitaban. Fernanda sólo se dejaba querer y les daba pauta para que siguiesen en ese rol. Se sentía protegida. ¿De qué? No se sabía.
Al poco rato después, Fernanda avisó que se retiraba y al unísono todas sus amigas se levantaron con ella.

-¡Maldición¡ ¿Qué puedo hacer? Fernanda sabe que con su indiferencia me descoloca; lo hace deliberadamente -reclamaba Simón.

-Deberías acercarte a la Gorda, Simón -insinuó Hernán- con ella podrás estar más cerca de Fernanda, saber sus gustos, y conocer otras cosas que sólo se comentan entre mujeres.

-Lo malo es que primero tienes que caerle en gracia a la Gorda, y eso es tarea difícil de cumplir -argumentó, algo irónico, Juan Carlos.

-Dejándose de tonteras, tal vez tengan razón. Vamos muchachos, cortemos cuatro palos de fósforos de diferente tamaño, quien saque el más pequeño será el que corteje a la Gorda -planteó decididamente Simón.

Sus amigos lo miraron con cara de extrañeza y nadie cogió los fósforos que Simón les tendía.

-Eso es problema tuyo y de nadie más. Si quieres acercarte a Fernanda, abórdala a través de la Gorda, pero no nos pidas a nosotros ayuda en esto -le recriminó Hernán, haciendo fracasar por completo la iniciativa de Simón. El resto lo siguió de inmediato.

El afectado tomó el celular y marcó el número de Amelia. El teléfono sonó y sonó. No tenía mensaje de voz incorporado.

Nervioso, se encaminó hacia el edificio de departamentos donde vivía Fernanda. Repitió el mismo acto con el número de Fernanda, y nada. Seguramente andan juntas y no quieren contestar el celular -pensó.

Cruzó la calle para vigilar la entrada del edificio. Aguardó observando la puesta de sol. El cielo fue cambiando lentamente de colorido, creando un misceláneo de colores con las blanquinegras tonalidades de las nubes; el firmamento tenía un colorido azul y rojo que, iba oscilando desde el color rojo fulgurante hasta el amarillo pálido, y cual mosaico etéreo, evanescente, en pocos minutos más sería un manto fuliginoso, semejando alas de cuervo, que traería consigo la oscuridad.

Esperó una hora más, hasta que apareció Fernanda y Amelia, caminaban muy juntas. De pronto, Amelia, con su gruesa mano, tomó a Fernanda por los hombros y la giró hacia ella. Se detuvieron. Las miradas eran fijas y luego se abrazaron efusivamente. Riéndose y tomadas de la mano corrieron hacia la entrada del edificio.

Simón quedó perplejo. ¡No tengo opción alguna! Safo le había ganado la partida.













Texto agregado el 16-05-2007, y leído por 86 visitantes. (0 votos)


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