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La mañana era fría, pues el sol aún no había salido. Aunque me levanté temprano, ya no alcancé a ver a mi padre. Él se había levantado más temprano que yo y se había marchado. Cuando me asomé a su cuarto, pude notar la cama arrugada, pero sin destender, era obvio que no se había metido en ella y que al igual que yo había pasado mala noche. Y seguramente evitaría toparse con migo el resto del día. Era viernes y yo aún tenía que asistir a clases, solo que mi estado de ánimo no era muy bueno, como de costumbre, así que pensé seriamente en la opción de no asistir a clases. Sin embargo, el quedarme en casa no remediaría ni mi ánimo ni las cosas inefables que me estaban pasando.

Todas esas cosas pasaban por mi mente en el trayecto a la escuela. El recorrido de una hora me pareció que había sido de solo minutos, y ni siquiera sentí cuando pasamos frente al plantel. Fue solo cuando de pronto me sentí solo en el autobús que me di cuenta que los demás compañeros se habían bajado en la parada acertada y que ya hacía varias paradas que yo me había pasado. Me di el levantón de mi asiento y timbré la parada de inmediato, pero no fue hasta que el chofer llegó a su parada marcada que me dejó bajar. De todos modos me haría bien caminar re regreso hasta la escuela, no podía haberme pasado más de diez minutos de camino.

Comencé a caminar de regreso desde donde me había dejado el autobús, hasta la escuela. Eran casi las nueve de la mañana. En mi tristeza no había desayunado, y no había probado alimento de la cena. No tenía hambre, pero sabía que mis clases terminarían cerca de las tres de la tarde, así que podía aprovechar esa hora que me había tomado libre para comer algo. ¿Pero que? No tenía hambre y sin embargo quería algo que me nutriera. Algo que fuera ligero, pero no una simple taza de café y un pan. Algo que fuera sabroso pero que no me ocupara mucho tiempo preparar ni consumir. Entonces, como cuando se pide un deseo y este se hace realidad, me tope con un negocio ideal a mis necesidades. Una venta de jugos y licuados.

Era un negocio pequeño y acogedor. Pero tampoco era la clásica mesita llena de naranjas y licuadoras y un exprimidor. ¡No! El negocio se exhibía limpio y bien arreglado. Con frascos de cristal llenos de suculentas frutas picadas. Cereales de diferentes categorías en exhibidores altos a la vista de la gente. Botellas etiquetadas de amarillo rompope, oscuro jerez y dorada miel. Con banquillos sencillos que le invitan a uno a sentarse cómodamente mientras observa como se preparan las cosas que uno mismo va a consumir. Y el acercarse a este lugar representaba fragancias y olores dulces y apetitosos, aromas de tranquilizadora vainilla, sabroso chocolate y fresas sensuales. Y colores vivos de frutas maduras que invitaban a la vista y al paladar. Todo esto enmarcado por un local de color melocotón y lonas anaranjadas, que desde la distancia hacían distintivo que uno se acercaba a donde el organismo seguro se vería nutrido.

Yo solamente pensaba que tomaría un jugo de naranja sencillo. Y me acerque para pedirlo. Aquí fue donde entró el elemento más importante de toda esta maquinaria comercial: la gente. Quienes lo atendían era gente dinámica y sobre todo alegre. Era obvio que no solo ofrecían un producto, sino también un servicio. Amablemente me preguntaron que me iban a preparar, y respondí que un jugo de naranja. Nuevamente me preguntaron si quería un jugo natural o preparado y en ese momento no supe que responder. ¿Acaso podía haber jugos artificiales? A menos que prepararan jugos sacados de sobrecitos cuyo contenido se diluía en agua. Quizás a esos se referían cuando preguntaban si lo quería preparado. Entonces quien lo atendía, una persona de aspecto cordial, sonriente y con mirada amable pasó a explicarme que el jugo natural era aquel que se tomaba solo, tal cual salía del exprimidor. Y que el preparado era aquel que se licuaba con plátano, huevo y azúcar.

Imaginarme aquella bebida solo pudo inducirme a expresar un sonoro “¡Guacala!”. El dependiente se rió también de forma franca y de inmediato me dijo que seguramente yo no era de San Luís Potosí. ¿Cómo era posible que supiera que yo no era del lugar solo por no gustarme el jugo de naranja revuelto con huevo y plátano? E insistió en que lo probara, y hasta me ofreció que si no me gustaba no era necesario que yo lo pagara. “Le voy a poner rompope para que te sepa mejor”, me dijo y de inmediato comenzó a tutearme entrando en confianza. Estuve de acuerdo en probar aquella rara mezcla, más que para sentirme parte de mi entorno o para tener un sentido de aceptación, por el trato amable y la forma amigable con que aquel hombre me ofrecía probar su brebaje.

Una vez mezclado, no parecía ofensivo a la vista, y acercándolo a mi rostro tampoco parecía desagradable a mi olfato. Es mas, tenía la sensación de que mis glándulas bucales comenzaban a salivar de antojo con aquel olor apetitoso. Un toque de canela coronaba aquella copa llena de jugo “preparado”. Fresco, sabroso, dulce, eran algunos calificativos que venían a mi mente mientras me tomaba aquella bebida. La mirada de aquel hombre no se apartaba de mí, mientras sorbía con una pajilla lo que me había preparado, expectante a ver mi reacción y sin borrar de su rostro esa peculiar sonrisa amable que lo caracterizaba. El sabor era indescriptible. Nada fuera de este mundo, pero tampoco comparado al sabor simple e insípido de tomar jugo natural, como estaba acostumbrado.

No sabía como, pero aquellos aromas y sabores, no solo me habían llenado el hueco que tenía en el estomago, sino que habían borrado el hueco emocional con el que había amanecido en aquel viernes. No estaba seguro si habían sido los sabores mezclados de todas aquellas frutas tropicales, entreveradas con olores y colores. O si habían sido los tratos amables y la sonrisa amigable de aquel hombre, pero la tristeza con la que caminaba rumbo a le escuela se me había quitado. No solo me sentía más optimista sino que estaba dispuesto a reflejar aquel buen humor con que me había topado en ese negocio. Había cargado mi sensación de ser yo mismo un ser humano gentil y alegre, por primera vez desde que había llegado a esa ciudad. Por un momento ya no me importaba que no hubiera encontrado en mi padre el cariño y comprensión que esperaba la noche anterior, ni las palabras tiernas y amables que no había escuchado de él. Alguien había sido lo suficientemente amable con migo aún sin conocerme como para dejarme la sensación que buscaba.

Todo el día de clases transcurrió sin escollos. Me sentía cargado de energía positiva. Estaba optimista y alegre y lo mejor es que no sentí hambre hasta llegar de nuevo a casa por la tarde. Fue el mas corto de todos mis largos días, porque lo pude ver desde el punto de vista de alguien que tubo un encuentro cercano con “jugos frutas y sabores”.

Texto agregado el 20-05-2007, y leído por 711 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
31-05-2007 wohoo!! excelente escrito no dejo de imaginarme jugos y frutas y los sabores de estos, muy bueno la verdad. Te invito a que leas mi segundo escrito, espero sea de tu agrado. LoReNzHo
 
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