Alzó la mirada pero se encontró sola. Era un poco más de las siete de la noche; había un pensamiento ligero y que la atormentaba o más bien le inquietaba. Hacía pocos días había conocido a alguien, a ese alguien, no cualquiera, el que era, ese alguien que hace suspirar y que vuelve a enamorar. Sola, caminó, oh no, lo encontró, lo vio, Edwin, estaba solo, nadie lo acompañaba, ¿qué hacer?, ¿qué decir?, no lo podía creer, nuevamente él enfrente de suyo. Bastó una mirada, un par de palabras; su último sueño se hizo realidad. Confusión o felicidad, no lo diferenciaba, entre su confusión apareció un taxi y pronto se dirigieron a algún sitio, ¿cuál?, para Lucía era lo de menos.

Olor a cigarrillo, movimientos cadenciosos, música estridente, se hacía difícil hablar y aún más, difícil escuchar. Dos cervezas- por favor- era la bebida que los iba a acompañar, realmente para él no era un líquido agradable, hubiera preferido otro, tal vez vino, si, vino, su bebida preferida. Que sacrificio hizo él, todo por darle gusto. A ella la Cerveza le encantaba.

Difícil conversar, de qué tema- pensaba ella- son incontables las diferencias. Que pensamientos tan vagos y sin sentido. Todo fue tan fácil y sencillo, se involucraron el uno con el otro, no percibían el sonido ni lo que ocurría a su alrededor. Hablaron, rieron, se acabó la cerveza- dos más por favor- ahora solo importaban ellos dos, se olvidaron del mundo, dejaron de lado sus mutuos compromisos. Aún más, se dejaron llevar por sus deseos; se vieron entrelazadas cuatro manos y en el fondo del salón se percibía la sombra de dos personas unidas por un beso. Que noche, noche que marcó la existencia de algo que no pueden explicar. Seño cumplido, tal vez, solo bastaría que el mundo no se interpusiera para decir que, encontraron justificación a lo sucedido.