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COMO UN BATIR DE ALAS

Original de: Magda Kraw


Para Lidia la resignación y la espera eran los únicos pasatiempos. En aquel pueblo no había nada qué hacer, sino dibujar la mueca de un bostezo tras otro. Los días pasaban insensibles dejando solo una minúscula pero imborrable grieta más en su entristecido rostro.
De vez en cuando, era sobrecogida por una densa pesadumbre que le provocaba pensar en el vacío.
La llegada de la noche era su única escapatoria, pues entre sábanas solía encontraba una nueva expectativa que la libraba del letargo de sus diarias largas horas de silencio; más al llegar el alba le faltaba el ánimo para emerger de su soñoliento mar de aventuras y deleites.
Una mañana -inesperadamente- después de haber pasado como de costumbre varias semanas tendida sobre el lecho, acumuló todas las fuerzas que pudo y salió al balcón para respirar un poco de sol. Una vez allí, supo que la incertidumbre es un peso que imposibilita avanzar y mantiene los pies inmóviles; también supo que emprender el vuelo -en esos casos- es algo tan simple como extender las alas y remontarse al espacio. Pero ella no tenía alas y pensó:
“cuando se está atrapado entre rejas invisibles
-las más gruesas y ferrosas que existen-
solo la suerte o la muerte nos pueden liberar”.
Su vida se había detenido en el receptáculo de aquel pueblo donde no habían cocuyos en las noches, ni niños que jugaran en las calles después del colegio. El montículo de esperanzas concebidas al llegar a sus fronteras había ido empequeñeciéndose hasta desaparecer.
Se asomó al vació y sintió entumecerse sus piernas. Un sin fin de mariposas revolotearon en su estómago al inclinarse por encima de la baranda y volvió a respirar. Sintió entonces la sensación de que un fuego mórbido la iba consumiendo por dentro.
“¡Cansa mucho caminar sin que los pasos lleven a lugar alguno… me pesan los pies de tanto arrastrarlos para siempre terminar de pie en el mismo lugar!”
-se dijo- y comenzó a pensar en alguna fórmula para dejar de hacerlo.
De inmediato todo su cuerpo comenzó a arder como en una intensa fiebre y sin darse cuenta puso toda su concentración en la aparición de un par de alas que le permitieran la suficiente elevación para salir de aquel entorno.
A partir de ese instante desistió de su obsesión por el vacío y comprendió que si debía traspasar el límite de la baranda lanzándose hacia fuera, no sería en busca del pavimento sino de las nubes.
Después de aquella certidumbre pasó - como habitualmente- varios días y noches en su cama, hasta que un amanecer, soñó que tenía unas largas y fuertes alas y que gracias a ellas no solo podría escapar de su encierro y de aquel pueblo amarillento, sino que iba a poder recorrer el mundo.
Su excitada imaginación la llevó a concebir la idea de que si volaba, las multitudes iban a estar admiradas de aquel milagro que solo era el principio de su triunfo sobre la inercia que durante años la había mantenido atada a las paredes de su oscuro cuarto y las calles mudas de aquel terruño.
Al emerger de su onírica revelación, Lidia estaba segura de que sus alas eran tan robustas que la sostendrían en su intento de alejarse para siempre de las miserias que había vivido en los últimos años.
Mentalmente inició un suave aleteo que más tarde adquirió tal velocidad que sin esperarlo, se vio dentro de los pasadizos que conducen a una estancia en que la luz penetra por los ojos sin cegarlos y donde se pueden percibir los vívidos sonidos emitidos por los multicolores rayos del sol.
Pronto se encontró envuelta en las llamas de un fuego abrasador y a la vez gélido y transparente como el hielo.
Desde entonces olvidó la existencia de sus piernas, la cama en que yacía, las paredes que la oprimían, y las roídas calles del pueblo que desde el balcón la invitaban a lanzarse sobre ellas y herirlas con su cuerpo.
Así, nadando en un azul infinito pasó varias semanas. De pronto, tuvo una horrible pesadilla: soñó que estaba nuevamente despierta y que ya no tenía alas. Súbitamente volvió en si y saltó de la cama para rapidamente abrir todas las ventanas. Hizo que también la puerta de la estancia permaneciera abierta desde el amanecer y sin temor a los intrusos decidió que por aquellas aberturas debía entrar abundantemente el aire.
La presencia de este elemento en su casa le indujo el sonido de un fuerte batir de alas…
¡Sus límpidas y hermosas alas!
La brisa tintineante le traía el eco de voces nuevas e infantiles y con los rayos del sol mañanero podía imaginar cómo se abrían inmensas rosas rojas al pie de cada ventanal.
Ya no se echaba a la cama sino con mucho sueño para descansar en la placidez de la nada. Al mediodía se deleitaba aspirando el olor de las verdes albahacas que relucían en múltiples macetas por toda la estancia.
Cuando menos lo esperaba, se percató de que sus alas eran verdaderas y que debía estrenarlas, por lo que salió al balcón y sin titubear se lanzó por sobre la baranda segura de poder ascender hacia las nubes más altas.
-Como en sus sueños- pudo surcar el espacio, y ver desde arriba los techos de las casas.
Apenas había sobrevolado las últimas, se detuvo a pensar en los que amaba y a quienes quizás no volvería a ver si proseguía su viaje a lo desconocido. Consideró entonces invitarlos a venir con ella, pero como no podrían volar debería atar a sus espaldas una fuerte cuerda para que pudieran pender de ella y remontarse también a las alturas.
Regresó y como si fuera una simple mosca, entró por uno de los ventanales.
Poco a poco fue llamándolos uno a uno, distra-yéndoles de sus disímiles ocupaciones y les habló de sus intenciones de no abandonarlos; muy entusiasmada los invite a visitarla para que vieran las alas que le habían crecido.
Una tarde llegaron sus familiars y amigos. Ella les sonrió abriendo los brazos ahora convertidos en alas, pero nadie hizo el menor gesto de asombro, ni le dedicó siquiera una sonrisa; por el contrario, se miraron unos a otros con la expresión afirmativa de estar en lo cierto.
Abruptamente y sin que Lidia pudiera evitarlo la tomaron entre todos y la llevaron a su cama, atandola a la misma, con tantos nudos que sus alas -aunque vigorosas muy frágiles- comenzaron a quebrarse.
No sintió dolor físico pero su angustia le cortaba la respiración al darse cuenta de que estaban destrozándole las alas.
-¡Déjenme ir, se los ruego! ¿Por qué me impiden volar?-
Exclamó llena de pavor, mientras aquellos que la rodeaban se enfrascaban en cerrar una a una todas las ventanas.
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Texto agregado el 19-06-2007, y leído por 161 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
19-06-2007 un maravilloso cuento, muy buena narrativa, ...y los sueños , por más locos que sean , deben ser siempre respetados, ...desgraciadamente no se suele respetar lo "diferente"...¿por qué cortar sus hermosas alas?...me encantó 5* nocheluz
 
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