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Inicio / Cuenteros Locales / electrocity / 10. Lo que un médico no puede curar

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Tras dejar a Jeremy en la acera a la espera de la ambulancia, el doctor vuelve a su consulta.
Revisa un poco los papeles que tiene sobre el escritorio sin darle demasiada importancia. No hay luz en sus ojos.
Abre la puerta de lo que conforma su apartamento, en lo que sería la trastienda. Se prepara un café.
Ojea el periódico sin poder conectar más de cuatro palabras seguidas. Echa una cucharada de azúcar a su café. Dos cucharadas. Tres cucharadas. Cuatro cucharadas. Cinco cucharadas.
Se sienta y repasa los beneficios de aquel día. Mira momentáneamente las fotos que tiene en la mesa de su habitación. El café le sabe asquerosamente amargo.
Intenta leer algo pero resulta en vano. Se levanta y camina en círculos, sin saber donde posar sus pensamientos. Cada vez le ocurre más seguido. Siente que no sabe adonde va, cual es la finalidad de todo. Sólo un sentido tiene su vida, y él bien lo sabe.
Todo le resulta gris e insulso. Echa una mirada a una de las mercancías que tiene sobre la mesa; pero sabe que eso no le ayudará, que ni la Felicidad puede hacerle sonreír, pues no hace más que incrementar la felicidad que se tiene. Una felicidad de la que él carece.
Se siente asfixiado. No sabría explicarlo exactamente, pero es como si estuviese atrapado dentro de su propio cuerpo. Perdido dentro de su propia vida.
Pone algo de música. Nada. Las notas van perdiendo sentido y las voces se mezclan en su mente, transformándose en una masa amorfa.
Las fotos le enseñan reflejos de lo que fue, de lo que perdió. Le acosa la impotencia. Se siente atrapado en un laberinto interminable que sólo le lleva a la infelicidad, donde cada pasillo amenaza con arrebatarle cualquier vestigio de esperanza. Donde cada pared le dice que sólo puede hacer una cosa antes de descansar en paz.
Mira las fotos y sabe bien que el laberinto consta sólo de un largo pasillo que va directo al Infierno. No tiene miedo de caminar hasta el final sin perderse. Pero quiere llevarse a alguien consigo. Y sabe bien a quién.
Mucho tiempo hace ya de aquello. Pero si ha aguantado tanto tiempo sin recaer en atajos fáciles como el suicidio es porque hay una última cosa que le mantiene despierto noche y día: la dulce y fría venganza.
Sabe que casi todos los engranajes están dispuestos ya. Y si el plan falla tendrá que confiar en sus propias manos, unas manos que han aprendido a odiar, a desear estrangular. Unas manos preparadas para el final.
El doctor sigue sorbiendo su café, mirando la foto. El rencor y la melancolía se funden en su interior, la cólera contenida quiere escapar.
Ausente, perdido entre el pasado y el futuro, pero sin rozar el presente, la taza se le escapa de entre los dedos y cae sobre el escritorio.
Sobre la foto, sobre los rostros de esas tres personas ancladas en un pasado irrecuperable, el café va mezclándose con las lágrimas
Y el doctor no sabría decir qué es más amargo.

Texto agregado el 13-08-2007, y leído por 90 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-08-2007 Al fin podemos conocer mejor a ese extraño doctor.. ¿Quiénes serán esas personas de la foto...? ¡No puedo esperar a la siguiente parte! Miss_Vane
13-08-2007 que desdicha, sabor amargo , la vida y sus vericuetos aumentar lo que se tiene , viagra imaginario de los sentimientos adonde vamos ??? te seguire polodislates
 
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