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Mayo alisó la solapa del sobre amarillento y decorado con manchas de aceite que acababa de sellar con sus labios y lo guardó en el bolsillo de su gabardina gris. Se miró en el espejo del recibidor y negó con la cabeza; se sentía mal de nuevo.

-Hace demasiados días que arrastro esta sensación. ¿Qué hago para acabar con esto?- y descalza aun, se acercó hasta la estantería barata y mal montada que había comprado en una tienda de bricolaje. Dio un golpecito al plástico duro de la pecera, y al ver que nadie respondía a su llamada, entornó los ojos asustada y buscó entre el agua turbia a ese pez que era en realidad su única compañía. Temiendo ya lo peor, quitó la tapa naranja que cerraba la vivienda de su carpa, y descubrió que ahí flotando estaba Alanis. Sus escamas butano eran ahora casi casi blancas. Mayo la cogió con ambas manos y la observó largo rato, luego mojando dos dedos en el agua por la que tan felizmente había nadado su pez, se santiguó. Dos minutos después, Mayo bajaba la tapa del váter y tiraba de la cadena.

-Descansa en paz Alanis Morrisete García. Por siempre en mi memoria- recitó y en señal de duelo encendió tras varios intentos fallidos su tantas veces arreglado y viejo tocadiscos; de inmediato la voz de esa que daba nombre a su pez, inundaba el casi cerrado por derribo tercer y último piso del número 19 de la calle del Ruiseñor.

Cuando Mayo despertó de su letargo, era casi media tarde. Se desperezó e hizo de nuevo el lazo del cinturón de la gabardina. Cogió una botella de litro de plástico, cientos de veces rellenada, de marca ya desconocida que reposaba en la mesa de mantel de hule y migajas de pan de molde, y la vació con cuidado sobre las cuatro plantas contadas que tenía en la repisa de la ventana.

-Ay, yo no entiendo por qué estáis tan pachuchas...Mira que os riego y os doy mimos hasta la saciedad pero vosotras ni caso. Sois unas desagradecidas...con lo cara que va el agua...- limpió con la manga de la gabardina el agua terrosa que salía por los agujeros de las pequeñas macetas- Como sigas así Marco Antonio, creo que voy a tener que regalarte ¿eh? Y dime ¿con quién vas a estar mejor que con tu Mayo, si soy la reina de las flores?- increpó a uno de sus cactus- Bueno, te doy de plazo hasta mañana, si cuando vengo a bañarte no te veo más animado...- dejó la frase en el aire y cerró de golpe la ventana. Acababa de recordar que no tenía nada qué cenar. Corrió a la cocina y miró el calendario que colgaba de la nevera ya oxidada, sujeto a un imán de esos con forma de sevillana. Día 25. Rebuscó en un paquete de lentejas casi vacío y encontró tres míseras monedas y un billete arrugado de color verde turquesa. Resopló.

-Joder y aún quedan seis días para fin de mes...¡Que alguien me diga cómo lo hago para comer durante estos días...! Madre de Dios...a los desgraciados que cobramos una mierda de pensión nos tendrían que dar más dinero y con más frecuencia. ¿De qué hijoputa sería la idea de pagar a fin de mes si es justo cuando ya a nadie le queda para comer...?- cogió la poca calderilla que le quedaba, la guardó en el único bolsillo que no tenía agujeros y dio unos pasos hacia la puerta- Mierda...y esta pierna que nunca me va a dejar de doler...-se frotó con rabia y gimió aun más de dolor. Cojeando salió de su cuartucho.

-¿Qué hay Mayo; otra vez sin dinero?- Christian el dueño del antro que solía visitar como mínimo una vez al día, la saludó con una sonrisa- Tranquila mujer, si no pasa nada; todos estamos igual; lo que pasa es que a ti se te nota en la cara. Anda siéntate. Joder, ya cojeas de nuevo...¿por qué no vas a que te la miren?- comentó señalándole la pierna con la barbilla. Mayo dijo algo indescifrable- Lo digo por tu bien, de verdad. Por cierto esta noche te ves preciosa; ni la actriz esa tan guapa y famosa, chica.

-No jodas- la risa áspera del hombre resonó entre los vasos desgastados de arcopal que permanecían aun sin limpiar, sobre la barra.

-No te enfades, no te enfades. Sabes que te lo digo en serio. Bueno lo dejo que hoy no es tu día...Pero dime algo, cosa bonita ¿cuánto tiempo hace que no tienes un día de esos de puta madre?- no obtuvo respuesta- Vale, no digas nada. No nos deprimamos mutuamente. Espera un momento y te preparo una cena, que ni la reina de Francia, oye- y desapareció tras una cortina floreada.

-Francia es una república, Christian. No sé cuántas veces te lo voy a tener que repetir. Hablar contigo es como hablar con la pared- se quejó Mayo.

- Con la pared no, con los cactus; que te he visto- y volvió a esconderse tras la cortina.

- Ah claro, que ahora me espías...Seguro que no sabes que hoy falleció Alanis- el camarero salió de la cocina limpiándose las manos en los pantalones.

- No- dijo.

- Sí hijo sí. La encontré flotando...yo por mí que se ha suicidado...- Christian volvió a desaparecer y trajo a su vuelta, en una mano, un plato con un huevo frito y carne empanada y en la otra, una botella ya empezada de tinto- ¿Cuántos días tiene esto?- preguntó Mayo arqueando la ceja izquierda.

- Nada, no te preocupes; a penas un par- y se sentaron en la única mesa despejada de trastos que había.

-Oye chica, que no te preocupes por lo de Alanis...Te quiero ver sonriendo ya mismo ¿eh? Los peces ya se sabe, viven poco porque tienen ganas de volver a ver a su Júpiter y se van sin avisar- le agarró la mano. Mayo reparó en las uñas casi negras y mordidas del camerero. Hizo una mueca de medio asco.

-No es Júpiter; es Neptuno. El dios del mar es Neptuno...Parece mentira que no lo sepas- le reprochó al tiempo que masticaba un trozo de carne.

-Qué más da uno que otro. Los dos son gilipollas. No le demos más importancia al tema del pez ¿quieres?- comentó mirándole a los ojos.

-No, no quiero. Alanis llevaba conmigo casi cuatro meses y justo ahora, cuando más empezaba a quererla y a necesitarla, se muere. Es que no sé qué tengo pero nadie se queda definitivamente conmigo...No me interrumpas coño. Nada me dura más de cinco meses o cinco años. Y me gustaría saber qué he hecho mal o que tengo que hacer bien para que se me quiera como soy. Aunque tal vez no se trata de eso- se liberó de la mano de Christian y se tapó la cara.

-Estás borracha Mayo, guapa- apuntó. Luego acercó su silla a la de ella y la abrazó por los hombros, mientras su boca comenzaba a besuquear el cuello descubierto de la mujer.

-No empieces Christian...Siempre lo estropeas...No estoy borracha; no he bebido nada...pero me gustaría estarlo de verdad y definitivamente- pronunció cada palabra, alargándola y disminuyendo el tono respecto a la anterior- Quisiera estar una temporada en un hospital, ingresada por un coma etílico de esos.

-Shhhh...da igual que no lo estés; fíngelo bonita...Y cierra la boca; mira el techo y déjame hacerte lo que me apetezca...ya que tú te has comido mi cena...- se levantó un momento y rápidamente escampó un mantel, con marcas de ceniza y vino, en el suelo. Se quitó la camisa y le tendió la mano. Mayo la aceptó a regañadientes y se aproximó a él con cara de fastidio. Se dejó desnudar con desgana; ajena a que el cuerpo que alguien manoseaba con necesidad era el suyo. No mostró ningún interés en quitarle la ropa a ese que antes le había robado la suya. Simplemente se dejó hacer; no le importaba. A Christian, aquella apatía le parecía una especie de truco y le motivaba a esforzarse cada vez más.

-¿...cómo es posible que no chilles, ni gimas, ni llores, ni digas: “Ohhh Dios...esto es la gloria”...?- preguntó a media voz mientras la penetraba con fuerza- Estoy seguro de que no eres una de esas rígidas...pero...joder...actúas de puta madre...ni la actriz esa...guapa...y...- Mayo miraba al techo y canturreaba.

-No es rígida, es frígida. ¿Cuántas veces te lo he repetido ya? Ni me lo digas; como mínimo dos por cada vez que me has hecho estas gilipolleces- Christian la miró, esta vez serio y se detuvo un momento, jadeando.

-¿Pero a ti... qué cojones te pasa, Mayo?- se incorporó un poco. Ella le acarició el cuello con indiferencia.

-Que me duele la pierna y Alanis ha muerto- le mordisqueó el labio de abajo y le peinó con los dedos el pelo. Retumbó una carcajada áspera.

-Dios...es que eres única, chica...Estás muy muy ida pero...pero a mí me da lo mismo...porque eres estupenda y tienes una voz así como de carajillo y de chica de la línea caliente y encima estás buena...y eres inteligente y escribes poemas más bonitos que los del Cela ese...Hablas sola y ahogas a tus cactus con agua mineral...y cobras una mierda de pensión por invalidez y nada por viudedad y vives en un cuartucho de mala muerte...y siempre llevas esta gabardina de tu...pero me encantas...-Christian tragó saliva y posó su mirada en la de ella.

-¿Cela poesía...?- se limitó a comentar ella. Luego, durante un rato estuvieron en silencio y se besaron hasta que ella se desabrochó de él y buscó su gabardina gris entre el suelo de baldosas negras y colillas ya apagadas. Sacó el sobre que llevaba desde por la mañana guardado en el bolsillo y se lo tendió a Christian, que la miró sin entender. Se abrochó los botones, ató el cinturón y se recogió el pelo con el palo de un pincho moruno que encontró abandonado en el plato de una mesa.

-Échala al buzón cuando puedas, por favor.

-¿Por qué no pone el nombre del destinatario? ¿Y de qué va esto?- desnudo, se puso en pie.

-Es una carta de amor- el hombre la miró con los ojos muy abiertos; iba a decir algo pero prefirió callar. Y ella sonriente se dirigió hacia la puerta del bar.

-Espera, espera. ¿Y qué significa que no ponga mi dirección en el sobre? Va guapa, no me vengas con jueguecitos tontos. El único hombre de tu vida soy yo y lo sabes. ¡Ja! Calla, voy a ver qué me escribes- se fijó en la mirada desconcertada de ella y detuvo su acción.

-Para ya Christian...- Mayo negó con la cabeza y se sentó en el escalón que separaba la calle del recinto.

-¿Calle del Ruiseñor, 19? Pero...cariñito mío si esa es tu dirección...ahí vives tú ¿no te das cuenta?- agitó la carta en el aire y se pasó la mano libre por la frente.

-Lo sé. ¿Y qué? ¿No me puedo enviar una carta romántica a mí misma?- sus ojos se enrojecieron- ¿Me tengo que morir sin saber qué se siente cuando sabes que hay alguien a quien le importas de verdad y para siempre? Coño, que me merezco un poquito de amor y nadie se ofrece ya a dármelo. No quiero irme al otro barrio sin recibir una segunda carta que me haga llorar de felicidad- las primeras lágrimas caían por las mejillas de Mayo. Él la observaba en silencio, cada vez más triste- A veces actúo, ¿sabes? No se me va la cabeza. Lo parece, pero porque es esa la única alternativa que me dio esta puta vida para aceptar mi situación. Y es que un día tuerces una esquina y te tuerces tú también- salió del bar acompañada por el tintineo de las campanitas de un móvil que pendía en el techo, junto a la puerta.

Christian permaneció inmóvil, con los ojos puestos en el umbral de la puerta. Minutos más tarde, asintió. Mayo tenía razón. Era víctima de un exilio voluntario; pertenecía al grupo de los que se van por no molestar y no verse más ignorados, por la puerta de los perdedores. Cogió un papel de la libreta en la que apuntaba las comidas que pedían los pocos comensales que se pasaban por el bar y garabateó unas palabras de caligrafía barata en líneas torcidas. Violó la intimidad del sobre y metió la hoja dentro. Luego lo cerró, pasando su lengua por donde lo había hecho antes Mayo.

Echó la carta al buzón, por la rendija que ponía “resto de destinos”, porque Mayo, al fin y al cabo, pertenecía a ese grupo de gente que por las circunstancias e imprevistos del destino, ve truncada su vida y su futuro. Gente que sólo recibe como premio de consolación, una miserable pensión por invalidez para compensar la pérdida de la capacidad para poder trabajar y ganarse la vida. De la pensión de viudedad no percibía a penas nada, porque él antes había estado casado con una mujer que le había regalado cuatro hijos. Y toda la vida al traste por querer llegar antes a ningún sitio. Un contrato temporal que no te renuevan; una fractura en la columna y una pierna eternamente jodida; una hipoteca que no puedes siquiera imaginar en pagar; una vida que se rompe y poco más. Esa es la vida de Mayo. Ilusiones que se deshacen como pompas de jabón, sueños confiscados, proyectos vetados porque amenazan con derrumbarse. Y ella sola ya no puede.

-Al resto de destinos perteneces, Mayo y ahí te envío este sobre. Tardará más en llegar la carta que te salve, pero llegará; ya lo verás- miró a su alrededor y echó a andar.

Texto agregado el 23-09-2007, y leído por 89 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-09-2007 maravilloso me ha hecho llorar y reir nani_sol
 
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