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Él me ha dicho que va a esperarme en el café de enfrente de la plaza. Que va a esperarme, aunque me demore. Bueno sería que me hiciera algún planteo, él, que vive a tres cuadras, mientras que yo me cruzo la ciudad después de doce horas de trabajo. Pero no es novedad, siempre fue un cómodo, un nene de mamá, que después de ocho horas de oficina, llegaba a la casa, se duchaba, tomaba lo que mamita le preparaba, y a enchufarse frente al televisor, mientras esperaba que llegara la novia, que venía con los pies reventados de estar de pie dale que te dale arreglando los pelos de señoras copetudas, y que no tenía, ni tengo, quien me cocine, me lave, me planche, y. Lo que faltaba. Llueve. Empezó con unas gotitas finitas, y ahora cae a baldazos. Mejor, el agua me corre por la cara, y ya no sé qué es agua y qué son lágrimas. Estoy tan cansada. Tres semanas, hace que cortamos, y hoy me llamó a la peluquería diciendo que tiene que verme, que tenemos que hablar, que después de cuatro años de noviazgo no podemos decirnos adiós así como así. Y puede ser, quizá tenga razón, no sé. Pero como si no hubiera llorado poco, yo, en estas tres semanas, como si fuera el único que sufre. Si yo lo quiero, bien sabe que lo quiero, pero estoy cansada, muy cansada, y no es solamente por las horas parada y dale que te dale al peine y a la tijera. De quererlo, de sufrir, de llorar, estoy cansada. Y yo le dije que hoy no, que los sábados son fatales, que mañana. Pero a él que va a importarle, la seguía, y yo no podía cortarle, y la hija de la Dinardi me miraba con una cara, aunque tenía razón. Si había pedido turno para temprano y yo la estaba demorando. La dueña me fulminaba entre pitada y pitada, y parecía que se iba a comer el cigarrillo. Y a mí, junto con el cigarrillo. Al final, que con tal de cortar, le dije que bueno, que en cuanto salía iba para allá. Y ya estoy empapada, hace tanto frío, y yo estoy tan cansada.

Germán estaba muy serio, cuando llegó al boliche. Me pidió un whisky con hielo, y se quedó mirando a través del vidrio, cuando empezó a caer una garúa finita. Me extrañó, porque nunca vino solo. Siempre estaba con algún amigo o con la novia, pero bueno, no le di demasiada importancia. Al fin y al cabo, uno puede tener ganas de estar solo, tomarse un trago. Pero volvió a pedirme otro whisky enseguida, y al tercero me miró y me dijo: “espero que la flaquita no se demore”. Tenía la mirada oscura y triste, pobre Germán, yo no sabía que se habían peleado. Llovía torrencialmente, cuando le serví de nuevo, y le aconsejé que no tomara más, y él me contestó: “estoy mal, gallego, si no nos arreglamos, me mato”. Se me hizo un nudo. Me senté al lado, total no había nadie.” Vas a ver que todo va a ir bien, es una buena piba”, le dije. Y él me miró, y movió la cabeza, como dudando: “ yo espero que sí, gallego, pero no sé, le hice tantas”.

Por suerte, el colectivo venía con asientos vacíos. Y claro, a esta hora la gente viaja para el centro. Va al cine, a bailar, se divierte. Yo voy, como siempre, a contramano. Todo el noviazgo, lo viví a contramano. Al principio no, todo era muy lindo, pero en cuanto se sintió seguro de mí, se achanchó. Los sábados, como hoy, yo tenía que ir a la casa, después de todo el día de trabajo. Cenábamos, y veíamos alguna película que había alquilado. Después, alguna vuelta en auto, un helado, un café; y los besos, y las caricias, y el auto estacionado en algún lugar escondido. Los domingos hacíamos el amor a la hora de la siesta, siempre el mismo hotel, supongo que el encargado podría haber salido de padrino de boda, después de casi cuatro años de vernos los domingos. Pero para eso tendría que haber boda. Y ya no va a haber, y cómo llueve, tengo tantas ganas de llorar, y estoy tan cansada. Todos los meses yo compraba algo para nuestra futura casa. Todos los meses, Germán arreglaba el auto o le compraba chiches nuevos. Yo quería pedir un préstamo para que nos compráramos un departamentito, Germán sacó un crédito para cambiar el auto. Los años pasaron, y yo empecé a sentir que no era importante para Germán. Peleábamos siempre y siempre por las mismas cosas, pero él me convencía. Hasta que no pude más. Y hubo un sábado como éste, si hasta creo que llovía igual, y yo no quise salir, y le dije que si quería verme viniera a casa, y que además no quería seguir acumulando años sin que él quisiera proyectar nada, y una cosa trajo la otra, y discutimos, y nos dijimos adiós, que es una forma de decir que cortamos, la palabra adiós no la dijimos nunca, son palabras para teleteatros. Llueve tanto, casi no se ve la calle. ¿Por dónde dobla el colectivo? Parece mentira, cuatro años viajando al mismo lugar, y hoy me siento desorientada, perdida. Tengo la sensación de haberme equivocado de línea. O quizá haya cambiado el recorrido, por un desvío. Pero sin embargo, avanza y no reconozco el lugar. Mejor me bajo no bien vea calles más iluminadas, y si no me ubico, me tomo un taxi, aunque con esta lluvia, no sé si conseguiré. Y yo te quiero tanto, Germán. En este momento, desearía bajarme, encontrarte y apretarme a vos, y decirte cuánto te quiero y cuánto te he extrañado. Pero no voy a decírtelo, porque esto no tiene arreglo, no sé si vos me querés de veras, ni entiendo por qué tenías que verme precisamente hoy. Y los recuerdos vienen todos juntos, y esta angustia, y este cansancio.

“No viene, gallego”, dijo mirando el reloj. Y yo le dije que él sabía que los sábados eran los días de más trabajo en la peluquería, que él mismo me había comentado que salía a cualquier hora, y que para peor, la lluvia siempre complicaba todo. “El que complica todo soy yo”, me dijo. Y se pasó las manos por la frente, por el pelo, y vi que le temblaban. “La desatendí mucho, ¿ sabés? Ella me tuvo un aguante bárbaro y yo no lo supe apreciar. Es que me costaba renunciar a algunas cosas, vos sabés, el autito nuevo, las pilchas, esas cosas. En casa, nunca tuve que poner un mango. Ella en cambio, estaba acostumbrada a privarse de algunas cosas desde chica, ¿ entendés? Pero bueno, ahora me doy cuenta de que si no la tengo a ella, todo lo otro no me importa, no me sirve. Y tengo miedo de que sea tarde. Servíme otro, gallego, hacéme la gamba”.
Y yo traté de convencerlo de que no tomara más, pero en realidad no sabía qué era peor. Le ofrecí un cigarrillo y aceptó. Por lo menos durante un rato pude mantenerlo alejado de la botella. La calle estaba un poco inundada. Esa noche no era probable que viniera nadie más.

Me bajé medio atontada, y ahora me doy cuenta de que me bajé antes, pero iba en camino. Estoy hecha un lío, no pasa un solo taxi. Germán, sos un hijo de puta. Yo, en medio del agua, muerta de frío y cansancio, y vos, lo más campante, bajo techo, calentándote con un café. Cómo querría tomar un café bien caliente y una aspirina. Me está doliendo tanto la cabeza, mis pies están helados en medio de mis zapatos, que parecen canoas en pleno naufragio. Debería tomar un taxi, sí, irme a casa, pegarme una ducha, tomar el café con la aspirina y acostarme. Que me espere. Yo lo esperé cuatro años, que me espere una noche, no se va a morir. Pero yo sé que no lo voy a hacer. Siempre hago lo que él quiere. ¿Por qué? Si ya habíamos cortado, y yo había llorado tanto, para qué me llamó. Pero no bien venga un taxi, lo tomo, y me vuelvo a casa. Me duele la cabeza, y tengo frío, y estoy tan cansada.

Le hice pata a Germán. Conversamos, traté de contenerlo, y en realidad había podido tranquilizarlo bastante. Estaba más animado y hacía proyectos. De pronto, se quedó pensando, miró el reloj y me dijo: “ Todavía debe estar abierto el negocio de la estación. ¿Sabés? Voy a comprarle flores. Nunca le regalé flores. Por favor, gallego, si viene antes, decíle que no tardo, que vuelvo enseguida”.
Ahora que la veo bajar del taxi, todavía estoy temblando. Ni sé cómo se lo digo, si no puedo, si no quiero creerlo. Yo le dije a Germán que no saliera, que había tomado demasiado, pero no sé, tendría que habérselo impedido.¿Y cómo? A ella le digo vagamente lo que prefiero creer, que las calles estaban inundadas, el asfalto, resbaladizo y el auto, el maldito auto. “ Está bien”, me dice ella en un susurro. Habla despacio, parece agotada, sin fuerzas. Las palabras se le caen densas, pesadas como clavos. “ Está bien”, repite. “ Yo sabía que Germán y yo no íbamos a arreglarnos.”

Texto agregado el 23-03-2004, y leído por 311 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-04-2004 Me pareció muy bien presentado, con un lenguaje coloquial que nos acerca al problema. Pienso que es un acierto los dos narradores que van sin quererlo al encuentro del final. Camil_A
 
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