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hoy no puedo creer que facundo sea este chico flaco, de barba raleada, que está inconsciente en terapia intensiva, lo miro, le acaricio una mano, quisiera poder ver otra vez los ojos negros que no puedo ver porque los tiene cerrados, los ojos negros de facundo, la imagen me lleva a la imagen de facundo cuando tenía cinco años y arrastraba como podía al hermanito más chico, un harapo de suciedad y moco, y estaba escapando, siempre escapando, pero él nunca lo dijo, ni siquiera cuando lo invité a jugar un picadito en el patio de la parroquia, y él dijo que no, pero no me dijo que se escapaba, menos iba a decirme de qué o de quien se escapaba, ni siquiera cuando quise tentarlo, soberbia de diablo disfrazado de cura, cuando quise tentarlo con un tazón de café con leche y pan con manteca y dulce
Es como si lo viera:
Los ojos le temblaron.
Los enormes ojos le temblaron de rabia, o de dolor, o de miedo. No sé cómo pudo irse tan ligero, con la dificultad que oponía la resistencia aturdida del hermano menor.
Volvió dos o tres veces, y me vio jugando a la pelota con los chicos de la parroquia. Lo
dejé que se quedara mirando, hice como que no me daba cuenta, y una tarde cualquiera,
lo invité a participar. Era bueno, para su edad. Después, lo hice pasar a la casa parroquial, le ofrecí el tazón de café con leche y un sándwich. Partió el sándwich y guardó la mitad en un bolsillo. Estaba aceptando con su hambre y con el hambre del hermano enroscada a la suya..
No le vi temblar los ojos. No sé si le temblaron esa vez, porque miraba el suelo, masticaba el pan, masticaba el suelo, masticaba lo que quería decirme o callarse. Después me miró. Tal vez sólo me arrojó el silencio de los ojos grandes, casi negros, antes de irse, corriendo y saltando sobre las baldosas del patio.
Durante algo más de un año, me visitó poco y salteado. Durante poco más de un año, aprendí a escuchar el silencio largo de los ojos oscuros. Aprendí, entendí, lo que callaba, los moretones que la ropa tapaba, y los que no podría ver aún en su desnudez.
Pero alguna vez, me regaló una sonrisa escasa de dientes. Y después de esa sonrisa, nos hicimos amigos.


INSERT

Decían que era un raterito, que no le alcanzaba con andar limosneando, que necesitaba
robar. No sé si era cierto, él decía que no, que la policía lo corría por pedir, lo corría por entrar a vender flores en las confiterías, lo corría por estar en cualquier parte en traje de
chicodelacalle. No sé si le creía. A veces pienso que me decía la verdad. De una cosa estoy seguro. Llevara a la casa lo que llevara, al adulto que estaba detrás de todo, no le alcanzaba, y se lo hacía saber a los golpes.
Por eso lo entendía, y hasta lo ayudé, cuando mostró entusiasmo por los lugares en que había flippers y juegos electrónicos. Otros aspiraban pegamento, él se prendía a las vidas prestadas de los juegos.
Se hizo tan hábil, que casi no gastaba dinero, tantos eran los créditos que conseguía. En
algunos lugares, lo tomaban como atracción, en otros, molestaba. También tuvo que escaparse de esos lugares, con los pasos de ardilla que yo le conocía.
Me gustaba salir a caminar después de la cena. Sentía que era mi momento de descanso, y la verdad, me resultaba más fácil charlar con Dios, en el silencio de la noche y mirando el cielo, que arrodillado frente al altar.
De regreso de una de esas caminatas, lo encontré, semidormido, refugiado frente a
las puertas cerradas de la iglesia. Estaba muy lastimado. Lo hice entrar, lo limpié, le curé
las lastimaduras, casi no quiso comer. Le hice un lugar abrigado, con unas mantas, para
que descansara. Mientras lo tapaba, él me seguía con los ojos. No dejaba de mirar mis ojos, con los ojos sin temblor, pero con una calma que me dolía.
“Vos no vas a poder tenerme aquí, Juan”, me dijo.
Hubo un segundo. Un minuto. Todos los minutos de la angustia. No sé quién necesitaba las manos del otro, pero las mantuvimos juntas, sin dejar de respondernos las preguntas que no pronunciamos.
Después, Facundo se enrolló en la manta, se dio vuelta, me dio la espalda.
Cuando regresé de rezar frente al Santísimo, ya no estaba. Facundo había decidido por mí. Me la hizo fácil.
Pero lo volví a ver, meses más tarde. Venía a jugar a la pelota con los pibes del
Centro Parroquial. Quizá debí comunicarme con Minoridad, aún hoy, dudo, pero no fue necesario. La brutalidad de la familia o de los que fueran, la misma brutalidad que lo llevó a la calle, lo llevó a un instituto de menores. Y después a otro. Y a otro. Siempre se escapaba.
Si yo no hubiera sido cura.
“Si no fuera cura”, le dije una de las veces en que fui a visitarlo. “ Si no fuera cura,
haría los trámites necesarios para adoptarte, te lo aseguro.”
Los ojos de Facundo no temblaron. No había dolor, ni rabia, ni miedo. Una blanca franqueza: “Entonces te equivocaste al hacerte cura, Juan. De vos es del único que
no escaparía.”

quisiera creer que mi elección valió la pena, si hubiera podido ser tu viejo, facundo, si hubiera podido servir a mi dios y salvarte a vos, pero cómo hacía, yo traté, traté de buscarte un hogar, hablé con quienes pensé que podía contar, pero vos decías sos el único del que no me escaparía ,juan, recé tanto, me hiciste sentir tan poca cosa, tan impotente, dudé de mi vocación, dudé de la sociedad, de cualquier cosa dudé, menos de vos, pero para qué, si te ibas a ir una y otra vez, volvías y te ibas, y todos mis reclamos y consejos chocaban
contra tu obcecación, solamente no me escaparía de vos, juan, pero no importa, dejáme, cuando estoy con los jueguitos mando yo, tengo tres vidas, la máquina nunca me gana, allí soy lo más, me mando solo, no pasa nada, juan, yo voy a estar bien, pero no me pidas que no me escape, la vida está afuera, aquí no vale la pena, juan
CREDIT 3

La primera vez que creí haber perdido a Facundo, él tenía trece años.
Dijeron que había inhalado pegamento. Dijeron que habían hecho apuestas fuertes.
Dijeron.
Me contaron que estaban en la Costanera, que el río estaba crecido. y que Facundo apostó a que era capaz de zambullirse desde la punta del muelle.
Lo vieron quitarse las zapatillas y la ropa. Lo vieron caer en picada hacia las aguas
inquietas de un león embravecido y tramposo. Lo vieron desaparecer en el agua, y vieron después el agua manchada de rojo.
No se encontró el cuerpo de Facundo. Tampoco sé si alguien lo reclamó. A los chicos de la calle, la calle no los reclama. A mí se me informó que seguirían buscando. No sé si buscaron.
Quince días más tarde, encontré un sobre sin estampilla dirigido a mí. La nota era breve:
Alguien te dejará esta nota, alguien que no hace preguntas. Era cierto, Juan,
lo de las tres vidas. Desperté en otra orilla. Sé que morí, pero al despertar, no me dolía nada. Estoy bien, Juan. Estoy vivo.
Ni siquiera conocía la letra de Facundo. No sabía si me escribía él, pero preferí creerlo, quería creerlo. Total, no había cuerpo, no había cadáver. Si a Facundo lo
hacía feliz creerse el tema de las tres vidas, a mí me hacía feliz creer que no había muerto.
Todavía recibí noticias de Facundo, de la misma letra de la nota, un par de veces,
en ese mismo año, y de dos lugares diferentes del país.

CREDIT 2
Esta vez me mataron, Juan. Te aseguro que yo no tuve nada que ver.
Hubo un asalto y yo estaba en el medio. La bala me atravesó el corazón. Pero la ambulancia tardó demasiado. Cuando llegó, yo me había ido.

CREDIT 1
Me dijeron que se daba. Me dijeron que se había metido feo en la droga. Quién me dijo. Me dijeron. La policía conocía a Facundo, conocía a otros que conocían a Facundo,
qué importa. Lo ubiqué, le hablé, le ofrecí ayuda. Volvió a mirarme con los ojos de cuando tenía cinco años, y de eso hacía una década.
“De qué ayuda me hablás, Juan.Vos sos cura, quién necesita un cura. Está todo bien, Juan. No pasa nada.
Ahora se está muriendo, le he dado la Extremaunción, no sé si a él le importaría, no sé si le servirá, pero soy un cura, hago lo que puedo. Soy un hombre, y hago lo que puedo, también.
Alrededor, todo es silencio, pulcritud. asepsia. Y Facundo, un cuerpo blando conectado a un suero, a una mascarilla, a un electrocardiógrafo. El monitor, y una línea indecisa. Los ojos de Facundo, entrecerrados sin crispaciones. La boca, apenas entreabierta, no demuestra dolor.
Me acabo de secar unas lágrimas. Lágrimas estúpidas. Inútiles. Lo beso, antes de salir, cuando entra la enfermera de la noche.
Minutos más tarde, todo es agitación y revuelo. El médico que está a cargo pide, ordena, encarga cosas. Y sin embargo, no hay nada que hacer. Sólo contener a la enfermera de la noche, que llora, aspira bocanadas excesivas de aire, y grita, susurra, trata de explicar que ha visto en el monitor, en caracteres claros y conocidos la frase:
GAME OVER, antes de que en la pantalla se registrara la inevitable línea plana.




Texto agregado el 24-03-2004, y leído por 467 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-06-2004 Me gustó mucho. El tema de las tres vidas es una propuesta interesante. Rengo
01-06-2004 Este cuento, me pareció original, y por eso empecé a leerlo. Luego encontré que la fantasía iba muy de la mano con la denuncia social. Interesante. Camil_A
 
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