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Hay un pedazo suyo que está muriendo. Ese pedazo se resiste. Tiene conciencia, sabe lo que ha hecho, llora por el futuro que se le niega. Muere dentro de usted a medida que usted cambia, día a día lo siente. Siente además que cambiará más. Que llegará el momento en que esa parte de usted desaparecerá del todo, silenciando esa voz proscrita que últimamente se ha vuelto tan molesta. El pedazo se esfuerza, se sincera, intenta cambiar a su ritmo, pero no se adapta. Está anticuado, dice usted. Está absolutamente fuera de control, debe morir, aunque yo no lo desee (lo desea por nostalgia, no es en verdad cariño). Ese pedazo suyo, que se afana por decir algo, que alguna vez le fue tan querido, está afligido. Si bien batalla y batalla, todo lo suyo es en vano. No habla usted de amor o de personas; habla de usted mismo, de la parte que alguna vez fue tan feliz y ahora es sólo un cuervo graznando patéticamente.

A veces, si realmente se esfuerza, si está recordando viejas vivencias, si se mira en el espejo y rememora, si se observa y ve que sus ojos brillan de otra forma (ni mejor ni peor, subraya), a veces, si es que el pálpito de su sangre en la muñeca le parece diferente, cuando tiene usted pensamientos recurrentes y todas aquellas cosas de las que se niega a escribir, siente un poco de pena. No la pena suficiente como para querer volver. No siente demasiado como para luchar por esa vuelta, y además, no se siente capaz de regresar los relojes a su punto de partida. Le parece fútil. Algo bueno vendrá de todo esto. Estaré yo destinado a convertirme en una estatua de sal, ríe; no, sonríe, con el rostro impávido, el ceño recto, las cuencas de los ojos vaciadas.

El pedazo no puede creer que usted sea tan desagradecido. Le recuerda lo que le ha dado, las experiencias que sin él usted no hubiera experimentado. No seas así, dame una oportunidad, a lo menos la opción de redimirme, de encontrar una senda dentro de ti, o canalizarme; a lo menos déjame la opción de saltar hacia otra persona, de palpitar en otro corazón (que el tuyo se vuelve rocoso y se ríe de mis desgracias, debería agregar, pero sabe que no ganaría nada diciéndolo).

Por favor, sólo esta vez déjame decirlo, ruega. Usted no lo deja. No es por perversión, no es porque se haya ensañado con el pedazo caído en fatalidad. Es que no le importa; no le interesa lo que quiera o no quiera; dejó de tomar en cuenta esa parte de usted. ¿No se siente mal? ¿No le echa de menos? le preguntan a veces los papeles botados, el paradero, el asiento de la micro. ¿A quien? responde usted, indiferente. Ah, claro, parece recordar, en un momento de lucidez. No. No me siento mal, responde, neutro.

Texto agregado el 17-10-2007, y leído por 162 visitantes. (0 votos)


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