TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / mustek / EL MINISTERIO

[C:318239]

EL MINISTERIO



“Quien no sabe disimular no sabe reinar”
Maquiavelo




El día que los tanques aplastaron el puñado de socialistas atrincherados en la Moneda, nuestro Ministerio fue acribillado. Intente llegar al centro, pero lo caótico y sepulcral del ambiente me obligó a guardar reclusión en el departamento. Pensé en la oficina desordenada por guantes militares, pensé en el fuego envolviendo dependencias, decretos volando por los aires y las puertas de madera noble del Ministerio bajo las orugas de un carro militar.

Timbré papeles en tiempos en agitados. Me apodaron el compañero amable, por la buena disposición a tramitar decretos de nombramientos que a la postre constituían reajustes en la escala única de sueldos. En poco tiempo sagazmente deslice mis habilidades por los vericuetos y atajos de la burocracia estatal. El trabajo prolijo y discreto facilitó mi prestigio en asuntos de gaveta. Nunca asistí a las concentraciones con banderas rojas y hoy puedo decir que tuve en mi escritorio durante semanas la ficha para entrar al partido, pero a última hora siempre dilataba estampar la firma. Recibí invitaciones informales para discutir un ascenso en el escalafón. En reiteradas ocasiones me ausentaba del ministerio con permiso administrativo a fin de enfriar halagos y regalías de la nueva administración popular. La discreción del que no tiene ambiciones, es apreciada en círculos de poder.

Pase de decretos revolucionarios a decretos supremos con entonación marcial. La bandera chilena se veía por todas partes, y el cuadro gris del nuevo presidente presagiaba los acontecimientos futuros. Las discusiones cesaron, de la noche a la mañana nuevos rostros de pelo corto ingresaron al ministerio. El temor inicial dio paso a la tranquilidad. Las nuevas autoridades se mostraron respetuosas conmigo. Regularmente concurría a la oficina del nuevo Subsecretario para beber café negro e informar del estado administrativo de la sección. Comencé a ganar la confianza de la autoridad. La singularidad de un servidor público vestido de uniforme no dejó de causarme estupor. Desde que había entrado al ministerio los uniformes se veían en rara ocasiones y la discreción grisácea del militar chileno se agradecía. El subsecretario, estatura mediana, cabellos blancos y mirada penetrante, capitán de fragata era un hombre acostumbrado a la libertad del mar. Por razones de Estado (según confesó) había aceptado el cargo, pero siempre añoraba el ajetreo marinero de barcos, palos de mesana y ordenes a la carrera. Al final un hombre de mar como gustaba definirse.

La mente de un marino es simple; la lógica causal no admite dudas: positivo, negativo se ordena y se acata. Al principio fue un ejercicio simple, pero las posibles observaciones carecían de espacio, no tenía margen de movimiento y los decretos pasaban sin corrección, empero, sin claudicar y aprendiendo del silencio prolongado esbocé una solución: Tres palabras con la formula “esto podría“, simple y concisa. La primera vez que intenté fue de sopetón, contrariado por mi interrupción el marino se contuvo en silencio, pero su reacción fue de aprobación, debió sentir que un civil le había asestado un golpe (impensado en el estado de la situación), pero mis observaciones solo se remitían al trabajo y el capitán al final de su gestión descansaba en el trabajo prolijo que realice por ese entonces. Fueron años dedicados a sacar leyes y mi oficina se transformó en un laberinto de papales, la secuencia de decretos, la profusión de los mismos y lo diarreico de los ministros militares para redactar documentos resultó asombro. Acumulando pequeñas victorias en la maraña de papeles inicié un juego peligroso, pero justo. La salvación administrativa de colegas caídos en desgracia otrora funcionarios honorables perseguidos ahora por el régimen y que carecían de existencia física. La ayuda a los caídos en desgracia no era por mi simpatía con el comunismo o el clásico afán nacional de ayuda al débil, no, no, nacía de algo oculto para la mayoría; la solidaridad de todos aquellos que han servido al Estado en un cargo de planta, gobierno tras gobierno, ministro tras ministro, subsecretario tras subsecretario sin importar el pelaje político. Eran finalmente mis colegas de trabajo y aquí subrayo el mis.

En medio de la brumosa realidad del ministerio, escale en la sensibilidad (si es que la hubo alguna vez) de las nuevas autoridades. El sueldo mejoró, recibí regalos imposibles de encontrar en el mercado nacional. Rubias curvilíneas, secretarias dedicadas se ruborizaban con galantes invitaciones. Compré un auto y todo pareció marchar mejor. Al capitán no le reprocho nada; la corrección inglesa entremezclada con lo grisáceo de nuestro carácter nacional no alteraron mi acucioso trabajo.

El recuerdo del pasado paradójicamente nos traiciona bajo el manto de la mirada optimista y voluntariosa olvidando multitud de hechos ínfimos deleznables y de apariencia irrelevante, pero brutalmente reales. Algo de esto imperceptible sucedió con la llegada de los Chicago Boys al ministerio. Cada repartición estatal de relevancia nacional tenía tres funcionarios impecablemente vestidos, peinados con gomina y zapatos negros brillantes que llegaban cada mañana a instalarse con el Subsecretario. Algunos de la secta, porque lo eran, aficionados a leer los matutinos americanos e ingleses y multiplicar el café negro en agotadoras reuniones. A la hora el marino me tenía recitando instrucciones apresuradas que esos tipos le habían dejado en la minuta del día.

El mas joven en poco tiempo se aficionó a comentar sin tapujos las medidas que se adoptaban desde el Ministerio. De estatura mediana los ojos de este ingeniero se encendían bajo arduas discusiones que llegamos a sostener en mi oficina. El léxico rebuscado y desarrollista con que exponía las ideas casi a nivel de creencia, contrastaba con una homosexualidad perfectamente disimulada. Entre la idolatría a Adams Smith, la apologética a modelos económicos que todo lo solucionan, poco a poco fui acercándome a ese secreto. Ademanes y miradas para un hombre son cruciales y traidores. En cierta ocasión bebiendo unas copas confesó su secreto y me imploró reserva. Su “desviación“, era imperdonable en esas circunstancias. Nuestra realidad constreñida por marchas militares en la radio, la lucha contra la subversión y el comunismo internacional no dejaban dudas. En este Gobierno hombres y mujeres nada más. Para el era difícil disimular su atracción ya que siempre elogiaba mis análisis realistas frente a tanto plan de teoría económica y a pesar de eso siempre logré un equilibrio precario respecto a este tema en la subsecretaria. Trabajo es trabajo me repetí por aquellos días.

Los episodios negros de una vida eclipsada por la conspiración se tejen fuera de ella, entre copas o sonrisas, reuniones silenciosas, humo y café. A la sombra de la ignorancia del sentenciado. Una oscura tarde de invierno, salí del ministerio y enfile como era habitual al estacionamiento. Me percaté que un hombre seguía discretamente mis movimientos. Aceleré el paso pero resulto inútil, presentí súbitamente mi posición. Entre las sombras cuatro individuos me fletaron en una camioneta, envuelto en una frazada percibí ese olor irresistible a la conspiración. Los golpes sucesivos agudizaron la precariedad de la situación y solo atiné a callarme. Lo indescriptible del régimen apareció con crudeza y perpleja realidad. Aquello de lo que no se hablaba, aquello que siempre se mantenía en silencio por temor u olvido, superó la leyenda. En medio de gritos, silencios prolongados, dolor físico y tormentos mentales me extravié en el infierno. El frío del cemento húmedo de los sótanos de la policía secreta, las mordazas que ahogaban mis gritos y el aroma horrible de carne chamuscada por la electricidad hicieron trizas los recuerdos más preciados de mi existencia. Las horas de interrogatorio socavaron todo intento de resistir; carcajadas de los verdugos y burlas que simulaban el fin simplemente doblegaron la poca vergüenza que aún guardaba. Repetí a los sin rostro que el trabajo en el Ministerio era todo lo que tenía, invoqué al capitán de fragata y termine con el rostro hundido en agua pestilente. La confesión firmada y borrosa por el aturdimiento fue un acto reflejo de quién esta despojado. El abismo del tormento provocó la sensación de que la vida no tenia sentido y que el daño irreparable instintivamente me arrojaba a la muerte. La vida se escapaba a pedazos.

La mañana que desperté en la plazoleta, la llovizna había humedecido la ropa y un pájaro observaba intrigado mi postura poco decorosa en la banca. Caminé toda la mañana, no tengo idea cuantos kilómetros, pero deambule por las calles porque quería pasar a solas la degradación que sufrí. Sentí en lo odiosa que resultaba la vida este país, pensé lo inútil del Ministerio, los papeles, los trámites interminables y las reuniones que destruyeron mi vida. Fui lentamente aceptando toda esta charada sin más explicaciones. En el Ministerio nadie sospechó de la macabra aventura, solo cinco minutos de un café humeante sin azúcar junto al jefe casi al pasar el capitán me recomendó no transitar por lugares solitarios y menos sin compañía. Un dato me inquietó; El ingeniero joven desapareció.

Ese día comencé a esbozar planes de escape. El futuro me aterraba y no volvería a repetir esos días macabros. El plan consistía en que el primo Arturo que vivía en Madrid enviaría una invitación a pasar unas vacaciones y ese inocente viaje significaba que no retornaría a Chile. Con la venta de la casa en la playa cubriría los gastos al menos por un tiempo. En ese delirio acaricie la idea de cruzar la frontera Francesa y pedir asilo, contar mi historia. Victimizarme, esperando la solidaridad gala. Planes que solo existieron en mi afiebrada cabeza. El capitán de fragata dio paso un ministro civil, la policía secreta sufrió una mutación civilizada, comenzaron las presiones por los derechos humanos y la oposición política emergió de los subterráneos para buscar el poder. Deje correr el tiempo, ya no intente colaborar, aborté mis pretensiones si es que las tuve alguna vez, y comencé lentamente a pasar como un fantasma por el ministerio. Solicite el traslado a otra sección: El archivo. En el subterráneo con tubos fluorescentes día y noche, repleto de estantes metálicos atiborrados de carpetas y papeles en pasillos interminables que a veces pensé llegaban hasta el Mapocho, pasé los años restantes y fue un refugio seguro. Pasaba los días sin prestar atención a la hora y el calendario rodeado de tazones de cafés. El hombre del aseo con un tímido saludo me recordaba que había vida en la superficie. Domine todas las siglas burocráticas impronta de todo documento estatal. Encontré decretos, leyes de la República gangrenados por musgo floreciente. Descubrí un cuartito que albergaba documentos del siglo XIX, papeles ilegibles firmados por ministros inexistentes en los libros de historia. Una declaración de Independencia que no tengo la certeza si es original y que tengo en mi poder. Membretes extranjeros y una medalla militar de la guerra del salitre. Pensé que en esa sección alguien quería recordar más de la cuenta. En ese profundo subterráneo trabaje en secuenciar las reformas a la ley de rentas desde el gobierno democristiano, todas sus modificaciones, arreglos y observaciones. Sumergido en papeles y más papeles, trabajé noches completas; A mi jefe un ex - aviador preocupado por encerrarse con la secretaria en su despacho siempre lo urgía con la reducción de documentos, y el siempre con mucha marcialidad recomendaba no quemar los decretos supremos del general.

Distraídamente llegó la democracia. Las agitaciones y concentraciones volvieron a la calle. Desde mi despacho una pequeña ventana a ras de suelo con una rejilla y vidrio empavonado, casi imperceptible al transeúnte común, se colaban las proclamas de los nuevos tiempos.

A los pocos meses el Ministro en persona me entregó el decreto de jubilación. La gran puerta verde con bordes de bronce se cerró a mis espaldas y el Ministerio flanqueado por las luces de la calle me pareció imponente. En la esquina las balas incrustadas aún no habían sido borradas por la naciente democracia.

REGISTRO DE PROPIEDAD INTELECTUAL
INSCRIPCIÓN N° 159.210
SANTIAGO - CHILE.

Texto agregado el 26-10-2007, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]