Ese perro que me mira con ojos de hombre, no se detiene, no quiere detenerse, no va a detenerse, y en medio estoy yo, casi deslumbrado, expectante; omnipresente esta él, que me mira, con sus ojos de hombre, siendo perro; y yo, lo miro, también tan fijamente como él lo hace en mi. No se va a detener, ni siquiera voy a intentar que se detenga, solo esta ahí, mirando, sabiendo lo que no hay que saber, y él, lo sabe. Ese perro con ojos de hombre que me mira lo sabe. Aunque ya no intente, yo, de bajar esa mirada, y aunque él no hable, solo me mira con sus ojos de hombre, y me dice, sin hablar, que lo sabe. Y esos ojos de hombre, me recuerdan a otros hombres, a otros ojos, y me recuerda que ellos también sabían lo que este perro con sus ojos de hombre saben, los ojos o el perro o el hombre, ya da igual, no bajara la mirada; y seguiré recordando, a mis perros, a mis hombres y a mi ojos, pero esos no son de perro, ni de hombre, y ya ni se si son ojos, aunque él si lo sabe, y no deja de mirarme con sus ojos de perro con mirada de hombre. Intento caminar, y ese perro con ojos de hombre me mira y se transforma en hombre con mirada de perro que camina a mi lado, que no deja de mirarme, y sigue sin hablar, no emite sonido alguno, aunque lo escucho, con su mirada, que volvió a ser perro y a ser mirada, pero no hombre, solo el perro me mira, y mueve la cola, sabiendo, lo que hay que saber, y lo que no; y me dice cosas que hay que saber, que ya sé, antes de que ese perro con mirada de hombre me lo diga, me lo grite, yo ya lo sé, pero no puedo dejar que el ya sepa que ya sé; aunque su mirada de hombre me increpe, no me intimida. Solo es un perro con mirada de hombre.