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UN BUEN SALTO

- Principios del año 2002, un niño de no mas de 21 años, si aun pudierase considerársele niño a tan longeva edad, se acerca a un edificio de piedra clara y lisa. 32 plantas imponentes que parecen engrandecerse conforme se acerca la mirada. Toda una imposición estructural capaz de empequeñecer cualquier mirada agresiva. La criatura se aproxima a la puerta con su mirada desafiante y un temple desmedido, son tales las armas que presenta que la confrontación aparece inquietante. Mirada al frente, respiración templada y ni un solo parpadeo frente al coloso edificio. Se ladea totalmente y camina hacia una de sus esquinas, enteramente desapercibido ante la muchedumbre de gente, por completo juzgado por su insignificante aspecto ante la sociedad. Alcanza la esquina con una mano, alcanza otro lado con la mano derecha y acercando un pie comienza lenta y segura, una ascensión. Los primeros metros en un suspiro, la masa de personas no ha comenzado siquiera a ver lo que sucede a su alrededor. Es precioso contemplar los momentos en los que sucede una historia al lado de lo cotidiano y nadie se da cuenta de que son parte de algo mas vivo que lo que les pasa todos los días.

-Como gotas de agua que van cayendo en el suelo, comienzan a levantarse las cabezas. Cuellos que se alargan para centrar ojos sobre aquella persona que se alza sin contemplaciones hacia el cielo, miradas que respiran ante algo que se sale de lo normal, y cerebros ansiosos de vivir una historia que contar sin querer mirar la realidad de que su vida este desvestida de toda emoción. Quinto piso, sexto piso, y la respiración sigue su ritmo, totalmente concentrado de lo que ha venido y lo que ha decidido hacer. Su pensamiento es su mundo. Cabalmente separado de los móviles que comienzan a funcionar debajo suyo avisando a las autoridades de lo que esta ocurriendo, sin reservas abstraído de los murmullos y jaleos bajo sus pies.

- Piso decimoquinto, decelera el ascenso y cambia es sentido ascendente por no radicalmente transversal, sigue en el camino planeado, colgado de la fachada en cuestión, se acerca a un saliente en el que puede sentarse, unos treinta centímetros de cemento permiten un descanso de lo mas estratégico. Se sienta sobre el, sacude sus manos satisfecho (todo parecía mas difícil en su cabeza de lo que realmente fue), saca un paquete de cigarrillos de su bolsillo, esta abierto pero casi lleno, alcanza uno a su boca y lo enciende con placer. La decisión ha hecho que el paso de lo planificado a la realidad fuese tremendamente sencillo.

- Dos meses después de cuando comenzaba esta historia y tras tres horas de comenzar esta formidable ascensión comienzan los resultados. El sistema creado para la protección de nosotros mismos inicia el movimiento de sus hilos y descubren a verse efectos en forma de sirenas y personas de uniforme. La unidad 0224 dispuesta para la atención de los casos de suicidios esta preparada para actuar. Están estudiando los mejores accesos para conseguir acercar un negociador preparado para estos casos.

Ocho de la tarde. Comienza a anochecer. El cielo esta precioso desde un decimoquinto piso. Es su cuarto cigarro y se acerca descolgándose desde el ático del edificio un hombre blanco, de media altura, una marca de nacimiento sobre la ceja derecha y una calma totalmente fingida. Creyéndose que tiene alguna posibilidad de hacerse con la situación, el negociador comienza el estudiado protocolo para conseguir un control. Establecido el contacto visual sin rechazo comienza el contacto verbal. Un suave hola parece el principio indicado. No hay respuesta. Solo una mirada con aquellos ojos que reflejan un abismo impenetrable. El chaval es joven, piensa el negociador, y enseguida su intuición le indica el papel que debe de jugar para un final sin incidentes. Sus movimientos son lentos y continuados. Atado a su arnés de seguridad se coloca a dos metros suyos y se sienta de forma suave para entablar una conversación con el chico que le lleve a convencerlo en el cese de sus intenciones.




¿Tienes un cigarro? – pregunta sin mirarle a los ojos, no quiere parecer agresivo ni directo.
El chico mete su mano al bolsillo y saca su paquete, selecciona de él dos cigarrillos y lo coloca a su lado, cerca de su rodilla. Enciende el suyo y lanza el otro al negociador. El volar del mechero a unos cincuenta metros del suelo parece hacer la situación mas tensa. Acaba de recordar que esta a un solo empujón de una muerte segura, pero eso no le inquieta, su compañero de alturas acaba de encender su cigarro. Ahora si, apoya su espalda contra la pared, sigue sentado, arremete una eterna calada y levanta la mirada. Acaba de morder su trampa.

A cincuenta y siete metros del suelo todo es distinto. Mas de ciento cincuenta hombres se han movido para conseguir bajar a ese chaval (aparentemente un pirado) sano y salvo, sin un rasguño. Han estudiado estas situaciones. El experto sabe lo que tiene que hacer. Disponen de todos los medios posibles para solucionar este problema. El chico parece calmado, esto no debería llevarles mucho tiempo, y todas estas conclusiones no les dejan ver que están en una tremenda inferioridad de condiciones.

Aarón recuerda. Hace unas semanas fue a casa de su madre y vio en persona como esta recibía una paliza de alguien a quien él no conocía. Ella vivía sola y había dejado la puerta entreabierta. Era una mujer frágil y solían aprovecharse de ello. Aarón sabia que la mejor manera de actuar era la calma y la sangre fría, totalmente helada preferiblemente. Adoraba a su madre y el odio a quien la golpeaba era de una magnitud tal que debía recibir su merecido de forma tranquila y dolorosa. Aquel hombre salio de aquella casa mientras el se escondía tras las escaleras. Acertó a ver su cara y corrió al lado de su madre. Consiguió tranquilizarla y limpiarle las heridas. La tendió en la cama y agotada por el cansancio durmió mientras el encendía un cigarrillo y se servia un coñac. Nunca olvidara la cara de ese hombre. Nunca se perdonaría si quedara sin venganza.

La vuelta a la realidad es satisfactoria. Una ligera mirada le sirve para comprobar que el negociador no lleva micrófonos. La conversación comienza con algo de tranquilidad.
-Solo al acabar este paquete de tabaco me lanzare al vacío, me gusta pensar en esa situación, así que no tengas prisa por convencerme, pero has de saber que te estas fumando cinco de los últimos minutos de mi vida. No es más valioso mi tiempo que el tuyo, pero si me escuchas con calma te contare mi historia.
Todo parecía a pedir de boca, una situación tranquila y un suicida con ganas de hablar, no parece muy peligroso para un negociador con experiencia.

Una hora y cuarto mas tarde quedan cuatro cigarros. Aarón vuelve a recordar. Aquella noche durmió en casa de su madre. Estaba terminando derecho con unas notas excelentes. Había concluido los exámenes y tenia todo el tempo del mundo para buscar la cara del aquel hombre que había agredido a su madre, para investigar la manera de infringirle tanto daño como el que el había sufrido. No fue difícil. Era un chico inteligente y supo buscar. En una semana tenia toda la información. En otra semana idearía su plan. Frank Milton, blanco, media altura, una marca de nacimiento sobre la ceja derecha y una ficha intachable como negociador de la policía, aparentemente impoluto. Ese hombre golpeo a su madre y ese hombre pagara por ello. Solo hacia falta un poco mas. Dos empujones claves. El primero, que alguien a cincuenta y siete metros de altura le recordara la historia en la que en un forcejeo y tras varios golpes, su hijo perdía la vida a manos suyas por un golpe en la nuca contra un escalón. Tal vez un suicida con una historia parecida reavive esto en su mente. El segundo, que tras escuchar un testimonnio que le recordara su caso, alguien le dejara absorber sin saberlo, una cantidad suave de droga en cada calada que le hiciera bajar los pocos muros que podían quedar entre el negociador y su final.

Nueve y media de la tarde. Todos miran hacia arriba esperanzados. El negociador les hace una señal indicando que todo ha terminado, mira a los ojos de Aarón, agarra su paquete de tabaco y lo encaja en su bolsillo de la camisa.
- Dijiste que solo saltarías cuando lo terminaras. Yo merezco esto más que tu.
Se incorpora. Lleva su mano derecha a su espalda y suelta el cable de seguridad que lo agarra. Llorando, pega su espalda a la pared, respira hondo, y lanza su cuerpo al vacío. La muchedumbre enmudece y Aarón respira. El negociador yace postrado en el suelo ante la conmoción popular. Aarón contempla el cuadro desde un decimoquinto piso. Solo queda el final. Tras aguantar con firmeza todo lo planeado, no hay riesgo de que tiemblen sus manos ya. Todo ha terminado. Solo queda descansar.














Texto agregado el 08-11-2007, y leído por 63 visitantes. (0 votos)


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