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El arrastre de los pies dejaba ver una linea zigzageante sobre al arena. Días antes, cuando todavía las piernas podían sostener elevados los huaraches de baqueta y cuero, sólo se percataban cuatro pequeños agujeros sobre el suelo; dos de ellos, los de adelante, formando una hendidura más profunda que los otros.
―No voltees atrás― se dijo ella, sin despegar la vista del cerro que venía siguiendo desde el momento que decidió emprender la travesía. Sin dejar de caminar, tomó el bule que pendía de su brazo izquierdo, lo llevo a la boca y le dió un trago; dentro, sólo encontró un aire acumulado por el calor de los días, se limpió la boca con el brazo, dejando una mancha oscura sobre la boca y lanzó el recipiente hacia un costado―. Atrás no queda nada― continuó―, los recuerdos que llevas contigo serán suficientes para dejarte vivir, no ocupas más.
Poco a poco se habían quedado sin aliento, la piel se les había cuarteado; las uñas de los pies se les habían puesto amarillas y el sudor había dejado de salir apenas se les acabó el agua. Sobre el rostro se les notaba una palidez negruzca; de los labios resecos, arrancaban de vez en vez pellejitos que mordisqueaban para jugarlos y sacarles la última gota de saliva.
―Regresémonos ―había dicho él, mientras le sonreía a una iguana que asomaba la cabeza entre la tierra y sentía un ardor por reventársele la última ampolla del pie ―. Carmen vamonos, no vamos a llegar, si no fueras tan terca…
― Regresate tú, Miguel― balbuceó en esa ocasión ella, acomodándose el rebozo colgado de su espalda, sin voltear a ver al hombre que momentos antes había interrumpido su caminar para sacarse el huarache y limpiarse la mezcla de polvo con agua formada en la planta del pie. Trató de alcanzarla, pero se mantuvo a distancia por el ardor que despedía el caminar sin huarache, esto hizo que se retrasara aún más, así, atras, continuó como era su costumbre: siguiendo los pasos de ella, dejándola que guiara el camino.
La mujer, que en ese momento, escupía al aire el cabello que había estado chupando en afan de mojarse un poco boca, penso: “Si se quiere quedar, allá él. Yo no regreso”.
Él, como siempre, rogándole, continuó: “Vamonos mujer, mira que esto no tiene razón de ser, a qué vas allá, Tata Cornelio dijo que si ibas no llegabas y si llegabas no regresabas, estabamos mejor de aquel lado”. La mujer se detuvo un momento, como aceptando la suplica, se acomodó de nuevo el rebozo y sin regresar contestación, volvio a caminar sin detenerse, por días, aceptando o negando con la cabeza las suplicas de su marido. Despues, no tardó mucho cuando a él se le había ido el último ruego, dedicándose sólo a seguirla.
Ahora, era ella la que pensaba que divagar por ahí era como estar en el infierno, que lo que en ese lugar se respiraba era como lumbre, que si uno se detenía a sentir, se podía dar cuenta cómo las brazitas entraban por la garganta, quemaban los pulmones y buscaban salir por entre los hoyitos de las narices, pensaba que eso se podía evitar si regresaban, pero no, no tenía tiempo para detenerse a dar media vuelta, sabía que si se detenía, no dudaría en decirle que se quería regresar con él para morder los duraznos del árbol junto al zahuán, desgajar las toronjas, de Nana Martina, para comerlas con sal o bañarse en el rio a jicarazos, le haría saber que ya no quería caminar sin rumbo, sin saber a donde ir, le diría, seguramente, que le tenía miedo a la iguana esa, que los venía siguiendo desde hace dos días, apuntado un ojo hacia ellos y otro al frente por si torpezaba con alguna serpiente, que le tenía miedo a los zopilotes que los venian saboreando desde no sabía cuándo, que éstos desaparecian en la noche, que rezaba para que no regresaran y que lloraba, por dentro, cuando al salir el sol aparecian dando vueltas interminables sobre sus cuerpos, sabía, también, que si se detenía a pensar, le diría que desde hoy en la mañana se había dado cuenta que la niña que cargaba en la espalda se había muerto por la insolación y el hambre, que aprovechó un descuido para esconderla en los arbustos por que ya pesaba mucho, y que despues se arrepintió porque ahora sentía que pesaba más el rebozo sólo, que con el cuerpo de la niña y entonces le diría que la abrazara y que se regresaran. En vez de eso, prefirió seguir sin rumbo, levantar el brazo y decir: “ ya falta poco, nomas trás lomita”.
Ahora él, quedaba cada vez más alejado, pero siguiendo los zurcos que cada vez se veían más profundos. Seguir, ese era su papel desde que se casaron, aceptándolo, quizá por que como lo decial él “no tenía de otra” o por que desde un principio fue demasiado obvio en sus sentimientos, nunca pensó que si hubiera sabido ser disimulado ella lo sueguiría, como es la costumbre en el pueblo, pero no, siempre fue así y así había logrado el amor de ella, por eso la seguía, porque siempre la quiso, aunque no supiera si ella también lo quería o qué quería. Desde que se conocieron jamás pudo reconocer en Carmen algún sentimeinto, siempre se rendía momentos antes, como ahora que había dejado de hablar del regreso, no sabía que ella deseaba regresar, sino, le hubiera dicho que él también estaba cansado y que se había dado cuenta que la iguana los seguía y que los zopilotes revoloteaban sobre ellos desde que descubrieron que su hijo ya no se movía y más aún, le hubiera dicho que detrás de esa lomita sólo estaba otro cerro y detrás, un camino largo de arena roja y piedras calientes, que Tata Cornelio había caminado por ahí cuando niño y le contó que despues de eso se llega a otro camino igual de caliente y que ahí se te seca la lengua y que despues no tienes lengua, que se te seca el cuerpo y que despues no tienes cuerpo, que se te seca el alma y que despues no tienes alma, que ésta se queda vagando por ahí, con forma de zopilote o de iguana y que tienes que esperar que otros quieran caminar por ahí, para seguirlos hasta que mueran y tomen tu lugar como zopilote o iguana y que entonces te puedes ir a morir a donde quieras por que ya estarás libre, pensó en decirle eso, pero ella ya iba demasiado lejos, cuando él se retorcía en el suelo garabateando: “anda mujer, vamonos, mira que…”
Julio César pérez cruz.

Texto agregado el 13-11-2007, y leído por 89 visitantes. (0 votos)


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