Normalmente me despierto tarde cuando el sol cae sobre mis celulares que yacen en el baúl que funge de mesa de noche, miro mi entorno solitario y me resigno a saltar de la cama sin escuchar más pasos que los mios. Pantuflas, la bata que siempre me acompaña debido al frio intenso que cala mis huesos, salgo al pasadizo donde ahora reside mi oficina. Enciendo le computador con un simple enchufar y me voy al baño para la rutina de todos los días.

Al regresar, el jazz de la emisora de Yahoo inunda todo mi habitat, su ritmo dulzón y casi displicente, pero bellísimo, atenúa mi soledad y me evita tomar conciencia sobre mi desnudez. La pantalla del computador luce negra debido a su sistema de protección, muevo el mouse para iluminarla y entro en este sitio web mientras bebo un café.

Hasta este punto bien podría decirse que todo transcurre de un modo perfectamente establecido, automático y hasta robotizado. Pero yo aún no despierto hasta que me animo a escribir. Entonces, la máquina en que me he convertido sufre una metamorfósis en reversa: se hace humana y es sanada de su crónica soledad.

Por eso, a veces pienso que vuestros comentarios son el mejor desayuno para un individuo como yo, un desayuno de emociones...