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CUENTOS DE LO RARO
SILVIA ARCADI


PRESENCIAS OCULTAS

No fue hace mucho cuando en una de mis habituales conversaciones con un viejo colega, sobre el comienzo de la carrera, me pasó de haber recordado un momento de aquel pasado.

En aquel entonces la crítica literaria iba bien, surgían escritores válidos que dejaban rastros detrás de ellos y esto permitía un conjunto variado de trabajos: buenos empleos en las editoriales, buenos salarios y viajar al extranjero. Yo tenía un puesto de corrector, aspiraba a crítico, pero es evidente que nunca llegué a serlo. Pero aquel entonces fue la época más buena de mi experiencia laboral, viajaba mucho, conocía y veía muchas cosas, aunque también trabaja mucho sin descanso, pues quería conseguir convertirme en crítico literario, pero el hecho de poder viajar y ver el mundo, lo pagaba casi todo. Una vez, cuando recién salìa de la Academia de Escritores, nos habían organizado un tour por Italia, en un convenio cultural que recorría toda la Península. Bueno yo me quedé en Toscana, punto de llegada de nuestro itinerario, no seguí la escuela en todo su programa, no la seguí en ese momento. Llegué y me quedé en la región de la Toscana por varias razones, diríase (porque así prefirieron justificarlo luego) por el encuentro que había hecho con una chica italiana, la hija del dueño de la casa donde alojaba la escuela en ese viaje. En cierta parte era cierto, porque yo tenía una aventura con esa mujer, pero en realidad lo que me ató a ese lugar por un tiempo fue todo el entorno en el que vivía esta dama.
La región italiana de Toscana es un mixto de sabores, olores y sensaciones, nunca un lugar me había invadido tanto de emociones y de bienestar.




Cuando llegamos, nos hospedámos en una grande casa rural a las afueras de Florencia, un paisaje encantador rodeaba esta casa. Todo lo que producía, en extendidas hectáreas verdes, lo utilizaba para sustentarse, vendiendo los productos de los huertos y de la artesanía en las bodegas y en los mercados, en el casero restaurante que tenía, en la pensión media o completa que ofrecía. Era una verdadera hacienda en pleno mediterráneo en la espectacular naturaleza de esa tierra de la Italia central.
La casa era muy grande y daba una sensación de gran personalidad o sea de esos lugares donde el pasar del tiempo y de las generaciones que ha tenido en su protección, les ha producido un aspecto casi humano.

Desde el momento en que bajé del autobús que nos había llevado hasta allí a mi y a mis compañeros, fui capturado por la mirada de una chica que se destacaba de la númerosa gente que nos acogió a la llegada. Luego, casi sin pensar, me dirigí hacia ella, nos miramos profundamente, ella me cogió de las manos y me llevó consigo hasta el interior de la residencia. Al entrar en la casa, recuerdo que un fuerte olor semidulce me había invadido, casi mareándome. Luego la chica me había conducido hacia unas escaleras de madera vieja, aún puedo recordar el fuerte olor. Al cabo de éstas, entramos en una habitación, era su dormitorio, un espejo grande y antiguo nos reflejaba, vi como nos desnudamos y nos tumbamos suavemente en la cama. Hicimos el amor, un sexo tan apagante, dulce y suave que me dejó exhausto. Después de un rato volví en mí, me miré alrededor, luego la miré a ella, que dormía con su cabello castaño rubio largo y enredado sobre mi pecho. Pensé que podía haber pasado un buen rato desde nuestro encuentro y pensé que también podía haberme perdido el primer discurso de mi tutor.


Después de esto, me había quedado como atontado. Me sentía muy atraído y curioso por todo ese ambiente, por lo que había pasado con la chica y por todo lo que era ese lugar. No me sentía muy interesado por la razón concreta que me había conducido hasta allí, lo que me interesaba en ese momento era esa gente, esa comunidad, ese paisaje, ese color.
Y así pasaba mis días, curioseándolo todo, como por ejemplo: los libros viejos y llenos de polvo en las variadas librerias de la casa, las fotos, los cuadros, los objetos sobre los muebles, todo con mucho polvo, como si las númerosas personas que vivían allí no tuviesen tiempo ni voluntad de quitar el polvo. El polvo era parte de eso como una capa protectiva de esa antigüedad.
Siempre después de comer, me levantaba de primero e iba a la cocina, donde la cocinera, una mujer corpulenta y llena de vida, preparaba la comida. Yo, en primer lugar, le daba las gracias, por haber hecho de mi paladar un lugar en el paraíso. La verdad que los platos que salían de ese sitio no tenían iguales, sabores suaves, picantes y especiados, carnes de aves de caza, jabalíes de la zona salvaje que rodeaba el lugar. Pastas con salsas deliciosamente preparadas. Todo con productos buenos y naturales que ofrecía esa naturaleza abundante.
Luego subía y esperaba, como a menudo solía pasar, encontrarme con esa bella chica. Siempre con su belleza angelical, vestida de blanco, vagaba por la sala de piano. Una dulce melodía tocaban sus manos, casi me levantaba de ligereza alegría. Era hermosa, parecía inhumana.
A veces, por la noche venía a buscarme, me llevaba a su habitación y allí me quedaba hasta la madrugada.



Seguía muy poco mis compañeros, pero no me sentía culpable, más bien, si había un culpable era el organizador de todo aquel viaje, ya que en mí ese lugar había provocado como un hechizo. Era eso, me sentìa hechizado, increíblemente atraído y a la vez dolido por saber de no poder ser completamente parte de ese mundo. Yo venía de otro lugar, lejano, pero la gente de ese pueblo parecía darle poca importancia al hecho de que yo fuera extranjero, no estaba muy interesada en mi origen. ¡Tenían razón!, allí donde estaban, aunque en cierta forma aislados del mundo entero, lo tenían todo, vivían felizmente una vida genuina y tal vez era eso que tanto me atraía a todos ellos y a esa región.
Luego llegó el momento de ir, habían pasado dos meses, mis compañeros habían llegado a Roma para asistir al último seminario incluído en el programa. Yo, por supuesto, no iba a recibir ningún título y en realidad no lo sentía mucho, ni estaba preocupado por las escusas y además disculpas que habría tenido que dar al regresar a la base. En fin, tenía que alcanzar mi grupo en Roma y entonces de allí me tenía que despedir.
El último día de mi estancia en la casa fue muy emocionante. Era increíble, pensaba, cuando encuentras o conoces algo que te cambia la vida. Esos paisajes iban a quedar para siempre grabados en mi mente, no lo olvidaría jamás. A parte del paisaje, ese verde intenso que rodeaba las casas rurales de la zona, las variadas plantas, los árboles inmensos, el olor a naturaleza, a aire puro, a productos del huerto, a tierra. Pero a parte de todo esto, también los habitantes de allí iban a quedar para siempre en mi memoria. Lo que más me gustaba de todos ellos, era esa actitud de pasividad ante la vida. No era una pasividad negativa, todo lo contrario. Parecían todos metidos en un universo paralelo que solo ellos vivían. Esa forma de ser me gustaba mucho,


como si hubiesen encontrado el secreto para ser siempre tan sencillamente felices.
Aunque en mi permanencia en la casa no había dejado ni un solo detalle fuera de mi analítica curiosidad, mi última noche, fui recorriendo los pasillos una y otra vez. Y volví a mirar las fotos, los cuadros, los retratos de esa familia tan númerosa que era. Debía tratarse de esos nucleos de muchos miembros que quieren mantener la unión a travez del tiempo.
Y luego me fui y toda esta maravilla se trasformó en uno de los recuerdos mejor guardados de mi memoria.

Mi regreso luego fue seguido de muchas polémicas, por mi rara conducta, por mi ingratitud. Yo me limité en decir pocas palabras, no me gustaba defenderme, no porque no quisiese defenderme sino porque pensaba que fuera tiempo perdido cuando tenías a grupos de mucha gente enfadada, decepcionada de ti y en contra de ti.
Un día, saliendo de un discurso (ya no tenía escusas, no podía perderme ni uno), un colega de ese viaje que en cambio había seguido todo el recorrido organizado, saliendo de ello muy bien, quiso preguntarme qué razón misteriosa había hecho que me apartara de todo, yo que cuando quería, manifestaba mucho talento, por qué esa abstención, ese recogimiento y ese individualismo? Luego agregó que no negaba haberse también preocupado por mi persona y por mi salud mental y espiritual. Yo me quedé perplejo, no le entendía, no captava el doble sentido de sus palabras, por lo tanto le pedí que se explicara mejor y le dije que por lo visto, yo había optado por vivir esa experiencia de otra manera, de una manera planeada solo por mi voluntad y eso, al igual que todos los demás, él mismo incluído, que habían optado por


vivir el plan didáctico, me hacía sentir sereno y lleno de bienestar, típica sensación de cuando se vuelve de un viaje que sabes que te ha hecho bien.
Y al final, para evitar más y más polémicas y con un toque de humor para esfumar esa tensión que mi colega me trasmitía, le dije que había preferido a la profesión y a la carrera, la bella italiana y toda la gente de la casa.
Mi compañero se quedó mirándome y luego me dijo que no me entendía, que tenía tal vez un sentido del humor tan sútil que el no penetraba, ya que pensaba, tal vez a ese punto algo incrédulo, que en esa casa no vivía nadie, que la generación familiar, según lo que se decía, que había vivido bajo ese techo, había muerto hace siglos y después de ellos jamás nadie había vuelto a vivir allí, a parte yo por una temporada. Y dicho esto, se fue.

Texto agregado el 17-12-2007, y leído por 70 visitantes. (0 votos)


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