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Inicio / Cuenteros Locales / gallo-rojo / ¿Te sonrojaste?

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-¿Te sonrojaste? -y si lo hice. Me acabo de sonrojar como un muchacho-
-Si, francamente si, es cosa que ya no soy -le respondo sin saber bien el por qué-
-ya no soy yo tampoco ¿sabes?-dice ella con un tono tenso-, me siento envejecer como una maquina que ya hecha humo, que ya no circula sangre. Que ya no...!por eso no lo hice!
-¿sonrojarte?
-Extrañarte...
Por eso ella no lo hizo, por eso las cosas no se cambian de lugar, y no lo han hecho desde que me fui el otro año.Pase con ella la tarde en un ruinoso estado de embriaguez al otro lado de un teléfono público en el cual se alarmaron los dueños después de escuchar tanto improperio juntado a la fuerza.
En fin tanto tiempo, desde hace que no veo a Alejandra, que no me hace falta en absoluto el dejar vislumbrar lo que me sobra de macho aún y porque se me aparece de golpe, sentada sobre el basurero de lata donde acabo e escupir la melancolía que me llenaba al pasar frente a su departamento con la boca llena de sabor a humo; sale esa melancolía gentilmente y deja planchados los pocos pedazos de imaginación que me quedan para presentarle una vida, esperando, que no vaya a creer que se me vino el mundo encima desde ese día.
-Y, ¿cómo estas?
-Bien, salvo que estoy cansado, vine a comprar tabacos rojos... ¡por que rojo es mejor! –digo recobrando el animo-.Y ella ríe encantada con una carcajadilla de campanita, de esas que no oigo desde que me llevaba de la mano por la avenida de los chistes sobre mi autoestima; aun creo que le guardo confianza ,en el fondo, ella siempre fue más certeza que duda en mi vida. Me acostumbre con el tiempo a lidiar con esfinges de adivinanzas infantiles, llenas de labios de leonas, todas, con garras de gatito de alfombra, nunca como Alejandra.
Pese a todo: me siento como bajo una lluvia de gargajos que salen de esos senos fantásticos que no evito. Me sigue mirando, clara y dulcemente, tanto que voy sintiendo el impulso de llenarla de certezas paranoicas, y es que con un ademán me obliga a serle franco una vez más.
Sus labios se acercan a mi mejilla; yo la recibo y me retiro con rapidez, pero sin grosería, antes que su anillo atraviese mi espalda y me ancle de nuevo a su vida. ¡A ella le basta una herida abierta para hacerme suyo de nuevo y eso no,¡eso si que no!
Ante esto, se desnuda este lamento vacuo de “gato-en-celo”que ahora es mi seguridad personal. Eso me lleva a la respuesta de cajón:
-Bien, estoy bien – me pongo a buen resguardo y tengo que seguir sonriéndolo como atontado, enamorado, “como quien no quiere la cosa”-
-Que bueno -dice arrojando los signo de admiración, de tanta pereza, hasta acá: (¡!), yo me hago a un lado para dejar pasar esos palitos y puntos de su edad , dejar que se dibujen sobre un graffiti en la pared y se olvide de sus sueños frustrados conmigo; ¡que se desplome las garras contra esa pared!-
-Y si claro, por eso me sonroje, no sabia como responder a lo repentino de tu presencia, no tiene nada que ver con nada; es así la cosa, que se le va a...
-¡Yo aquí paseando!, ahora, vivo en el segundo piso, el mismo edificio; quise saludarte por los viejos tiempos... ,mmm... -este arrullo de duda es nuevo: algo se trama-
Me lleva así, sin más desparpajo, a otro tiempo más sencillo quizá, otro, en el que le bastaba una sonrisa por respuesta y su próxima respuesta era un cambio breve, de bolea, y que le permitía regresar sobre sus pasos-como lo hace ahora- y retirar su pregunta para reemplazarla por sus recuerdos de provincia del tren que bota bocanadas de humo negro, mas negro que el silencio oscuro que le precedían a sus relatos de la infancia, lograba multiplicar así los panes de la duda con su rezo monocorde, con su “y el tren sigue botado, ¡viejo!”
-¿Entonces?
-Entonces te vi comprando algo, o algo así, y aquí está, ¿no?; ¿que tienes allí?
Le muestro.
-Y... y eso.
-Cigarrillos...estas conciente...!estas conmigo!
-¡Si!, claro aquí estoy; y tu conmigo.
¡No! –dice mandando las admiraciones lejos, hasta acá (¡!), yo las reemplazo por los signos de interrogación para que ella dude en su certeza-
-¡No!, –ahora afirmo- porque cuando la pena es más grande hace más ruido al caer,por eso me quede callado hace rato; cuando me dijiste que no me habías extrañado.
-Nada debería estar prohibido ¿no crees? Alejandra estira una prolongación de acero en forma de garra que escapa de su dedo meñique y la apunta hacia la etiqueta de la cajetilla obligándome a callar de nuevo. Ella siempre sabe que hacer en situaciones difíciles...
“fumar mata”-dice la cajetilla- (ella sabe que las cajetillas no hablan, yo lo empiezo a creer... -o a dudar-
-Tu garra apunta solo a los pulmones ¿no?, eres una... -interrumpe apuntando la garra a mi pecho-
-¿Una qué? -se lleva la garra a su cabello apretujándolo en una actitud como de animal que se acicala-
-Una mujer muy segura de ti misma, cuando faltas te extraño -no me miento-
-No te creo, no creo que te haya pasado ni una vez por la cabeza. ¿Qué fue de ese que nunca me quiso? -ella se miente, y lo sabe, siempre sabe todo-, ¿de ése, que me llamo de un no-lugar a preguntar si lo quería?-se calma(demasiado)- ¿qué te hizo falta?
Hizo solo falta una flaca que me llevara a la playa, para llamarla a Alejandra y decirle lo que debía; el resto son solo certezas. Después de eso nada... Nada.
-Sentimentalmente para remediarlo, si quieres, voy a quedarme contigo para siempre si te parece, creo que nunca te deje jugar con fuego y ahora yo...
-¡ahora fumas! -me interrumpe y sabe bien por que lo hace, soy capaz de hacerlo, de traicionarme, y llegar incluso a quedarme con esta vagabunda soledad compartida. De tumbarme a las orillas de ese par de piernas de templo gótico; confiaría en mi mismo, en eso que me espera, luego vendrían las vendas y la sangre-
-Lo estoy dejando, en serio.
-¿Es cierto, que te acordaste de mí?
-si, cuando me acariciaban la espalda y se topaban con tus manos aún estaba tu presencia. Recogía entonces los pedazos de tu cuerpo que se quedaron en mi–lo digo con algo de rencor-, y las vendas, sangradas, por el cuerpo de mis viajes por esta maleta de agravios que ando a llevar.
-Deberías dejar de fumar, en serio, te hace hablar idioteces –habla en serio-
Alejandra se lanza a mis brazos como ocultándose y me clava su garrita en la espalda –no me molesta, es algo como un macabro placer-
-¿Ya estas contenta?
-Si ya lo estoy. Te voy a decir algo... subimos a mi apartamento y te pongo brujita en esa herida como en los viejos... –se asusta-
-No te asustes Alejandra, solo es sangre.
-No te apures, solo... no me gusta la sangre. ¡Y tampoco me gusta el cigarrillo!
-Es uno de los vicios que me ganaste “mi amor”.
Ya no me dice nada, solo se separa de mi con un empujón. Recoge algo del aparador y el tendero la ve marcharse: seguro antes pidió algo y obviamente no pensaba verme.
Alejandra se apresura a la puerta de su edificio-la veo cruzar la avenida-, jala pesadamente las puertas. Y luego me quedo dudando
-¿Por qué está tan loca? –digo haciéndome escuchar del tendero, pedazos de imaginación que me quedan para presentarle una vida, esperando, ¡que no vaya a creer que se me vino el mundo encima desde este momento!-
No se nada de lo que puede estar haciendo, o lo que hará después de esto, ¡yo nunca se nada!
-¿Que fue loco?, ¿Te fuiste a comprar a chillogallo o qué? -Me dice el Mario-
-No nada, acá voy llevando los tabacos, sino que me demore porque...!ve! –le muestro el hueco en la camisa y la herida-
-P...!, ¿que te paso?, allá tu flaca te cura, ¡fresco!
-Ella sabe curarme. ¡Siempre lo ha sabido todo!

Texto agregado el 24-12-2007, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
16-04-2010 te puse 5 estrellitas...porque me caes bien...y porque ademas...me gusto el texto !!!!!!!!!!!! mattildadelaire
 
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