Imagina que nuestras palmas fueran de hierro, que se uniesen bajo una atracción magnética a aquel que sentimos cercano, y nuestros dedos, blancas estelas de vapor... que en cada caricia atravesaran la piel del otro, entramando el tacto con la vista fugaz del estro desapareciendo.

Haciendo brotar el salitre con cada lágrima sobre nuestros rostros de bronce; saboreando la felicidad y la amargura con lenguas de cobre,

nuestros cuerpos receptores de imaginación voluntaria,

los ojos depósitos de sangre y cloro,

Así nuestras almas podrían soportar la rima de la máquina que nos separa de la vida…