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Toda la luz que alumbra la habitación es la de esa luna que cuelga ahí afuera, tímida, vacilante. Sé que te gusta la noche, por eso he querido esperarte así, casi a oscuras, entre penumbras. Oigo impaciente el reloj que, segundo a segundo, te acerca más a mí. Afuera la gente va y viene, un pie golpea una lata ruidosa, se escuchan risas que se alejan.
No has llegado aún y ya he empezado a sentirte. Recuesto mi cuerpo en la cama, sobre sábanas de sedas elegidas para ti, y dejo que el deseo recorra toda mi piel, hasta sentirlo morir en un breve pero intenso gemido. Mis ojos se cierran poco a poco. Un tintinar me saca de mi ensueño. Has llegado. Oigo tus pasos, huelo tu perfume. Siento tus labios rozar mis pestañas, acariciar mis mejillas. Tus manos aprietan mi cintura, me atraen hasta tu cuerpo, se hunden bajo mi blusa, acarician mis senos... tus dedos se detienen en mis pezones, mi lengua se une a la tuya y parece que ya no saldrá de tu boca, que nos quedaremos así por siempre.
Me desnudas despacio, como si no quisieras deshacer este hechizo que es sentir tus manos resbalar por mi cuerpo, despojándome de mis ropas. Aniquilas con tus dedos mi conciencia. En este momento existo sólo por ti. Te siento dentro de mí, recibo toda tu fuerza, todo tu ser, toda tu belleza.
Tu corazón se ha acelerado, tu pecho sube y baja con extraña armonía. Sobre él recuesto mi cabeza. Te entregas a un profundo sueño, yo me dedico a ver esa luna que amenaza con caer en cualquier momento.
El reloj apura el tiempo. Afuera una gata en celo mantiene en vilo a varios felinos. Ella espera, coqueta y llena de deseo, a que la pelea termine, para entregarse al desenfreno, a la locura.
Los gemidos de la gata te despiertan. Abres los ojos a la noche, al deseo. Te acurrucas a mí. Me acaricias con tus manos tibias. Besas mis clavículas, mis pechos, mi ombligo y haces que mi alma y mi sexo se agiten de nuevo. Esta vez me tomas con fuerza. Dices a mi oído, con voz ronca y transfigurada por el deseo, las más increíbles palabras. Siento en mi cuello tu respiración, tu aliento impregnando mi cuerpo. Extasiado, te derrumbas sobre mí.
La luna se ha ocultado. La habitación está completamente a oscuras. Allá fuera una gata es la dueña de la calle y de la noche. Dueña y tirana de un deseo animal que nadie puede frenar. Sus gemidos son cada vez más fuerte y en un momento parece como si la vida la abandonara. La orgía felina dura varios minutos, hasta que el silencio se apodera otra vez de toda la calle. Vuelves a dormir. La gata se posa y descansa en mi ventana. Mira nuestras siluetas con indiferencia, como si no estuviéramos aquí, como si no existiéramos.
El tiempo le ha ganado la batalla al reloj. Una lengua fría se pasea por mis pies, una boca despiadada muerde mis dedos. Es mi gata que juguetona posa en mí los residuos de su pasión. Afuera ya no está la luna, se ha quedado en la oscuridad, como te quedaste tú en ella, junto a mis sueños, en una noche te otoño.

Texto agregado el 10-01-2008, y leído por 73 visitantes. (0 votos)


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