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EL TESORO


Al llegar las cinco de la tarde, la ciudad se llena de transeúntes y mucho tráfico, se necesita mucha ecuanimidad para no caer en estrés, el calor invade los rincones, a no ser donde esté un frondoso árbol, donde muchos hacen un receso. Claro, se encuentran muy pocos, lástima... Como dije, a esta hora pueden suceder muchas cosas, incluso encontrar un tesoro.

Todos se movían buscando el regreso al hogar, entre ellos Andrés, que con su jabita en el bolsillo iba en busca del pan, que tanto le gustaba con su café con leche, así evitaba comer en las noches; por el día tenía reservado su almuerzo en un comedor obrero, cerca de su trabajo. Es el parqueador de autos frente a un cine; soñador, como hombre solo al fin, logra administrarse su vida, sentimentalmente se siente muy solitario, pero se distrae viendo pasar las beldades que desfilan diariamente frente a él.

Este día, encontró en la acera una maleta color negro brillante.

- ¡Coño! ¿quién habrá dejado esto aquí? - exclamó al tenerla en su manos - Había una moto en el parqueo... ya se fue, pero la verdad, no recuerdo bien la cara del chofer, se fue sin pagar; ya me voy casi, mejor me la llevo para que no caiga en manos equivocadas... y al menos para satisfacer mi curiosidad veré qué contiene; pero no la abriré aquí, esperaré a llegar a casa...

Podía ir caminando, apenas unas cuadras lo separaban de la habitación donde vivía, un edificio de diez pisos en muy mal estado, quizás por lo cerca del mar; él vivía en los bajos y al entrar se encontraba siempre a Sofía, la “custodio” del edificio, quien no recibía pago alguno a no ser el conocer la vida de los demás con lujo de detalles.

- Buenas tardes Andrés, ¿cómo estás?, ¿cambiaste de trabajo?
- ¿Por qué lo dices, Sofía? - preguntó él a su vez.
- Bueno, esa maleta tan linda...
- ¡Ah!

Él sonrió mientras se le hacía un nudo en la garganta.

- Es de mi hermana, son papeles del trabajo.
- Bien, no lo decía por nada, ¿sabes? Quiero que mejores de trabajo, es tan duro ese parqueo...
- Pues a mí no me parece tan duro, realmente me va bien.

Al fin pudo avanzar por el oscuro pasillo, al fondo estaba la habitación donde vivía con Katrina, su fiel compañera, una cotorra que le regaló su hermana para lo acompañara. Katrina era muy amable, le decía papá, ¡qué animalito más inteligente!

Se sentó en una butaca que podía tener cincuenta años, pero muy cómoda por coger forma de canoa, quizás los años diseñaron un mueble muy especial para él. Puso la maleta sobre sus piernas. Frente a él, una imagen del sagrado corazón parecía como si lo mirara atentamente, más la cotorra observando... sintió como si no estuviera solo...

A punto de abrir la maleta sintió un escalofrío, miró a Jesús y a su cotorra, y comentó en alta voz: ¡Mejor llamo a mi hermana y le cuento!

Lo cierto es que no sabia que hacer en tal situación, ¡ocurren tantas cosas en este mundo!

Al pasar dos horas, ni la luz había encendido. Se paró en una ventanilla al fondo de la habitación, que daba la impresión de un túnel, la soledad muchas veces hace sentir presencias espirituales, lo simbólico de cuadros con imágenes sagradas, una mascota que te mira fijamente y hasta una salamandra que dicen que es buena suerte, te hacen meditar antes de tomar decisiones, como si estuvieras en presencia de ojos virtuales vigilantes a tu conducta.

“Pero, ¿qué tiene de malo ver lo que lleva la dichosa maleta?, ¿acaso no tienes valor de abrirla?, ¿dónde esta el portero de fútbol que eras? Casi nunca fuiste regular, pero ¡cuántos deseos tuviste de ser bueno! Además, tuviste pleitos tres veces en el colegio... valor se te notaba, a pesar de salir siempre golpeado por no saber defenderte. Las cosas que pasan en la niñez son una secuela para el futuro, mucho de esto influye a la hora de abrir esta maletita”.

- Esperaré a mañana - comentó frente a la cotorra -, veré si alguien pregunta por esta maleta, y ya me sentiré libre, entonces la abriré, no quiero que la tentación me lleve a cometer un error que pese de por vida...- y frente al cuadro de Jesús dijo - Gracias padre, por iluminarme y darme paciencia, si no aparece el dueño la podré tomar y así hacerme del capital que necesito para comprar mi casita...

¿Acaso él sabía lo que tenía adentro? Bueno, son sueños de pobre.

Después de tomar su café con leche se fue a descansar; Katrina, en una esquina de su jaulita picoteaba un pedacito de pan con leche, era la misma cena para los dos, organizado que es este hombre. Eso sí, la maleta la guardó debajo de la cama donde sin duda él la podía sentir, ya que el bastidor se hundía, una reliquia que debía tener unos cien años, también con forma de bote, el tiempo había convertido la casa en una flotilla.

Al día siguiente, Katrina con sus canciones de “papá, papá, papá”... daba los buenos días. Ya Andrés se estiraba, acercándose a la jaulita sonrió, lo cierto es que en ocasiones pensaba que había cierto parecido entre él y la cotorra, y la verdad muchos comentan que las mascotas adoptan la forma de sus dueños, o viceversa.

- Hoy es el día - comentó.

Mientras se aseaba y preparaba para su trabajo, fue dos veces a mirar bajo la cama, no se sabe para qué, pues estuvo en contacto toda la noche con el asa del maletín que se pronunciaba a través del bastidor.

“¿Dónde lo escondo? Dejarlo bajo la cama es un peligro, la butaca es peor, aunque... el escaparatico con llave puede servir”... El mueblecito en un tiempo tuvo estilo, ahora tenía seis colores entre el barniz de su época, las manchas de humedad y la falta de mantenimiento, ¡lo que logra el abandono! Andrés apenas se ocupaba de otra cosa que de soñar mucho, quizás esto que vino a sus manos era la solución definitiva a su vida.

“La suerte debe sonreírle alguna vez a quien lo necesite y muchos con su fe lo consiguen, amar la vida nos hace ser mejores, pero la verdad, es que debe quedar bien guardada la maleta”... iba pensando mientras se disponía para su caminar hasta llegar a su trabajo, donde se ganaba el pan honradamente.

Al llegar, la rutina de siempre: mucha gente en movimiento, ansiosos por parquear, en horario de lleno completo, porque la calle se llenaba rápido de autos y muchos permanecían todo el horario de trabajo, eran empleados de cerca y habitualmente paraban su auto en el lugar, además él gozaba de mucho prestigio, se tomaba muy en serio su trabajo, cuidaba los espejos y todo lo del auto como si fuera propio, aunque jamás tuvo uno; el trabajo más profesional es el que se hace con amor, su mérito tenía por ser tan bueno en lo que hacía, muchos no recordarían su cara si se lo topaban fuera del parqueo, pero sí dirían ¡qué buen parqueador es Andrés!

No sabía en qué momento vendría alguien a preguntar por el objeto perdido, estaba muy pendiente. Román, otro parqueador que trabajaba en la línea opuesta de la calle y siempre le brindaba café, se acercaba lentamente, con sus más de sesenta, siempre de buen humor, quizás por eso se veía tan conservado, aparentaba la misma edad de Andrés, aunque una diferencia de más de diez años los separaba.

- Te traigo un cafecito, está rico y puro, no viene ligado con chícharo... prueba.
- Gracias y buen día, amigo.
- Oye Andrés, ¿te enteraste del robo?

Andrés casi vira el vasito desechable de café cuando el hombre pronunció la frase.

- Oye, tómalo con calma, Andrés, estás muy nervioso.
- Dime, Román, no me preocupes.
- Pues ayer robaron, el pago de unos trabajadores, unos cuantos miles y no cogieron a la gente, ¡qué dichosos son! ¿no crees?
- Bueno, Román, la verdad es que no es justo, mira cuánta gente se perjudicó.
- Hombre, sólo es un chiste, ríete.

Andrés tomó la postura y rostro de su cotorra, y exclamó en su interior, ¡ay papá!

Es como para preocuparse, pero, ¿qué culpa tiene él? Si los ladrones dejaron su maleta abandonada, además, ¿quién iba a creerle que no conocía el contenido después de casi 24 horas de encontrarla? Andrés no sabía si correr por la maleta o darle buena guía de salida a un auto, incorporándose al parqueo, este secreto lo conocían su cotorra y Dios, más que suficientes para él... se sentía un ladrón, le comenzaron dolores de estómago, tuvo que apurarse para llegar al baño donde no había agua, ni papel de higiénico, por suerte él andaba siempre con un periódico y pudo resolver.

Esto pintaba gris: toda la vida luchando por la honestidad y se situaba como uno de los más buscados. Voy a definir mi línea de acción, pensaba en voz alta, ¡no toco el dinero! Dejo la maleta en la puerta de una institución para que la recojan y sirva a los pobres, una iglesia, un asilo de ancianos... todavía me puedo salvar, Dios, ¡ayuda a este hombre! ¡Dime qué hacer!... Unos pequeños se le acercaron, burlándose, ¡Oye, estás hablando solo!, y se alejaron con la alegría que florece en la infancia. Si notaba que lo miraban más de lo acostumbrado, se tornaba paranoico.

Al rato se le acerca Román.

- ¿Viste? ¡Aquí no se escapa nadie! ¡Ya cogieron a la gente! Me lo dijo la taquillera del cine...
- Pero sin el dinero, ¿de qué vale? - Andrés le respondió.
- Pues hombre, ya hablarán - dijo Román volviendo a su puesto.

“Vendrán directo a mí, me tienen cogido, cumpliré cadena perpetua, sin haber hecho nada, diosito, ¿por qué yo?”, pensó Andrés.

En ese momento vio que venía un policía, al llegar frente a él se detuvo muy serio y autoritario:

- ¿Usted cubre esta zona de parqueo?
- Sí... - fue todo lo que pudo responder.
- ¿Le pasa algo? Hombre, está pálido - le dijo el oficial.
- La verdad es que yo me iba a entregar - respondió Andrés.

El policía lo miró sorprendido.

- ¿Cómo dice? ¿usted se burla de mí?

A unos tres metros, una niña de unos ocho años y una mujer, tomadas de las manos, observaban el diálogo.

- Sí, oficial, yo la tomé, pero ni siquiera sabía... hoy me enteré y la iba a devolver, por favor no quiero ir a la cárcel...

El oficial se reía.

- Oiga, con este carácter debería ser actor y no parqueador.

Hizo señas a la mujer y la niña y les dijo:

- Miren, este señor les tiene guardada su maleta, así que no más llanto.

La niña abrazó a Andrés.

- ¡Gracias! ¡pensé que la había perdido!

La madre de la niña le agradeció.

- Lo que está en la maleta es muy valioso - dijo con los ojos aguados -, nada menos que la inspiración de mi hija, lo que hacen nuestros hijos es un tesoro de valores incalculables, la maleta está llena de sus dibujos, iba a que la asesora le ayudara a escoger el mejor para un concurso.

Andrés sonrió.

- ¡Pues vamos a buscarla!

La carita de la niña, que mostraba una alegría infinita, hizo sentir a Andrés dichoso. Al llegar a la casa, los recibió Katrina con destellos de felicidad, Jesús los saludó, logrando que sus ojos se dirigieran a cualquier lado donde te pararas. Andrés puso la maleta en manos de la niña, ella la abrió rápido y segura, lo cierto es que lo de uno se conoce, solo de tocarlo con la mano, sacó un dibujo donde se veía una paloma pequeña, se acercó a Andrés y le dijo:

- Éste es mi mejor dibujo, es tuyo, puedes ponerlo en un cuadrito, te lo voy a dedicar.

Al marcharse la niña con su madre, Andrés pensó cuán feliz era, sin quitar la vista de la palomita que se perdía en el papel.


Texto agregado el 22-01-2008, y leído por 84 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
08-02-2008 pienso que comenzaste muy bien, pero en el momento en que dejaron de pasar cosas y todo se detuvo en la introspección de Andrés respecto a qué hacer con la bolsa, ahí empezó a bajar y a bajar el ritmo; además, cuando se entera del robo -y el lector se entera también- está dicha prácticamente la otra parte de la historia y no obstante vuelves a alargarla con otra introspección... _ednushka
 
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