Y ahora un sentimiento “so blue” navega por esta sensación de soledad que me deja arrodillado, tumbado frente a frente… Basta darme un paseo por el jardín de las tribulaciones; un paseo digno de distracción, para acercarme más a la intensidad del canto que corre por la atmósfera. Atrás hay cuatro árboles que, no sé cómo se llaman ni sé cómo pueden ser llamados, me repiten una y otra vez tu nombre a través de esta frase inscrita en su apariencia: “El dulce verdor ha dejado el frío de ayer”.
¡Insensatos mi oídos que intentan huir de cualquier color que me remita directamente a tu ser! ¡Quiero y no quiero!
Sólo hace falta darme un paseo, atravesarme el asfalto de este camino golpeado por el sol, nadarme por el río y llegarme a la otra orilla, a la otra cara de la moneda. Es cosa de aventurarme y de jugar mi suerte en los “volados”. Para ello tendré que preguntarme: “¿qué pido, cara o cruz?”
“Cara, me respondo, porque la cara es el rostro, tu rostro de verano mío, es tu urbana silueta que divaga por mi aliento. Jugaré a tu rostro porque haces brillar esta hierba que he secado. ¿Acaso tengo que jugármela por la cruz, por el día a día, por el instante a instante, por la decisión más radical?”
El sol se sumerge en las nubes para apaciguar mi soledad. Las tribulaciones cogen un especial frescor. El jardín se disfraza de belleza y yo lanzo la moneda al aire. Estoy esperando que caiga al suelo para ver los resultados. Mientras tanto, intuyo que no es cuestión de suerte, si no de una constante respuesta. Por eso aquí me tienes, tesoro mío.