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Dioses mancillados

Las manos de él palpan su figura sin saber que para ella resultan poco más que una burla.
Esto ocurre en una esquina o en un cine o en cualquier lavabo. Tanto da. Los escenarios más habituales se han repetido hasta la saciedad, como reflejados en un laberinto de espejos, al punto de que todos los lugares son el mismo lugar.
El placer es innegable, pero la fricción que más la excita es la de las imágenes que van penetrando en su mente con igual o mayor fuerza que con la que el sexo del desconocido que tiene detrás se introduce en ella.

Ella, por darle un nombre llamémosle Amelia, recuerda vivamente la herida que abrió el paso a este hábito promiscuo que ahora la carcome. Recuerda a la Amelia indefensa, a la Amelia adolescente, a la Amelia que es arrancada de su inocencia sin ella esperárselo, a la Amelia que cierra los ojos y que llora mientras intenta vanamente hacer algo por defenderse.
Uno podría preguntarse la razón de las lágrimas: ¿Son producto del dolor que está sufriendo? ¿O quizá se deben al odio que siente hacia sí misma por no haberlo visto venir?
Es verdad que él, con más alcohol que sangre en las venas, había comenzado tiempo atrás a mirarla furtivamente con una obsesión que rayaba lo malsano. Se había sentido ligeramente inquieta pero no había sospechado que él sería capaz de cumplir sus más turbias fantasías, ignorando cualquier cosa que ella tuviese que decir al respecto. Que él la violase le parecía tan sumamente enfermizo que no lo dio por posible. Se siente estúpida por no haber sido previsora, e impotente, totalmente impotente. Quiere asesinarle, quiere arrancarle todo lo que tenga dentro. Pero sabe que eso no cambiará nada, que no va a poder vengarse de lo que él le está haciendo, comprende que la venganza no es como un interruptor que volverá al estado inicial perpetuando una ofensa mayor. Entiende que ya nada tiene marcha atrás.

Al día siguiente abandona su ciudad y deja atrás todo, como si fingir ser una persona nueva fuese a borrar lo ocurrido la noche anterior.
Semanas o meses después comienza a formarse en ella de manera involuntaria la solución (o al menos el consuelo) para su pesar. Mientras está de pie en un autobús nota como un hombre la observa y en un reflejo de su mirada ve la mirada que aquella noche violó por completo su existencia. Siente un asco horrendo que la lleva al borde del vómito. Y, sin embargo, se acerca. Contesta a los ojos del desconocido de manera contundente, con una provocación causada por la rabia y el asco que fácilmente puede ser (y es) malentendida. El autobús pasa por un bache y ella, instintivamente, agarra su antebrazo a lo que él contesta con una firme mano que agarra sus caderas, rozando sus nalgas. Ella está petrificada, rememorando traumáticamente esa noche mientras sigue mirando al desconocido. La mirada fija resulta fácilmente confundible con una mirada de expectación, y él, amparado por la multitud que hay en el bus, desciende su otra mano hasta meterla por debajo de su falda. Y, como ocurrió aquella vez, ella se ve sorprendida por el atrevimiento del hombre. Pero no hace nada. Hay algo en todo ello que la excita sobremanera. Mientras él hombre va bajándole las bragas ella va comprendiendo.
Al someterla así, este desconocido está profanando la primera violación. A ella le había asfixiado el peso de aquella noche, la había marcado de tal manera que había creado una mitología de su existencia alrededor de aquel suceso. Todo la llevaba indefectiblemente a ese momento. Su concepción del tiempo pasó a estar atada a la violación, así el 3 de marzo ya no era el 3 de marzo, era un mes y medio antes de la violación, tres semanas después de la violación o el día que fuese. Así el violador se convirtió en un Dios que estaba en todas partes y al que la joven rendía un culto forzado e involuntario. Amelia pensó que jamás escaparía a su mirada omnipresente. Y todas las noches eran esa noche.
Ahora él comienza a usar los dedos y ella nota como está rasgando este culto de su existencia, quitándole peso a todo aquello. Y la felicidad le sobreviene a la par que el orgasmo. Al salir de ella, la mano se lleva algo de ese peso y la libertad embarga a Amelia.
Se baja del bus con una sonrisa que es el comienzo de una costumbre.

Y ahora, de nuevo, el desconocido cuyas manos son una burla.
Sus manos y todas las manos son una burla, un gesto de provocación al Dios que cada día se vuelve más leve, que a cada cópula pierde algo de poder sobre ella.
Aunque no siempre funcione, el proceder jamás cambia: alguna mirada, algún gesto de coquetería, una aproximación física, algún roce y entonces la cosa acaba donde el extraño en cuestión quiera hacerla terminar.
Un checo definió la coquetería como una promesa de coito sin garantía. Hay en esta imprecisión algo que para Amelia se asemeja a la violación. Ella jamás hace la jugada decisiva, simplemente se acerca, no niega y se deja hacer. Nunca hay palabras, nunca una comunicación que exprese un deseo sexual. En la coquetería muda de ella él hombre presupone una voluntad y actúa. Y ella, sabiendo que jamás ha dado un sí, vive la situación como si fuese una violación. Este proceso seductor está tan desprovisto de amor que la brusquedad suele ser moneda común. Amelia sabe que casi nadie va a acariciarla suavemente, y así lo prefiere. Cada vez que la agarran con fuerza revive aquella noche y saborea el escupitajo que esto supone a la estatuilla del Dios, saborea la burla infinita, saborea la descarga de peso.

El hombre acaba y se va. Jamás una despedida, jamás un intercambio de números de teléfono. Son las reglas secretas del juego, unas reglas que no distan mucho del acto de la violación. Y con un panteón cada día más mancillado, una Amelia más leve, libre y blasfema sonríe pensando que en realidad su caso no es nada del otro mundo, que a su manera, como muchas otras sucesoras de Electra, también busca a su padre en los hombres que la rodean.


Julián Quijano
3/2008

Texto agregado el 03-03-2008, y leído por 262 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
31-03-2008 Fuerte es la palabra, si. Es un tema realmente delicado y dificil de tratar. Tu texto es impecable, la narrativa me parece muy buena, y el modo en que avanza la historia es realmente bueno. Mis aplausos, estrellas y felicidades por la forma de tratar este tema, que es bastante peliagudo nayru
21-03-2008 La violación es, sin duda, un tema polémico; en esta historia está tratado de una forma interesante y original. Muy buen relato. ¡Gracias por la invitación! Saludos. Miss_Vane
15-03-2008 Las mujeres violadas por su padre biològico suelen tener reacciones diferentes, pero casi todas tienden a hacer del sexo algo importante, tu texto es muy bueno, es un texto fuerte, es un tema tabù y lo resuelves muy bien. doctora
11-03-2008 Es entretenida lo que la hace buena historia. musquy
11-03-2008 Fuerte y bien narrado. Fluye bien y con precisión. Un acierto, ya lo creo. Felicidades. Jazzista
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