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El último taxi

Javier Vásquez Aguilar

El humo que emana de la taza con café surca sus dilatadas fosas nasales e incrementa el ritmo cardiaco, y el dolor en la sien –que le aquejaba desde la semana pasada- se acentúa. La taza humeante, choca con sus labios gruesos y morados por el frío serrano del pueblito de Huanta al norte del departamento de Ayacucho en el Perú, y mirando perdidamente hacia la puerta de su casa, repasó todo lo que había realizado en su vida: dos matrimonios y los once hijos que había procreado. Pero no era feliz. Ramón, dilata cada vez más sus fosas y respira con mayor rapidez, una gota de agua surca su amplia frente y cae en plato de fierro haciendo un pequeño chasquido. Finalmente, toma una decisión: ¡voy a partir!
En la noche anterior, una de sus hijas, se escapó para tener una cita furtiva con un músico de la zona. Ramón, no aprobaba esta relación, su formación militar y sus propios demonios no le permitían que en su familia entre un músico.
-Viejo, ya son grandes nuestras hijas, tienen derecho a salir con chicos de su edad.
-Cállate, ese tipo no le conviene a mi Soledad, no te metas. Ya decidí. Pero viejito… Cállate carajo he dicho. Un sonido seco, cruzó el pasadizo. Doña Begonia, llorando en el piso, maldecía seguir con un hombre que la maltrataba. -Maldito, cómo no te desapareces…pensó.
Deja la taza a medio acabar, encima del muro que separa la cocina de la cochera. Su caminar es lento, intuye que algo sucedería. Cruza el pasaje, toma su saco azul grueso, mira alrededor e ignora a la mujer que anoche golpeo, no piensa, solo desea partir. Sale del cuarto raudamente y una sensación de nostalgia lo embarga y una necesidad imperiosa hace que gire y vea a sus dos pequeños hijos que duermen en el cuarto contiguo. Entra, ansia tocarlos pero se reprime. Gira y cierra la puerta lentamente.
Toma las llaves de su auto, enciende y observa en el retrovisor la extensa chacra que tiene y aun lado su perro que le mueve la cola y con una mirada lastimera, le señala que no parta. No le importa. Pone en marcha el auto y se va.
El perro, raudamente sale a la calle intentando alcanzarlo pero la polvareda y la velocidad se lo impiden. Uno de sus hijos, a quien había visto por ultima vez antes de partir, escuchó el fuerte ruido del motor y salió a su alcance.
-Bandido, ¿volveremos a verlo?
El perro, dejó de mover la cola mientras el ruido y la polvareda se disipan. El perro solo dio un ladrido.
-Señor, ¿cuánto a la Plaza de Armas de Ayacucho?
-Veinte nuevos intis nomás. Suba.
-Este lugar es movido, verdad.
-Si joven como toda la sierra del Perú.
-Y usted, ¿a qué se dedica?
-Soy estudiante de Lima, vengo hacer un reportaje sobre los grupos terroristas del Perú…sabe usted algo.
-No joven, no sé nada de eso, pero dicen que hay muchos.
La conversación se tornó amigable, Ramón había pertenecido a la policía de joven y aún mantenía información.
¡Deténgase acá!, ¡No se mueva!
Qué pasa joven, qué sucede. El ocupante, baja raudamente del carro e ingresa a una humilde choza de paja y trapos sucios.
-¡Dónde está Huilca carajo!
-No sé papay, no lo se por Diosito.
Un golpe contundente derriba a la pesada mujer.
-Si no hablas, te mato.
¡No, por favor! Soy Huilca, no nos mates. Fernando Huilca sale de la oscuridad con los brazos extendidos.
-Terruco de mierda, te estaba buscando, tú fuiste quien usó la dinamita en el puesto, ¡habla!
-No papay solo soy un campesino, tengo mi chacrita aquí. Solo estamos mi gorda y yo, no nos mates…
Dos disparos en seco fueron determinantes, los campesino boca abajo yacían muertos con un disparo cada uno en al cabeza, sus cuerpos aún sacudiéndose daban el último exhalo de vida.
¡Joven, qué ha hecho! Ramón había bajado del auto y visto la escena.
Lo lamento Ramón, no hay testigos.
Los ojos de Ramón se dilataron, un sonido seco curso el cielo serrano de Huanta, se cogió el pecho y cayó. Extendió su brazo como queriendo coger o decir algo pero el tiro de gracia lo liquidó.
Su cuerpo nunca apareció así como de los dos campesinos. El auto Toyota amarillo fue encontrado a la semana por los hijos quienes desde Lima –ciudad capital- viajaron en su búsqueda. Un parlamentario del gobierno se ofreció a buscarlo en el cuartel Los Cabitos, sin éxito y con amenazas de muerte tuvo que salir de la zona de emergencia.
Han pasado 21 años de aquel último taxi, de aquella taza con café que nunca pudo acabar.



Texto agregado el 10-03-2008, y leído por 146 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-03-2008 Muy interesante . Creo que tienes material para algo de mas aliento, como una novela. Una novela que relate los conflictos sociales como los de esta muestra que nos obsequias. Felicidades, sigue escribiendo. dinosauro
 
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