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I

Y de repente, me habló, así, sin más, como si no importaran las circunstancias, y restándole atención a mi rostro sorprendido cuya extrañeza emanaba de cada surco que estaba enmarcado en mis jóvenes diecisiete años. Luego de hablar, sentí su pausa, escuché como tomaba aliento para una vez más volver a conversar, como si luego de todo lo ocurrido, tuviese todo el tiempo del mundo para enmendar su postura –física y existencial- y luego dirigirme su mirada como si esto ocurriese día tras día. Yo desee en aquel momento que todo esto hubiera pasado mucho antes de mi corta edad, pues aunque no lo conocía de sobremanera, el haber sabido que tenía ésta cualidad, me hubiera proporcionado fuertes dosis de entretenimiento en mis tediosos veranos, los cuales, lejos del descanso y de un clima de distensión familiar, se abocaban generalmente a graduales conflictos familiares y a una sensación de abandono permanente de mi persona debido a múltiples veranos robados, más bien, siempre existía una obligación desde mi rol de hijo huacho, fruto de una aventurilla de mi padre, y de paso, me otorgaba una condición que me obligaba a trabajar todas las mañanas en la incipiente panadería que daba a basto a nuestra pequeña villa. Recibí su primera visita un día jueves, luego de vagar solo por el parque que queda a unas cuadras de mi casa. Es un lugar pequeño, pero con árboles y arbustos que hacen que el lugar se aprecie más grande de lo que realmente es. Yo estaba sentado, me había terminado el típico jugo de naranja que tanto me gusta, y ya tenía en mente el volver a mi casa para latearme, o para que me mandaran a hacer cualquier cosa con el fin de eliminar su frustración sobre mi o en su defecto, eliminarme a mí con sus extenuantes tareas, cuando aparece él. Se acercó lentamente, caminando de frente, con sus ojos puestos en mi mirada, mientras se quedaba al lado mío sin decir nada o hacer nada inusual. Yo preferí no moverme, pues aquella compañía podía espantarse si me movía con algún ademán repentino, así que pase toda la tarde bajo a su lado. Me acompañó hasta que decidí irme.
Sus ojos no cambian cuando me mira luego de hablarme, pero es como si detrás de sus pupilas se escondiera su verdadero rostro, es como si todo lo que viera fuese sólo un cascarón que sirve para ocultar su verdadera naturaleza que sin duda, es mucho más vasta y oscura que la imagen bajo la cual se esconde. Pero, la verdad, es que me tiene sin mucho cuidado.

II

La segunda vez que me lo encontré, fue cuando los panes se estaban horneando, atrás, en el patio de la casa, era la última horneada, y el gas se estaba acabando, por lo que la flama no salía con toda su potencia, por lo que decidí esperar un poco más de lo habitual a que el pan se tostara. Así que salí a comerme una naranja media seca que pillé en el refrigerador y que sin dudar guardé en mi delantal, ya que si la encontraba cualquiera de mis hermanastros, la comería hasta la mitad y luego la dejaría tirada en su pieza hasta un mes después de haberse podrido. Me había comido la mitad de la naranja cuando de pronto, veo que él me observa. Quizás desde cuando está y yo no lo sabía. Lo saludo, le pregunto cómo está, me acerco a él, no sé si le gustarán las naranjas, pero decidí darle una toronja qué, para mi sorpresa, prácticamente engulle en un bocado. No dice nada, pero es como si sonriera porque tiene la boca entreabierta, y acto seguido, se acerca a mí. Es pequeño, tanto que puede pasearse alrededor de mis piernas y dejarme algunos de sus pelos en mi pantalón. Maúlla por primera vez, y siento que esto es un avance. Pero no para los panecillos que ya están carbonizados, mientras escucho a mi madrastra gritar con fervor las penas del infierno para mí, mientras me trata de pobre guacho y otros tantos adjetivos que a estas alturas sólo son minucias. Al menos me comí casi toda la naranja, y que aunque ésta se veía media seca, era muy jugosa y dulce, aunque pequeña. Cuando pude volver al patio a echar una mirada, él ya no estaba y sólo quedaba el olor a pan quemado pegado a la lata del horno, y eso sólo significaba que me iba a pasar otro momento despegando, lavando y enjuagando todo.
Ya en la noche, mientras todos tomaban once en la mesa, y yo tomaba mi propia once en la cocina, cual esclavo. Pensaba en lo poco que me importa ésta gente, como si quisieran herirme con todos sus gestos degradantes. En realidad lo único que quiero es salir pronto a trabajar, en lo que sea, mientras eso signifique nunca más volverlos a ver, porque han hecho de mi vida un infierno constante, cotidiano, aunque a eso ya me he acostumbrado hace tanto tiempo, que ya me siento incluso extraño si en todo el día alguien no me grita o hace algún ademán de lanzarme algún objeto. No hay plata para una tele, y menos para una de color que sólo las pueden obtener allá en la ciudad, así que acá todo el mundo se conforma con la radio y ya está. Comentan y se ríen y gesticulan a la radio cómo si ésta fuera un ser vivo que les avisara a las personas que hablan por ella qué es lo que significa un ademán u otro, como si trataran de avisar el acuerdo o el desacuerdo con las opiniones ajenas. Yo miro por la ventana acompañado de un pan con mantequilla y de un té medio amargo. Hace tiempo que nadie limpia las cortinas y aunque su color de origen es blanco, las veo desde siempre como un café, como un verde oscuro, que incluso, tiene telas de arañas y alguna que otra cosa no identificada pegadas a ellas. Afuera se ve la pandereta y más allá los árboles frutales del vecino. De pronto veo una silueta conocida. Es el gato en cuestión que viene caminando, me parece simpático que un gato como ese no tenga dueño, ojala yo pudiera cuidar a una mascota. Pronto decido terminar de un sorbo el té que me queda, dejar el pan sobrante y salir al patio para jugar con mi nuevo -¿Y único?- amigo. Decido llamarlo Gastón mientras él se bota en el suelo y se mueve como si fuera una culebra sin quitarme los ojos de encima. Pesco una ramita y hago que la persiga mientras yo río como nunca, dejé la puerta junta mientras escucho el ruido de la radio y al resto opinando. Yo corro, me hinco, salto y vuelvo a reír cada vez más fuerte hasta que por fin la radio se apaga, sale él y a punta de garabatos me entra, agarrándome fuerte de un brazo, tirándole toscas al gato mientras éste corre hasta subirse a la pandereta y saltar hacia el árbol vecino. Qué qué te crees mocoso de mierda es algo ya conocido, pero para que las cosas no empeoren pongo cara de avergonzado y de cohibido, dejo que les salga por la boca lo que siempre les sale, que me traten como alguien ajeno a ésta familia tan trabajadora, pulcra. Que lo único que hago es comer gracias a su caridad es algo entrañablemente vomitivo, básico en toda su dimensión de familia pretenciosa, cuyo estilo de vida –que es nuevo- es gracias a mi explotación. Ya es tarde pero no puedo dormir, yo alcancé a ver cuando el gato saltó hacia el árbol del vecino quedándose esperando como si tuviera algo que hacer en el patio. Lo bueno de mi circunstancia es que como vivo hacia atrás de la casa, tengo rápido acceso a la puerta del patio y además un fácil acceso a la casa que está al frente de mi patio, con un cerco de madera carcomida por el tiempo, que me deja ver los pormenores de otras vidas más afortunadas que la mía.
Al otro día en la mañana nunca lo pude divisar, a lo mejor se asustó tanto con los gritos y las piedras lanzadas que decidió no volver a visitarme, así que supongo que tendré que seguir con mis infinitas obligaciones para luego tratar de escaparme un rato al parque que nadie visita.
- Necesito que te quedes acá porque van a venir a dejar el traje de tu padre.
- ¿No se iba a quedar la Macarena?, cómo iba a llegar su pololo…
- No me contradigas mocoso, te digo que tú te vas a quedar esperando porque tengo un montón de cosas que hacer y tú a esa hora no haces nada, vago de mierda, y si no me haces caso le digo a tu padre para que te agarre a correazos, porque hace tiempo que está más blando con vos, así que callao mejor. Y ten arreglada la mesa cuando vuelva a las 8.
- Ya.

Genial.

III

Hace tanto calor en estas fechas, que mi única salvación dada las circunstancias es irme al patio a tomar agua con hielo, o sea, agua con agua. Al menos le puedo poner azúcar. La mesa está puesta, todo está ordenado y nadie ha llegado con el traje, vuelvo a la sala de estar, dejo la puerta del patio que va a dar a la cocina abierta, para no asarme mientras espero que alguien que nunca llega lo haga. Me carga escuchar la radio y todos mis hermanastros se fueron a tomar, a vagar por las calles o a tener sexo con alguna pareja casual. Hace tanto calor que ya casi no recuerdo el último día que pude aprovecharlo totalmente para mí, Hace tanto calor que el sueño casi me vence y hace tanto calor que me quedo dormido en el sofá.
No sé cuanto tiempo me quedé dormido, pero de repente siento que no soy el único en la casa, el calor me tiene atontado, con dolor de cabeza y medio deshidratado.
- Hasta que despertaste.
- ¿Quién dij--?

Está el gato echado en uno de los sillones, está enrollado en si mismo, con los ojos semiabiertos, mientras mueve la cola levemente de un lado hacia otro, si alguien lo ve adentro de la casa, lo sacará con la escoba, así que mejor lo saco rápido sin que nadie se de cuenta, porque si con suerte me dejaron dormir, no habrá la misma comprensión para este animal. Lo tomo en brazos, voy casi corriendo, paso por la cocina y llego al patio, lo dejo arriba, en la pandereta y aprovecho de hacerle un poco de cariño; “más vale que no vuelvas a hacer eso”, le digo, mientras vuelvo corriendo para ver quien había llegado y ponerme a hacer cualquier cosa, o hacer como que hago cualquier cosa para que no me manden. Pero no encuentro a nadie, subo las escaleras, abro las puertas, reviso las piezas y no encuentro a nadie. A lo mejor todavía estaba soñando y pensé que me hablaban cuando en realidad seguía perdido en mis ensoñaciones. Ese día nadie llegó con el traje.
Ya era de noche y para variar me encontraba en la cocina tomando un té con la bolsita usada del día anterior, con un par de panes y mirando por la ventana por si se aparecía aquel extraño visitante, tenía que ser muy patudo para entrar a una casa a la cual nadie lo había invitado, y tenía que tener mucha confianza como para echarse en un sillón cuando el día anterior lo habían apedreado. Y hasta a lo mejor era bien inteligente como para saber que no había nadie en la casa excepto yo como para entrar con aquel talante. ¿Un animal podía ser inteligente a ese extremo?, no lo sé, y veo que hoy no lo averiguaré porque me ordenan que saque las cosas de la mesa para luego mandarme a acostar. Entonces sueño.
Todo estaba rodeado de blanco, no habían paredes, ni puertas ni nada. Yo estaba de pie mientras flotaba (?) en ese lugar, mientras que una mancha negra (¿Y honda?) estaba frente a mi. De ese agujero emergía un gato, negro como la negrura del que emanaba, con sus ojos amarillos y sus grandes bigotes, llegaba de ese lugar y pronto veía que detrás de él crecía una silueta humana, mientras yo, sin querer hacerlo, me acercaba hacia ellos. La escena era tenebrosa y tenía toda la intención de parar, de dejar de avanzar, pero no lo lograba, hasta que quedaba frente a frente al rostro de aquel gato. Me podía ver en sus ojos obscuros, en la negrura de su mirada, mientras él me observaba con curiosidad y algo más, como si tuviera algún ¿Interés en mí?, mientras la sombra se agrandaba, mientras yo seguía sin moverme, siendo un espectador pasivo de que todo lo blanco se volvía negro, de que todas las superficies se contraían, de que en mí, el gato quería hacer o decir algo, que no le entendía, que me aguardaba, que me vigilaba, que me esperaba, que me despertaba.

IV

Fin de semana. Paseo familiar. Pero no para mí; guardan todo en el minúsculo auto: que el poncho pal frío, que la coleman, que el pan con pollo desmenuzado, que la plata pal peaje, que sube tu mochila, que pásame el bolso, que trae el pantalón que se me queda afuera. Que les vaya bien. Yo puedo usar la tina mientras el calor de la tarde pasa. Pero pasa lento. Estuve a punto de quedarme dormido ahí dentro, y estuve pensando en la posibilidad de escuchar radio pero mejor no, así que decido masturbarme, como que no quiere la cosa, así como para matar el rato mientras imagino –o visualizo. Lo escuché en un matinal- como ese auto se vuelca con todos sus tripulantes a bordo, o estalla por un calentamiento de motor, ¿Puede explotar un auto?, no lo sé, ojalá. Ya. Salgo de la tina, mojo el suelo, agarro la toalla, me seco mis partes pudendas, me envuelvo la toalla, salgo con las chalas echando agua por el piso, salgo medio mojado, y está el gato esperando.

- Pensé que estarías encerrado ahí toda la tarde.

Y de repente, me habló, así, sin más, como si no importaran las circunstancias, y restándole atención a mi rostro sorprendido cuya extrañeza emanaba de cada surco que estaba enmarcado en mis jóvenes diecisiete años. Luego de hablar, sentí su pausa, escuché como tomaba aliento para una vez más volver a conversar, como si luego de todo lo ocurrido, tuviese todo el tiempo del mundo para enmendar su postura –física y existencial- y luego dirigirme su mirada como si esto ocurriese día tras día…

- Y tú… ¿Puedes hablar?
- Y tú me puedes escuchar.
- Pero ¿Cómo?
- No lo sé, la mayoría de ustedes no escuchan nunca nada.
- No, me refería a que tú hablas.
- Claro, siempre. Lo que pasa es que ustedes son medios sordos parece. No tengas miedo.
- No tengo miedo.
- de hecho, sí, un poco, tus pupilas se abrieron más, tu pelos de la piel se erizaron un poco, pero eso no lo ves porque no tienes buena vista, ninguno de ustedes la tiene.
- Será porque recién vengo saliendo de la ducha.
- Sí, puede ser, pero sumémosle lo otro que hacías, escuché unos suspiros ahí; pero no te pongas vergonzoso, al fin puedo hacerme escuchar y ya te pones colorado y callado.
- ¿Eres un diablo?
- Ah, por favor, todo por mi pelaje y por la mala propaganda de la inquisición. Aunque fuera un familiar no tendría por qué ser maligno, pero no. Todos podemos comunicarnos, si queremos.
- ¿Un familiar?
- Edad media, brujería, pero bueno, eres mas lerdo de lo que pensaba. Bueno, no importa, hablemos.
- ¿Y de qué?
- Bueno, a ver, anda a vestirte y luego hablamos, no quiero que mi único oyente se muera de un resfrío.

Y así, estuvimos toda la tarde hablando, su origen –gata preñada y tres hermanos-, sus ratos libres, sus vagancias, algunos pseudodueños que alguna vez tuvo. Me contaba de diversas cosas que nunca creía que un gato podría hacer, u observar. Un gato sería un buen informante. Hablamos de mi familia, de mis malos tratos, de mi deseo por ser libre, y asumo, que le costó entender que yo les pertenecía.

No entiendo que no puedas ser libre - Me dijo.
- ¿Por qué?, soy menor de edad, no puedo hacer muchas más cosas que no sean estar en mi casa, trabajar en lo que me digan y estudiar.
- Es que, ser libre es lo único a lo que puedes aspirar, no hay nada más que te sirva salvo la libertad. Cada uno es hijo de si mismo y cuida por uno.
- Ah, no te entiendo.
- Yo creo que somos hijos de nuestros deseos.
- ¿Cómo?
- Ah, ¿Te mencioné que eras lento?, bueno, la cosa es que, si quiero algo, sólo lo tomo, no tengo que esperar que nadie me de su opinión o su afirmación para hacer tal o cual cosa.
- pero es que tú eres un gato, es distinto con nosotros.
- Sólo porque así lo quisieron, incluso ustedes eligieron no escuchar a nadie más que a ustedes mismos.
- ¿Cuándo?.
- En serio eres lento, aunque bueno, ni tus abuelos habían nacido cuando ustedes ya no tenían elección para poder escuchar, con el tiempo ustedes oían sólo sus ecos, y nada más. Pero de vez en cuando, alguien -todavía- nos puede escuchar, como tú.
- ¿Así que hay más gente como yo?
- Sí, todavía un puñado, aquí y allá, nada como para alarmarse, en realidad los ven como si fueran loquitos, así que mejor quédate con la boca cerrada.
- ¿Y tú me encontraste?
- Algo así, es mejor tener un dueño que te escuche a uno que te lleve al veterinario para que te pongan termómetros por ahí.
- ¿Pero no querías ser libre?
- Sí, pero con regalías, digo, el tener un humano como compañero te otorga protección, comida gratis y de vez en cuando una rascada en el lomo.
- Ya veo, ¿Y quieres que yo te cuide?
- Puede ser, porque para encontrar a otro oyente, tendría que tener mucha suerte.

Era extraño ver su boca, cuando hablaba –o cuando yo le escuchaba- no veía mover sus labios, ni nada, salvo en excepciones, cuando se emocionaba con algún tema, y subía su tono, abría más su boca y me dejaba ver sus afilados dientes. Me hablaba de que era el único de su camada que estaba con viva, de que uno de sus hermanos murió atropellado, a otro lo mordieron los perros, la herida se le infectó y murió podrido por dentro, mientras que el mayor de todos fue agarrado con un saco, fue apaleado y tirado al río mientras todavía algo de vida le quedaba en los pulmones, que se le llenaron de agua.

- De vez en cuando me cruzo con mi madre.
- Ah, te la encuentras.
- No, nos cruzamos, como dicen ustedes, pero claro, también nos vemos casualmente, como dos veces en el año.
- Yo pensaba que eso se le decía sólo a los perros.
- Da igual.
- A lo mejor estoy soñando, no me cabe en la cabeza todo esto.
- Ah, asúmelo, mientras más rápido mejor.
- Esto podría ser un sueño.
- mmm, no, no lo es, ¿Te rasguño?
- Mejor que no, pero oye, ya es tarde, me tengo que ir a la cama, mañana llegan mis parientes y debo levantarme temprano para tener todo listo. ¿Quieres dormir conmigo?, ¿No tienes pulgas, cierto?.
- Me ofendes, pero bueno, aunque déjame la ventana abierta, para salir a darme un paseo.
- ¿Para que hagas pichí?
- No, es que hay unas vecinitas muy guapas y quiero que estrechemos vínculos. Aparte que todavía no reclamo éste territorio.
- Bueno, vamos a la pieza. ¿Ahí está bien?, ¿Puedes pasar por ahí?, ya, date vuelta, me pondré pijama. Sí, soy pudoroso, ¿Y qué?. Espérame, mira, échate ahí. ¿Quieres una manta?. Por ese silencio mi pregunta fue estúpida, lo sé. Sólo quiero acostumbrarme a ti. Oye, ¿Y si te rasco el lomo ronronearás?, ja,ja,ja. Ya, ya, que enojón eres. Buenas noches.

V

Me desperté temprano, pero me levanté un poco más tarde. Todavía pensaba que todo había sido una gran alucinación, y sobretodo, una alucinación sin explicación. A lo mejor me siento tan solo que imagino cosas para borrar la soledad de mi propio mundo, como una manera de huir de ella. Me daba vueltas en la cama y pensaba por qué yo, entre tanta otra gente, podía escuchar a un gato que no tenía nada especial que decir, o al menos cosas que yo entendiera; es como si él estuviera muchos más pasos delante de mí que yo de él, y este es un revés para la escala evolutiva. A lo mejor tuvo vidas pasadas y por eso es medio culto. Si todo esto es real, le preguntaré si yo alguna vez fui un gato. O un perro, eso sería incómodo para nuestra relación mascota-amo. Pero confieso que no puedo ser el amo de algo, de eso, que en cierta forma me intimida. Parece un gato pero puede que sea otra cosa, como en el sueño, como si hubiera un hombre, a lo mejor un brujo que asume la forma de un animal, y que pretende saber cosas de ésta familia, mal que mal, nos ha ido bien económicamente, y a lo mejor, quiere saber la fórmula, aunque el gato se vea medio gordo e inofensivo.
Me desperté a las ocho, pero me levanto a las diez pensando en todas las cosas que han pasado. Lástima que ahora no estemos solos porque llegarán ellos, no habrá intimidad en ningún caso, tendremos que ir al parque, porque aunque ellos no lo pueden escuchar, yo no podré hacer nada sin parecer de manicomio, presiento que mi vida se complicará si estoy con Gastón; por cierto, no le pregunté si le gusta ese nombre, a lo mejor ya tiene uno. Llegan ellos, yo descargo como mula, ellos vienen más bronceaditos. La teoría de la explosión automovilística no se aplicó a ellos, tampoco cayeron por un barranco, así es la vida, nunca te da lo que necesitas. La tarde ya cayó y el calor nos aletarga a todos, incluso a mi que ya estoy terminando de hacer las cosas que me mandaron –barrer la cocina, limpiar los platos, encerar las piezas, ordenar las camas, guardar los bolsos en el último cajón en la esquina inferior de la pieza, arriba, etcétera- y creo que sólo quiero irme a dormir un rato, pero me acuerdo del incidente de ayer con cierto animal. No lo he visto en todo el día, así que asumo que me drogué involuntaria e indirectamente con el olor a marihuana de la pieza de mi hermanastro mayor, que para bien de él y para pesar mío, nunca se muere de intoxicación. Tengo sed, así que voy al refrigerador, saco un jugo y me lo sirvo, me siento en la mesa de la cocina, donde está la dueña/vaga de casa y un hermanastro.
- Anda a lavar el auto porque se ensució con la salida.
- Pero si fueron por el día, y además no anduvieron ni por camino de tierra, ¿Pa´ qué?
- Termina tu vaso y anda, no quiero que tu padre ande de más mal genio.
- ¿Por qué?, ¿Le pasó algo?
- Anda de malas porque aunque el auto no se quedó en pana, le pegamos a un bicho y parece que una rueda se resintió, no sé.
- Ya, ¿Y a dónde fue eso?
- Acá, a la vuelta, veníamos rápido pa´ escuchar mi novela, que buen pedazo me perdí, pero bueno, se atravesó un bicho y como andábamos rápido, no tuvimos otra opción que pasar sobre él.
- ¿Era el perro de los Hernández?
- No, un gato callejero, fea la wea, chilló cuando pasamos encima de él, pero ni nos detuvimos a verlo, en todo caso no era de nadie, así que nadie perdió nada.
¿Y pa´onde vai, oye?, ¡Vuelve acá!.

Corro así como ando, con una polera blanca que le cayeron gotas de yogurt y llena de transpiración entre las axilas porque la usé para encerar el piso, unos shorts que parecen calzoncillos y dos zapatillas medias cosidas con dos calcetines diferentes uno del otro. Cruzo la calle, hay unos pendejos con unas ramas tocando un bulto. Es él. Espanto a los mocosos a garabato limpio, tiro lejos las ramas de pino, y luego no tengo idea que hacer. Está casi reventado, ensangrentado desde la boca, hasta el ano, presumo por lo que veo. El estómago está hinchado y a la vez lánguido, un ojo está casi cerrado, una pata delantera está dada vuelta hacia el lado contrario y el hueso, el fémur (?) está quebrado y/o molido. Veo como su vida se extingue y yo no puedo hacer nada para evitarlo. No lo escucho hablarme, sólo veo su boca entreabierta, sus ojos mirándome fijamente como la primera vez que me observó, mientras no sé si tocarlo porque le produciría un dolor aún más agudo, o pasar mis dedos por sus huesudas mejillas. Elijo la última opción mientras algo en mi me dice que yo debo quedarme hasta que él ya no esté aquí, conmigo. Quizás es la soledad que me aconseja acompañar, o mi conciencia junto a mi extraña alucinación de ayer, ¿Lo fue?. Pero mientras acaricio aquellas partes que se que no le resultarán dolorosas, casi percibo un siseo, un trago de saliva para poder hablar, una boca que muestra sus dientes como si de exaltación se tratase, algo, una señal que yo espero ver y que se condice con movimientos que tal vez otra persona verían como normal en un gato callejero que ya está muerto, dejándome con sentimientos encontrados, con preguntas que nunca podré hacerle a nadie, con una lágrima que amenaza con caer desde uno de mis ojos, con confesiones sobre mi mal llamada familia, con dudas sobre mi cordura; pero con un cadáver que quiero y que recojo, decidiéndolo reclamar como parte de mi historia, de mi mundo, de mi vida privada, con la firme convicción de que alcanzaré mi libertad, gracias a él.

Texto agregado el 03-04-2008, y leído por 324 visitantes. (0 votos)


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