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VISION LITERARIA

Eran las 22 horas cuando sonó el teléfono y me avisaron que Fabio Quiroz quería verme
con urgencia, que estaba internado en un neuropsiquiátrico en Buenos Aires.
Desde ese momento, mi corazón replicó con ritmo inestable, sintiendo un sudor profuso, un
ahogo intermitente, prefacio de la angustia mas vital.
Caminé desenfrenadamente por la biblioteca, recorrí con la mirada los tomos antiguos de mis libros depositados hace años, con cuidadoso esmero.
Me vi reflejado en los cristales de las vitrinas, me vi viejo y asustado, creí que a esta altura de la vida una de las emociones definitivamente superadas sería el miedo y que este era patrimonio de la juventud.
Me recosté en el sillón antiguo de cuero, intentando relajarme, recordar, pensar, deducir - ¿porque después de tantos años Fabio quiere verme?-

II

Fabio y yo nacimos y crecimos en la provincia de Salta, compartimos el mismo colegio, las travesuras más inocentes y hasta las más extrañas experiencias
Nos unió una profunda amistad, producto de un sueño compartido, nuestro deseo de ser escritores. La imaginación era nuestra aliada, cuanto libro caía en nuestras manos era despedazado intelectualmente y cuidadosamente incorporado a nuestro alma.
Debatíamos diariamente sobre nuestros autores preferidos. El fascinaba interpretar y recordar con fervor y pasión los cuentos de Quiroga, mientras yo era seducido por los de Edgar Allan Poe.
Así transcurrían nuestros días de infancia prematura, siempre en busca de nuevos e ingeniosos artilugios literarios.
Cuando Fabio cumplió trece años, pasó temprano a buscarme con su bicicleta por mi casa. Era domingo y nuestras familias se preparaban para ir a misa. Luego, más ya al mediodía estaríamos todos reunidos en la casa de Doña Carmen, la abuela de Fabio, para festejar su cumpleaños. Fue ese mismo día que con genialidad y picardía, con inteligencia y algo más, tramamos nuestro plan, una experiencia que nunca imaginamos terminaría separándonos, alejándonos y poniendo una distancia extraña, oscura y misteriosa a nuestra hermandad.
Ese día nació un juego genial, una idea brillante y fantástica que perduró durante unos años.
Todos los viernes a la salida del colegio y como premio a nuestras calificaciones escolares, nuestros padres nos permitían quedarnos vagabundeando por las afueras de la ciudad, montados en nuestras bicicletas y con provisiones para acampar cerca del río.
Nosotros decidimos utilizar ese tiempo de libertad para leer los cuentos que más nos gustaban, historias terribles- decía Fabio -
El tenía un humor irónico y atractivo, lograba sacar sonrisas de rostros reprimidos y apagados, era elocuente y su simpatía seducía sin distinción de edad ni género a todo aquel que se le acercara.
Buscando el ambiente más auténtico a nuestros deseos decidimos que el lugar mágico sería el cementerio de La Santa Cruz. Lugar antiguo, descuidado y que contenía un sin fin de leyendas e historias misteriosas. Hacía años que no llegaban nuevos huéspedes, ya que más que un cementerio era un museo funerario. Nadie quería ser alojado en un lugar tan tenebroso y olvidado, ni siquiera, los muertos.
Llegábamos con nuestras bicicletas zigzagueando entre tumbas y ramas, nos sentábamos en el monumento principal ubicado en el centro del circuito, para así sacar un libro y leer en turnos compartidos el cuento más escalofriante que pudiéramos encontrar.
Mantuvimos este ritual por un tiempo hasta que un día un tanto aburridos y con una imaginación ilimitada y destellante congeniamos para hacer de ese espacio un momento aun más adrenalínico.
Fue así como nació la idea de escribir historias de puño y letra, ahora seríamos nosotros mismos autores de relatos.
Pero éramos ambiciosos, y de una imaginación desbordante, fue así que surgió la idea de rotar cada viernes por una tumba diferente, elegida de antemano y no arbitrariamente, leeríamos el nombre inscripto en la lápida y armaríamos a partir de ahí historias increíbles de personajes imaginarios pero con cierto canon de autenticidad, el nombre y el apellido, el sexo y la edad serían datos reales.
Lo que empezó siendo una diversión, terminó en una obsesión, ya no íbamos solo los viernes, sino que cada vez que teníamos la oportunidad de retirarnos un poco de la ciudad, nos adentrábamos al viejo cementerio, en busca de una nueva tumba. Recuerdo que llegamos a sentir angustia ante la idea que se nos agotaran las lápidas para proseguir en nuestra creativa actividad literaria.
Cada día nos unía más la pasión por la escritura, teníamos una hermandad, una amistad carnal, no había lugar para ninguna contingencia que no sea la pasión por las letras.

III

Los últimos días de otoño se desvanecían ante nuestra vista dando entrada al cruel invierno. Si elevábamos la vista se nos presentaban los troncos desnudos de los árboles, como brazos viejos, esqueletos oscuros de madera escamada y en otra dimensión las nubes grisáceas, el cielo indefinido que presagia el cambio de estación. Todo este paisaje era una postal viviente que incrementaba nuestros deseos de permanecer en el cementerio y escribir sin pausa.
Como tantos días, llegamos a La Santa Cruz, atravesamos ansiosos las pesadas y antiguas rejas negras labradas, las puertas siempre entreabiertas y bailoteando al compás de los aires, resistiendo y perdurando en el tiempo. Una vieja y oxidada cadena de hierro pesada que colgaba sin ningún fin más que el de intimidar por sus sonidos secos y metálicos.
Fabio se dirigió sin dudarlo ante una lápida muy antigua, con las inscripciones tan desgastadas que las letras talladas parecían llorar desde esa piedra de granito descolorida. Nos paramos frente a la roca plutónica y leímos con asombro;
“Revine, se aloja aquí, donde está el paraíso y el infierno, quien me honre tendrá la gloria, quien me desprecie la completa ruina.”
Intenté persuadir a Fabio que desistiera de esta lápida, que su contenido inscrito prefería de ignorarlo, lo estimule a buscar otra tumba, y recuerdo que hasta lo tomé del brazo tironeándolo para desalentarlo de su actitud.
Más todo fue en vano, ya que mi amigo permaneció en silencio como encantado, la mirada fija en la piedra, estático y abstraído.
Comencemos –dijo-
Nos sentamos y abrimos nuestros cuadernos dispuestos a iniciar la escritura. Pero algo extraño, ajeno, no comprendido pasó. En cuanto Fabio trazó las primeras líneas, se levantó un suave viento de esos que avisan que otros mayores vendrán, las hojas resecas, ruidosas, comenzaron a girar en remolinos pequeños que nos rodeaban como enjaulándonos en una danza misteriosa, se anunciaba con fuerza una tormenta enigmática y sombría, el cielo fue un techo oscuro con una profundidad temeraria. Asustado tiré el cuaderno a un lado y sin dudarlo subí a mi bicicleta, que era mi medio de escape predilecto en situaciones de riesgo, al mismo tiempo decía;
-¡Vamos Fabio!,¡ la tormenta nos encontrará acá, vamos por favor!
Recuerdo que subí el tono de mi voz cada vez más a fin de despertar a mi amigo de su trance, ya que él se encontraba ido, enajenado, absorto, y al mismo tiempo comunicado, vaya a saber con que.
Cuando creí lograr su atención, se escuchó un ruido seco, quebrado y segundos después caía sobre Fabio un tronco viejo, que lo dejó desplomado e inconsciente junto a la vieja tumba.
Dejé mi bicicleta e intente mover la madera que estaba sobre el cuerpo inmóvil de Fabio, grite y comencé a llorar desesperadamente, pero no lograba hacer reaccionar a mi amigo, entonces decidí ir en busca de ayuda. Debí haberme quedado a su lado.
Es tarde para reflexiones, el daño ya se había concretado.
Desde ese día jamás Fabio sería el mismo, y yo tampoco.

IV

Pasaron algunos días desde el accidentes, una vez rescatado y atendido por los médicos, y sin mostrar daño físico evidente siguieron años de amargura y desolación para la familia de Fabio, para mi, y supongo que para él.
El síntoma persistente fue un muchacho enajenado del mundo, que apenas se conectaba con el entorno, que dejo de comunicarse, de reír, de hablar, y hasta de escribir.
Todos los días durante un año aproximadamente pasé por su casa a la salida del colegio. Me sentaba junto a él y le leía todo libro que encontraba, lo ponía al tanto de las tareas y novedades del colegio, pero mi amigo, me veía sin ver, me miraba con la vista perdida. Parecía que una nebulosa imperceptible a los sentidos nos separaba. Su mirada se tornó vacía, extraña a lo común, la mirada del loco espantado y que espanta.
El tiempo no fue aliado en esta ocasión y luego de unos años de espera y tratamientos, la familia de Fabio decidió trasladarse a Buenos Aires en busca de otras opiniones médicas y mayor tecnología de la que gozábamos en nuestra provincia natal.
Y si la memoria no me falla, esa fue la última vez que lo vi .


V

Es cierto que fue la última vez que lo vi, pero no la última que supe de él.
Al terminar mis estudios secundarios, también me traslade a Buenos Aires. Había decidido estudiar arquitectura y mi familia se sumó a mi emprendimiento. Mi madre insistió en que era un buen cambio para la familia, y se concretó la mudanza. Nos ubicamos en el barrio de Palermo, en una vieja casona de estilo, que aún conservo, y en la que habito en soledad desde la muerta de mi esposa.
Un día, a pocos meses de instalados en Buenos Aires, mi padre comparte una noticia que salió publicada en el diario, sobre un joven escritor de potencial notable, que estaba asombrando por su estilo literario.
Ese escritor de potencial y brillante letra era, Fabio Quiroz.
Quedé conmocionado, en mi mente solo había preguntas, dudas, pensamientos contradictorios, resentimiento, y dolor.
Proseguí con mi vida y mis proyectos. Y cada tanto tenía noticias, a través de los medios, de ese escritor que asombraba por su prematura edad y su narración experimentada, o sea una contradicción que solo podía tener, un genio.
Pero no solo se publicaban notas sobre sus maravillosos cuentos, y novelas, también se hablaba de un perfil extraño, emanado de un hombre que tomaba una absoluta distancia con lo social. Se creía que una genialidad como la de Fabio era victima de un desorden melancólico, tan atinado y acertado como ocurre en muchos escritores a los que se les cataloga de extravagantes. O sea la locura en un genio, no es locura.
Había tenido la oportunidad y el deseo de leer sus libros, eran de una brillantes única, de una complejidad exquisita que a su vez los traducía con el más natural instinto.
Y ahora, sesenta años después, este llamado, apareciendo de la nada, desde un manicomio, y pidiendo verme.
Así, entre las dudas que carcomían mi mente y mi corazón, emprendí al día siguiente el viaje para cumplir con la cita. Caminaba lleno de indignación, contrariado, por momentos pensé en volver, no acudir al llamado, abandonarlo como el nos abandonó.
A su vez, una fuerza extraña , intrigante, y reconozco algo maliciosa, me impulsaba con la aspiración de verlo pedirme perdón después de tantos años de aislamiento, de solo vivir para su genialidad literaria dejando absolutamente de lado los códigos de una amistad valerosa.
Pero la curiosidad me ganó igual que de muchachos, esa sed por lo desconocido y el ansia de abordarlo todo, me hizo proseguir mi camino hacía ese viejo egoísta, consumido por el éxito, arrogante y manipulador que me necesitaba.
Llegué al nosocomio, las piernas me temblaban, el oxigeno me faltaba, la vista nublada, y una tensión que oprimía todo mi ser. Tomé conciencia que tenía los puños cerrados, apretados, agarrotados, dispuesto a entablar combate.
Se acercó un enfermero y le expliqué que me habían llamado, no fue necesario proseguir mi explicación, me interrumpió e inmediatamente me dijo;
-Sígame, el maestro lo espera.
¡¿El maestro?! , ¡porque no le dice al maestro que se vaya al carajo! -pensé- pero, ya estaba frente a la puerta del cuarto.
-Don Fabio -dijo el hombre vestido de blanco- ¡acá está su amigo!
Entré lentamente y tambaleándome, una voz ronca y apagada me sobresaltó e interrumpió mis ideas .
-Hola amigo mío.. –dijo Fabio-
Era él, no había dudas, su voz estaba envejecida, pero aun conservaba su estilo tan peculiar, cierta sensualidad que emanaba invariablemente de sus cuerdas vocales.
Me invitó a sentarme a su lado, e insistió que no me sentará en la silla.
Ante mi insistencia, dado que yo quería preservar las distancias y prefería afirmarme en la silla vieja de hierro- Fabio dijo-
-No, no lo irrites.
-Pero... ¿de que hablaba?, ¿que no irrite a quien?
Insistió en que no haga preguntas, que lo escuchara y que había poco tiempo.
Se puso serio y se incorporó como quien intenta transmitir seriedad y atención especial en un tema.
Comenzó su relato
- Querido hermano, solo escúchame. No estamos solos, él está aquí.
Supongo que lo recordaras, es Revine.
- Creí desvanecer al escuchar ese nombre, como no iba a recordarlo, pero me pareció más pertinente que Fabio prosiguiera, además yo estaba en estado catatónico.
-Este estúpido y malvado, poco entretenido y caprichoso fantasma me está persiguiendo desde aquel día.
¿Recuerdas? aquella tarde, frente a su tumba, encandilados con su lápida y los versos que rezaban en ella.
-Imagino la expresión de mi rostro mezcla de pavor, ahogo y desconcierto absoluto y comprendo porque Fabio dijo:
-No te angusties, por favor, me queda poco tiempo -repetía una y otra vez - y mucho que explicar.
Nunca perdí la conciencia como todos creyeron, siempre estuve percibiendo cuanto pasaba a mi alrededor, pero este espectro malicioso me tenía absorto y bajo amenaza. Sí, bajo amenaza desde aquel día.
Me profesó un conjuro, una maldición que aún perdura. El tiempo apremia, mi salud se deteriora rápidamente, casi no puedo escribir y nadie puede hacer el resto del trabajo que adeudo a este pestilente monstruo opaco, este espanto frustrado y resentido que me acompaña a todos lados desde aquel día.
-Y siguió, diciendo-
Esa tarde, entre tanta confusión, desconcierto y angustia, recuerdo tu rostro de estupor, tu llanto sin consuelo ante mi cuerpo inerte, te veo sufriendo, también a mis padres, mi pobre madre que murió sin consuelo ante este hijo autista; la privé de caricias, me privé de todo, solo Revine me hablaba, no me resignó en ningún momento, no me dio respiro propio, era mi aliento, un otro que me habita. Le temí durante demasiado tiempo y me abandonaba a todo cuanto él decía, pero hace años que confrontamos, lo provoco sin miedo, sin culpa, y con todo el odio de que dispongo.
-Fabio levanta el tono de voz y mirando hacia la silla de hierro, casi en un grito lo escucho decir;
- ¡¡Ves fantasma idiota, no te temo y mi amigo tampoco te teme, inmundicia fantasmática, payaso de los espectros serios que habitaron el mundo!!
- Siguió un rato sus diálogo con la silla vacía, mientras yo miraba atónito toda la escena.




VI

No tengo doce años ya, ni la imaginación, ni el tiempo a mi entera disposición y para colmo, no tengo mi bicicleta, y aunque la tuviera, sabe dios si mis huesos soportarían una huida.
Y estoy en un neuropsiquiátrico, con un loco que ve fantasmas, pero que recuerda todo con agudeza y precisión. Es la vejez, precisando las primeras huellas, obviando lo inmediato, ¿será parte de la sabia naturaleza, evocar en un momento de la vida solo aquello que valió la pena?
Interrumpe mis pensamientos la voz de Fabio.
-¿No me escuchas? –dice Fabio –
Y prosigue ansioso hablándome.
-Te necesito. Sos la única persona, al menos en este mundo, que creerá en mi, sin poner en duda mi historia. Fuiste parte de un sueño que se transformó en pesadilla.
-Sentí que la furia que reinaba en mi poco a poco se transformaba en otro tipo de sentimiento más benigno y compasivo.
Decidí escucharlo.
-Recuerdas, las hojas secas comenzaron a mudarse como si tuvieran vida propia, el viento, el cielo, todo parecía indicar el inicio de algo.
Ese algo que no pudiste percibir, que tus sentidos no pudieron capturar, fue el diálogo que Revine mantenía conmigo mientras vos intentabas animarme.
Debo reconocer que este apestoso fue claro y directo, no titubeo y me encaro sin compasión.
“Vi como una nube sombría y borrosa, casi imposible de describir, se desplazaba hacia mi, y decía”;
–¡Sacrílego!, pagarás por esto, has transgredido lo más sagrado, has atentado contra seres indefensos, violando su pasado.
-Yo no entendía de que hablaba, ni quien hablaba, ni que era eso que me hablaba, intenté anudar sus palabras a fin de discernir, y él proseguía;
-No se cambia la historia de un muerto, solo se altera el mundo de los vivos, las historias ya vividas son únicas y permanentes.
Vinieron a un lugar sagrado, y con arrogancia mayúscula, sin ningún pudor y despojados de decencia, faltos de moralidad, jugaron con historias pasadas. Has envenenado con falsas narraciones almas puras, has depurado ánimos violadores y asesinos, has escrito blasfemias Pagarás toda tu vida por este sacrilegio.
-Así me hablo la sombra parlante y agregó:
Fabio Quiroz, tu eres autor destacado de este pecado, te condeno a vivir el resto de tu vida entre dos mundos, seré un filtro, una pantalla, tu realidad; Yo seré tu universo, tu luna, tu reflejo, no habrá albor para tu percepción, ni una flor, ni la mujer deseada, ningún ser podrás aprehender que no sea sin precipitarte previamente hacia mi.
-Luego hizo un largo silencio y agregó.
-Pero la piedad es patrimonio de los dos mundos, te concedo la oportunidad de liberarte de esta condena.
Para ello deberás escribir una por una la verdadera historia de cada una de las tumbas profanadas.
Vendrás acá y junto a cada lápida, invocarás el nombre inscrito en ella y escucharas con oído atento la verdadera historia de esos seres que descansaban en paz hasta tu ocurrente y desdichada idea.
No te librarás de mi hasta que el alma última de este cementerio esté reparado y descanse en paz.
Solo así tendrás la libertad de ver el mundo por ti mismo.
-Primero pensé que era un mal sueño, de esos que solíamos tener en esa adolescencia turbada, inquieta, hormonal, pero no tardé mucho en darme cuenta que era real, tan real como vos y yo en este momento.
Desperté en mi cama de esta ensoñación y vi acercarse a mi madre, su rostro acongojado y sus ojos llenos de lágrimas. Cuando la pobre iba a abrazarme y sentir su afecto confortante, se interpuso entre ambos un calima espeso que me separaba de lo mas amado por mi.
A partir de esa día, todo cuanto yo intentaba ver, era cruzado por Revine.
Luego, mis padres decidieron volver a Salta, la abuela Carmen estaba muy enferma y los necesitaba.
Esa fue una bendición, ya que comencé a visitar el cementerio, sonámbulo, ajeno, autista, distante, pero me trasladaba hasta la Santa Cruz, mis padres lo permitían, ya habían agotado todos los recursos.
Así que con un estado de turbiedad, me senté delante de la lápida de Diana Sánchez, nos iniciamos con ella, recuerdas, luego escribí su nombre y su apellido, y acto seguido escuché su historia.
Todo lo que ella decía yo lo transcribía al papel, cada detalle, cada palabra.
.Cuando termine la primer historia, la dejé cuidadosamente sobre el escritorio de mi dormitorio, junto a la medicación que tomaba diariamente.
Un día mi padre encontró el manuscrito y luego de leerlo decidió presentarlo en un concurso de literatura local que se realizaba en la ciudad.
Para sorpresa y regocijo de todos, la narración ocupó el primer lugar, aunque yo no podía disfrutar nada de lo que acontecía, en cuanto intentaba tener un contacto, un vínculo con alguien, aparecía Revine y opacaba entrometidamente cuanto yo intentara rozar.
Nuevamente me acercaba al cementerio, yo escribía, y se publicaban los escritos.
Solo podía tener una visión clara al escribir, por ese hoy me cedió tersura, ya que había un objetivo precioso, terminar la última historia.
Amigo, llevó toda mi vida esta labor, y necesito concluir, quiero morir libre de él y soberano de mi, deseo abrazarte sin tener nada que se interponga entre ambos.
-Luego de decir esto último Fabio cayo como desmayado, el sueño y el cansancio le ganaron a su voluntad.
Me acerqué lentamente, yo podía respirar mejor y mi cuerpo había dejado de temblar, sentía compasión, pena, tristeza, consideración por él..
Cuando ya estuve a su lado, muy suavemente acaricie su mano a lo que Fabio despertando a medias susurro:
-Se que estás, pero no te siento. Libérame de esta tortura.
Queda solo una historia por reparar, la lápida de Arturo Delio Del valle. Tienes que ir a La Santa Cruz, y terminar este trabajo, solo vos podes hacerlo.
Nuevamente cayo en un sueño profundo.
-Me retiré en el más absoluto de los silencios, arrastrándome de pena y dolor, miraba hacia atrás suavemente volteando mi cabeza, como quien no está seguro de querer ver lo que queda a nuestras espaldas.
Al salir de la habitación me interceptó el mismo enfermero que me había recibido y me entregó un sobre pesado, de color madera, y me dijo:
-Señor, esto me lo entrego el maestro para usted, me recalcó que se lo de en mano. –y agregó-
Sabía usted que el señor Fabio Quiroz sufre desde hace años de una esquizofrenia temprana. Ha padecido mucho el pobrecito.

VII

Llegué a casa más aturdido de lo que mi espíritu podía soportar. No podía distinguir si había soñado todo o si era real. La imagen desconsolada y suplicante de mi amigo quedó en mis retinas. Mi corazón, aun aferrado como sanguijuela a la vida y mi espíritu no quebrantado me decían que debía cumplir el deseo de Fabio, más allá de toda objetividad.
Dejé el sobre en la mesa del escritorio, me encaminé a la cocina, preparé un té y volví caminando lentamente hacia la biblioteca.
Me instalé en mi sillón viejo de cuero marrón, y comencé a organizar en mi mente todo lo sucedido, y aunque la duda y la desolación me invadían, ordenaba con desidia mi viaje a Salta.
Tomé el sobre y lo apoyé sobre mi falda. Con ansia lo abrí y reconocí atónito lo que en el había. Eran los manuscritos que escribimos con Fabio en el cementerio, los borradores originales, las hojas amarillentas, cada historia estaba guardada.
Un archivo viviente de un pasado prospero y aventurero. Mucho más que eso, era el fundamento de mi ser.
Me sentí brutalmente identificado con Fabio, y hasta con Revine.
¿Y si realmente habíamos violado la historia de otros?, y ¿si Fabio no estaba loco?, y ¿si Revine no era una alucinación de Fabio?
Fue en ese preciso momento que tomé una decisión;
Este viejo quiere seguir soñando.

VII

Esa noche prácticamente no dormí, se filtro el tiempo entre el llamado al aeropuerto, un bolso liviano que mi espalda pudiera soportar y la ansiedad que se adueñaba de mi.
No tomé conciencia de lo que estaba haciendo hasta verme sentado en el avión que me llevaría a la ciudad de Salta. Me quedé impensadamente dormido. Cuando desperté, ya estaba aterrizando en el aeropuerto de Salta. Había dormido como un niño pequeño desconectado de todo el entorno.
Bajé despacio, mire el cielo y a mi alrededor como quien baja de una nave espacial a un sitio lejano, inexplorado, y resplandeciente.
Me quedé unos minutos sentado en un banco observando todo a mi alrededor, se me cruzó la visión desgarradora que Fabio debía sentir al no poder abstraerse jamás de ese demonio, de sus pesadillas, de eso que lo torturaba sin tregua. Y fue en ese momento que se presentó con mas fuerza la duda. Mi amigo había enloquecido como decían o realmente se le presentó algo inexplicable.
Llamé un taxi y me encaminé hacia el cementerio.

VIII

Sea que, abstraído por la situación o la senectud, el hecho es que perdí noción del tiempo que estuve parado frente a las rejas negras, labradas, pesadas, abiertas de par en par como si estuvieran esperando mi regreso. Sentí encanto y satisfacción, al saborear el entorno, el paisaje, en ensamble y articulación con el pasado lejano y el presente fugitivo que brincaban a mi alrededor.
Camine como flotando entre impresiones diversas. Recorrí a paso lento el cementerio. Casi sin pensarlo me encontraba en el centro del circuito, en el viejo y permanente bloque central. Todo estaba igual, solo que parecía más pequeño y menos negro de lo que recordaba.
El humor nunca fue una virtud destacada en mi personalidad, eso le pertenecía inexorablemente a Fabio, pero por un momento pensé con ironía morbosa que el miedo que ya no sentía podría ser producto de reconciliarme a esta altura de la vida con lo que sería, en breve, mi nuevo hogar.
Recorrí el cementerio. Casi había olvidado a que había venido, hasta que me topé sin buscarlo con la lápida de Revine.
El estaba igual, pero yo no, otra vez la ironía y el humor me ganaban, sería un mecanismo de defensa, su lápida se encontraba tan palidecida y permanente como siempre, mientras que yo era otro. Quedé un rato observándola, subconscientemente quería que me hablara, que se comunicara conmigo, precisaba creer que Fabio Quiroz no era un escritor demente y alienado y que todo era verdad. Me invadió la fantasía de encontrar pruebas y demostrarle al mundo todo, que mi amigo no era un loco, sino una victima de lo inexplorado.
Miré a mi alrededor con la esperanza que el entorno tomara vida, los árboles, las hojas, la tierra que se encontraba húmeda aún, por alguna lluvia que supo visitar la provincia en esos días. Lo que me pareció infausto en un momento, desharía hoy su eminente aparición y presencia.
Más todo permaneció inerte, inactivo, y yo seguí con misticismo mirando la tumba de Revine.
Cuando sentí saciar mi parquedad, me dirigí a buscar la tumba de Arturo Delio Del Valle.
No me demoré mucho en encontrarla. Me senté junto a la lápida y miré fijamente la inscripción con el nombre, datos y detalles que podía observar, supongo que creí que de esa manera, invocaría de alguna forma al espíritu que Fabio lograba atrapar en sus escritos.
Todo fue en vano, pase horas esperando una señal. Sentía frío, desaliento y un inmenso agotamiento.
Finalmente recapacitando mi extravío me di por vencido y volví a Buenos Aires, la salud de Fabio era critica, ya no podía permanecer más tiempo.

IX

Llegué al hospital, y me adelantaron que se encontraba muy grave, que el desenlace sería de un momento a otro.
Lo habían cambiado de habitación a una de cuidados intensivos. Entré al cuarto seguro que lo encontraría adormecido o ausente, pero en cuanto sintió el ruido del picaporte se empezó a mover con esfuerzo; Creí que la mirada expectante e impaciente se mantendría hasta que yo lo pusiera al tanto de lo ocurrido en la Santa Cruz, pero en cuanto pudo fijar su vista, su expresión se transformó en amarga, de infinita congoja, el desconsuelo se le filtraba por todo su rostro, se trazaba la consternación mas terrible. Con mucho esfuerzo habló;
-No te angusties, lo intentaste.
Sus ojos se comenzaron a humedecer y suavemente corrieron lágrimas que me obligaron a cerrar los míos, no supe soportar el dolor que Fabio abrigaba
No entendía como él podía saber que yo había fallado en su anhelo, pero no tardo en sacarme la duda cuando me dijo;
-Casi no puedo distinguirte amigo, el se interpone una vez más.
Me desvanecía de aflicción, de impotencia, de odio por tanta injusticia, de ver ante mi al maestro, como le decían, acabado en la oscuridad mayor, y sin poder rescatar mucho para el adiós, una enfermedad loca, temprana, injusta, que lo había atormentado toda la vida.
Seguí mirándolo y pensé, ¡dios llévatelo ya!, que deje de sufrir, la locura se apodera de un hombre y se adueña de su ser, lo maniobra, lo guía quitándole toda posibilidad de razón. Lo enajena de cuanto desea, alienándolo de su mismidad, arrancándole la posibilidad divina de amar.
Quedé suspendido en mis pensamientos cuando sonó un timbre y mucha gente comenzó a circular, médicos, enfermeros, me sacaban del medio como si estorbara infinitamente pero yo no lograba mover un suelo hueso, un miembro, mis músculos paralizados, la respiración suspendida.
Esperé en el pasillo, mientras las corridas no cesaban, los intentos evidentes para revertirlo.
Escuché los gritos de un uniformado, supongo que de seguridad, luchando cuerpo a cuerpo con un periodista que intentaba filtrarse entre el personal médico.
Y súbitamente, un silencio mortífero rajo los pasillos del hospital. Cesaron las corridas y la quietud suspendida presagio lo peor.
Lentamente fueron saliendo todos del cuarto, las cabezas gachas, y la poca prisa confirmaron mis sospechas.
El mismo enfermero que se encargo personalmente de Fabio desde que asistí al nosocomio, fue el que se acerco para decirme que en un ratito podría pasar, y que hicieron todo lo posible.
X

Nuevamente iba a entrar al cuarto donde estaba mi amigo, pero esta vez sin capacidad para el asombro ya que todo era predecible.
Todo había terminado, no había lugar para sorpresas. Fuera lo que fuera lo que paso con Quiroz, ya nadie tendría acceso a ello.
Abrí la puerta con la suavidad que se tiene al no querer despertar a nadie y asomé la cabeza como un chico que investiga algo.
Finalmente este pobre hombre con alma de niño, con años robados, descansaba en paz. Me acerque con el respeto que se profesa a una divinidad, haciendo un culto de ese momento. Lo observe un rato, mientras me sentaba junto a su cuerpo.
Con cuidado minucioso deslicé mis manos, la izquierda por detrás de su espalda y la derecha tras su nuca.
El tiempo es directamente proporcional a los afectos, estuve un siglo abrazándolo.
Luego, suave, pausada y cuidadosamente fui apartándome de él, al mismo tiempo que me distanciaba para verlo por última vez, pero cuando abrí los ojos, vi como una nube sombría y borrosa, casi imposible de describir que me separaba de Fabio Quiroz.

Escrito por; Laura Ethel Miguez

Texto agregado el 29-05-2008, y leído por 93 visitantes. (0 votos)


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