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Cada mañana se levantaba, desayunaba, se duchaba y comenzaba con todo lo que el día anterior había dejado atrás, sin embargo, aquel día se sintió diferente, capaz de romper con su monótona y típica vida, capaz abandonar esa rutina y deslizarse por lugares desconocidos a horas casi olvidadas. Cuando salió de casa ya hacía media hora que debería haber aparecido en la oficina, entró en su coche, encendió el motor y salió de su perfecto garaje prediseñado como tantos otros de la zona. Condujo hacia la salida de la urbanización, pero esta vez dejando la avenida que solía llevarle hacia su trabajo detrás. Con un acto casi mecánico, reminiscencia de la vida que acabada de abandonar, miró el móvil: tres llamadas perdidas, que jamás serían devueltas, eran llamadas a otro tipo de persona que pretendía olvidar e iba a lograrlo. Continuó conduciendo, tras él, cientos de calles insignificantes, preciosas pero iguales unas a las otras, tan parecidas que ni un ápice de añoranza apareció en su mirada, fija en la carretera, fija delante, nunca detrás, sin recuerdos que le hicieran volver, sin ganas de aquella vida constante, sin sorpresas ni emociones, tan planificada y gris que parecía una fotocopia a la del resto de sus compañeros de trabajo, amigos, conocidos, familiares… todas aquellas personas similares con gustos parecidos y maneras homogéneas. Él había decidido dejar todo aquello detrás, lejos de su nueva vida que se antojaba tan llena de emociones.
Pasaron las horas, las ciudades, las personas y, tras casi un día al volante llegó a un destino no planificado: un motel de un pueblo tan diferente a su urbanización blanca e impoluta que decidió pasar la noche, cenar, dormir y llenar el depósito para el día siguiente. Volvió a mirar el móvil: cuarenta y dos llamadas y ningún intento de conocer de quién procedían. Se sentía diferente, nuevo. Por fin había encontrado la seguridad que aquella vida le había arrebatado, se acostó pensando: realmente lo he conseguido.
El día siguiente pasó entre autopistas y autovías, ya eran más de tres mil kilómetros solitarios y felices camino hacia su nueva vida, lejos de lo pueril y predecible de su anterior existencia. Por fin llegó a su meta; los edificios se alzaban más de lo que había imaginado, las personas caminaban ajenas a la hazaña que acababa de lograr. Todo había salido bien, había conseguido romper con lo anterior, había logrado ser un hombre nuevo y completo. Cogió el móvil: noventa y tres llamadas perdidas. Volvió a soltarlo.
Aquello era todo lo que deseaba: verdadera libertad, se dijo mientras pedía el desayuno en aquel café nocturno en el que nadie conocía a nadie. Un hombre entró acompañado de una mujer a la que parecía conocer poco, él los miró y pensó: así era yo hace apenas dos días, una persona normal con una vida normal, pero vacío. Mientras le servían el desayuno alguien frente a él desdobló un periódico y comenzó a leerlo, el sonrió; “El hombre de negocios que atracó un banco hace dos días sigue desaparecido”.

Texto agregado el 30-05-2008, y leído por 166 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
30-05-2008 buen cuento espero que no lo atrapen al atracador divinaluna
30-05-2008 buen cuento, el final impecable. 5* cerrense
30-05-2008 Me gustó, interesante. Kbjiara
 
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