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Cagar era la cosa que más le gustaba hacer en el mundo. Cuando se encerraba en su baño disfrutaba como un niño fabricando aquellos inmensos troncos que caían al agua ahogándose, chapoteando, sumergiéndose, girándose, y volviendo a salir. Él miraba embobado la fiesta, luego tiraba de la cadena y los dejaba a su suerte, o imaginaba a donde irían a parar, y que aventuras les esperaban. Cagar era como parir. La espera tardaba un día entero pero al final siempre ocurría el milagro. La vida era una cosa bonita porque existía aquel ciclo. Cuando algo le entristecía pensaba en su cuerpo y en el estado de gestación en que estaría su próxima obra. Se imaginaba las formas y la textura y eso lo consolaba de la tristeza de su trabajo en la oficina.

En la oficina tiraba de la cadena. Pero en su interior siempre soñó con mostrar su arte. Si aquel jefe sin sentimientos, si aquellos compañeros grises hubieran visto lo que él llevaba dentro. Antes de ver como se lo tragaba el inodoro, miraba con tristeza aquellas obras sublimes que nadie podría apreciar jamás. Si ellos supieran... Si tan solo imaginaran, en sus vidas oscuras, de cuanto era él capaz. Nunca dejaba verlo a nadie, ni siquiera a Horacio. Horacio, era su compañero de ventanilla. Igual que él Horacio tenía una afición escondida, pero Horacio sí le confió su secreto. Horacio escribía poemas de amores adolescentes.

En cambio, él era el único conocedor de su arte, el único espectador, el único visitante, el único que podía apreciarlo. Ni siquiera Horacio sabía de aquello. Su vida se consumía en las cuatro paredes de un despacho gris, y en las cuatro paredes de un apartamento lóbrego.

Su obra se perdía cada mañana, cada tarde que él la engendraba. Y las personas de la oficina seguían sus vidas descarriadas sin saber que aquellas obras íntimas, que salían de su más profundo ser, existían.

Las complicaciones de un enfisema acabaron con la vida de Horacio antes de que cumpliera los cuarenta años. Después de llorar la muerte del amigo, sintió que debía reflexionar seriamente. No tenía sentido seguir el mismo camino. No podía dejar que su vida se consumiera en aquel vacío desesperante, que sus compañeros siguieran sus vidas apagadas sin conocerlo, sin saber que aquello se estaba gestando delante de sus narices. Tenía que abrir aquella ventana y eligió un día del calendario con sumo cuidado para hacerlo.

Invitó a toda la oficina a su apartamento y preparó un surtido de canapés para que todos se chuparan los dedos. No quería descuidar ningún detalle. Sabía que muchos no vendrían, pero contó con los que más le importaban. La reunión tuvo un éxito rotundo. Fueron llegando a lo largo de toda la tarde y dejaron sus abrigos encima de la cama. Improvisó algunas cajas y una caja de madera para que todos pudieran sentarse.

A pesar de los nervios, su tripa no le falló. De hecho, todo hay que decirlo, contuvo su necesidad durante un buen rato para hacerlo coincidir con el momento oportuno. A eso de la media noche se encerró en el excusado y no salió hasta más tarde.

—Ya está —anunció.

Y todos quisieron saber que es lo que ya estaba. Él señaló con ambas manos la taza del váter, y se armó un revuelo. ¿Qué era lo que pasaba? El pasillo era estrecho y sólo pudieron entrar de uno en uno. Los invitados miraban el interior de la taza y volvían en silencio a sus asientos. Algunos se quedaban pensativos largo rato antes de volver a comentar que los canapés habían estado muy ricos. La fiesta aún duro un rato.

Y al día siguiente, en la oficina, fue la comidilla de algunos, y estuvo en la cabeza de todos. Él les oía hablar entre ellos, los veía callarse cuando entraba en una habitación. Sabía que una y otra vez volvería a sus mentes la imagen de aquel zurullo apabullante que habían visto delante de sus ojos la noche anterior. La obra de ese mismo compañero al que, hasta entonces habían visto como un don nadie, como un ser anónimo, sin nada que destacar. ¿Y de verdad lo habría cagado él? Se preguntarían algunos. Otros, los más, no cabrían en su asombro ¿Quién iba a decir que este tío...?

Texto agregado el 30-05-2008, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
31-05-2008 Tenía un amigo gorila que en esos casos decía "voy a escribirle a Perón" Tu personaje le ganó, mejor caligrafía. Felicitaciones. praprique
30-05-2008 Si esto no tuviera faltas de ortografía sería la más fantástica mierda (permíteme que utilice el adjetivo, es necesario) que se ha escrito sobre lo que somos en esta página. Espero volver pronto y que lo hayas revisado. vitrubio
 
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