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El accidente

Virgilio Justo

Desde que está solo, Rubén necesita algo más que las voces y las músicas de su viejo transistor… Por eso, se oculta entre la multitud del bar, por eso, en cuanto baja la trapa del taller escapa hasta el bar y allí se queda un buen rato, con la mirada perdida en el fondo del vaso de vino, la vista fija en sus maltratadas uñas, llenas de señales y rasguños, así para el rato, sumergido en sus pensamientos, intentando convencerse, sin mucho éxito, de que la suya es una libertad que los otros no tienen, fantaseando con la idea de que, si quisiera, podría quedarse allí toda la noche y los demás, los otros, todos esos tipos que le rodean, ruidosos y felices, volverán pronto a casa, donde les aguardan una mujer, unos hijos, unos problemas que él hace tiempo que dejó atrás.
Saborea, como un placer prohibido, su vino peleón, podría beber cuanto quisiera, podría, ¿por qué no?, atiborrarse de coñac, anís, ginebra… hasta caer dormido allí mismo y nadie, absolutamente nadie, recriminaría su conducta.
¿A quién va a importar si un mal día decida ponerse al tren? ¿Quién se inquietará si mañana no sube la trapa del taller?…
Con estos pensamientos, el vino le sabe más amargo, parpadea, se mueve inquieto en el taburete, siente, sin saber muy bien por qué, la imperiosa necesidad de salir de allí, mastica desganado el bocadillo de tortilla que le sirve de cena, de pronto siente la escrutadora mirada de todos en su cogote, sabe muy bien que todos están en el secreto de su tragedia y un sentimiento de vergüenza le recorre de pies a cabeza, se limpia la boca con la manga de la camisa, de pronto siente prisa, de pronto le molesta el humo del bar, la gritona alegría de los otros, los golpes de los jugadores de dominó, mete la mano en el bolsillo de la chaqueta, deja unos euros sobre el mostrador y escapa de allí, necesita la soledad, la dolorosa compañía de los recuerdos… camina torpemente, intentando disimular su azoramiento, suspira, sí, aquel no es el lugar mas adecuado para dejarse acunar en el recuerdo de Elisa, en cambio, en casa, solo, rodeado de sus cosas, podrá dejarse vencer por la añoranza, aunque con ellas vuelvan, como cada noche, las preguntas del comisario .
“¿Por qué no estaba usted en casa a esas horas? ¿Por qué…?”
No, no puede evitar las palabras de Javier en el velatorio al darle el pésame. Es demasiado… demasiado… Pero… inevitablemente resuenan en sus oídos una y otra vez, como una sentencia.
“Lo sé que decirte, Tomás, no puedes imaginarte lo que hemos sentido todos tu desgracia… Elisa era así, se desvivía por todos… En cuanto Ana se puso de parto salió corriendo en busca de la comadrona… Sin duda, no debió ver el taxi…”
“¿Y el niño…? ¿Llegó a tiempo…?”
“Sí, Tomás, la comadrona llegó por los pelos… unos minutos más y no… Tomasito venía con dos vueltas de cordón… ¿sabes? Si no te parece mal, Ana quiere que el niño se llame Tomás… No te importa, ¿verdad? A Elisa le hubiese hecho ilusión…”
Después del entierro todos venían a decir lo mismo, que era cuestión de aguantar, que la pena… como todo, pero no, no es verdad, solo, en el dormitorio, siente la voz de Elisa… Y en sueños aún es peor, los sueños le atormentan casi siempre, alguna vez, no sabe bien por qué... hay otros sueños de los que no quisiera despertar nunca, son sueños en los que Elisa, la Elisa de sus años de noviazgo, aquella Elisa serena, sosegada, mimosa, la hermosa joven, morena, delgada, sonriente, sobre todo eso, sonriente.
Al despertar de un mal sueño, suele hacer proyectos de fuga, se arreglará, tomará el primer tren que salga para cualquier sitio. Sí, se irá a un lugar donde nada le recuerde el pasado, imagina mil peripecias, entre las que siempre figura la de dejar el taller.
Alguna vez, solo en los peores momentos, le viene a la mente la peregrina idea de dejarse atropellar él también por el primer vehículo que pase, pero, por suerte, en cuanto toma el café con galletas en el bar, se le ha olvidado todo, como un autómata, casi sin saber como, se encuentra un día más ante la mesa de trabajo en el taller.
Los primeros días, las primeras semanas, no se sintió solo, todo el mundo se acercaba a darle ánimos, a consolarle, luego, el olvido y ahora, en esos días especialmente tristes, le asalta la idea de que ha olvidado el rostro de Elisa y tiene que correr a casa para hurgar, ansioso, en la mesilla de noche y comprobar su rostro en la foto de la boda, allí está, apuñando como un garfio, el ramo de azahar…
Con Elisa, el vivir era cálido, no hablaban mucho, incluso alguna vez discutían, por bobadas, por si gastaba más de la cuenta, por si bebía más de la cuenta, porque nunca llegaba ese hijo con el que tanto habían soñado, por si la comida estaba sosa, o salada, o fría, por si llegaba tarde… ¡Si hubiesen tenido un hijo!…
En los días buenos, serenos, llenos de normalidad, Elisa le preguntaba por el trabajo en el taller, si fulanito había pasado a pagar, si podía darle unos euros para la letra de la lavadora, a veces, quizá por llenar el vacío, le contaba, con todo lujo de detalles, lo del embarazo de Ana, la vecina de al lado, y era en esos momentos cuando evitaba mirarle a los ojos, le contaba la ilusión con que Ana y Javier esperaban ese niño, tal vez pensando en lo diferente que sería todo si fuese ella la que estuviera pasando esos miedos de primeriza, un día le dijo que el niño nacería en julio, y que ella había comprado unas madejas de Angorina verde para hacerle una chaquetita y, si le alcanzaba, unos patucos…. Le habían hecho una ecografía y era niño… A él, las cosas como son, le daba cien patadas la suerte de Ana y Javier, “Unos tanto y otros… tan poco”
A veces, sin saber a santo de qué, se queda parado, como embobado pasando una y otra vez la mano sobre la madera y suspiraba exclamando “!qué locura es la vida!”, en esos momentos, sentía la garganta como esparto y se le empañaban los ojos al recordar ese tiempo en el que ellos también soñaron… Lo malo es que, cuando los sueños no se cumplen, la vida se deshace y, como las hojas en otoño, terminan por los suelos…

Texto agregado el 02-07-2008, y leído por 82 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-07-2009 Cuantos autómatas no poblaremos la tierra? Un relato precioso. vanitas
02-07-2008 un hombre muerto en vida, preciosa tu historia.y felicidades fue un gusto leerte.besote almaguerrera
 
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