Un espejo de diamantes bien pulidos, una mujer desnuda de senos voluptuosos, flamante belleza y pulcra sencillez, era el día de su muerte, ella lo sabía y lo tuvo presente toda la semana. Salió del baño y lo observó allí, desnudo también, con su cuerpo lívido y obeso. Frotó un hielo que había en el recipiente del champagne sobre sus pezones, esto seducía al alcalde que descansaba sobre su lujosa cama.
- ¡Ven aquí chiquita! –Susurró el alcalde.

Ella lo miró sonriente, sin embargo, en realidad lo que sentía era un digno asco, saber que tenía que complacer su insatisfecho cuerpo, todo por un creciente fortuna que mantenía a su madre, quien jamás criticó su labor de prostituta, convenciéndola de que en casos extremos, no hay razones de orgullo que valgan.

Obedeció las órdenes, fue hacia el alcalde e hizo lo que cada noche tenía que hacer. Ella sabía lo satisfecho que se sentía, era una Reina en la cama, se lo había dicho aquél hombre, que a sus quince años, la despojó de su virginidad y en el transcurso de sus ocho años como prostituta, se lo decían una y mil veces más.

El alcalde pagó como era debido y prometió volverla a ver, pero ella sabía que no era así, que jamás volvería a verlo y no porque no quisiese, era sólo cuestión de tiempo, para que la promesa fuese cumplida.

Salió en su auto hacía la estación de gasolina más cercana, esperó sin pensar en nada, sólo miraba su alrededor. Un presentimiento que ella no sabía definir, se hacía cada vez más intenso y más presente, no le tenía miedo a la muerte, pero sí le tenía miedo a lo que dejaría al marcharse.

Siguió en el auto hasta el puente del pueblo, nadie estaba en el lugar a las doce de la madrugada, le pareció un interesante sitio para suicidarse. Fumó una caja de cigarrillos completa y escuchó la brisa en el mar, recordó como había sido su vida y se preguntó, si era esto lo que ella quería. No quiso dar respuesta a su misma pregunta, tal vez sólo fuera un síntoma de debilidad.

La calle estaba sola y ahora lloviznaba, se sentía triste y desamparada, no tenía una madre y tampoco un padre, no tenía su amor ni hijos, sólo se tenía a ella misma, una mujer cansada de vivir siempre lo mismo, una mujer que estaba constantemente frustrada al no cumplir sus verdaderos sueños…
- Ya casi, muy pronto…

Sus sollozos se convirtieron en gritos, gritos que jamás nadie escuchó, ahora el miedo junto a la lluvia, se hacían cada vez más fuertes y su corazón se aceleraba al mirar el reloj.

Buscó entre sus cosas y encontró el cheque que había ganado, dos millones de pesos por una miserable noche. Ella no podía contener su dolor, nadie nunca la amó, nadie nunca la abrazó con cariño, ni su madre, ni sus hermanos y a su padre no lo conoció, no en un estado que ella recuerde, él murió cuando ella daba sus primeros pasos, ¿acaso valía la pena seguir viviendo así?

Me di cuenta cómo arrugó el cheque, lo rompió en mil pedazos, entendía su dolor, más de lo que ella misma lo comprendía.

Se levantó, quise detenerla pero supe que era su noche, no iba a perturbar sus ilusiones, la única que le quedaba, ¡descansar! Se paró muy cerca de la orilla del puente, mirando de reojo el mar, apretó sus manos y dejó caer un collar al suelo, yo sólo esperé para verla morir.

De repente, una bala cruzó su espalda, se sacudió un poco ante el impacto y cayó directo al mar. El dolor cegó mis ojos, pero aún así, caí en cuenta quién la había matado. Ver esos ojos, iguales a los suyos… una anciana que jamás la perdonó, su madre.

El cuerpo nadaba ya muy lejos, la anciana tiró el arma, recogió el collar y salió corriendo, no se dio cuenta de quien la observaba… me desesperé, ¡yo la amaba! Fui la única persona que la amó desde que la conocí, su madre la asesinó y ella nunca lo supo, como tampoco supo, que estuve siempre a su lado, para cuando quisiera despertar.
- ¡Despierta!