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Inicio / Cuenteros Locales / dandotraspies / (2) el blasón y quien lo porta

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La primera vez asustaba que me cayera el espanto, debajo de la cama o detrás de en la habitación que dejaba en penumbras tras apagar el foco, pero no sabia porque, pero tenia que correr y si volteaba se iba a hacer del vapor de la noche alguna pérfida monstruosidad, eso si estaba solo, el saberse solo siempre es punto de ida y vuelta para llegar a lo mórbido.
Ahora que lo pienso esto no llega sino de otro tiempo, cuando era menos estupido y podía suponerme días claros y noches tibias, aun puedo, pero me exige un esfuerzo sobrehumano el dormir la noche y vivir el día.
Usaba lentes y me llenaba de mi cada vez que notaba bajo mi brazo un bulto de libros, que entre idiomas distintos, poemas oscuros, tratados doctos, me daban la entrada a lo que suponía la erudición, hacia una luz que no se apaga ni da prorroga a la ignorancia, a la necesidad, hoy puedo decirme libre de aquella razon enarbolado, tengo el corazón turbio y en el pecho se debaten los gusanos, ¡cuando el dedo apunta al cielo solo en tonto mira al dedo! Mi razon tenia un problema, se quería morir y yo moribundo no me sabia muriendo y sabes me llegaba el saber desde el escándalo, ante aquellos que te piden unas monedas y no puedes sino verles de soslayo sin poder amarlos, con cada acto el escándalo llegaba, era evidente que no hacia lo que decía, es mas que plausible desasociar la mano de la tras, pero la sombra no se olvida y cuando crees que la luz es tu compañera no hace sino proyectarte la sombra, burla de uno, bulto sin sustancia que me daba escándalo, al final sabia que no podría trascender, lo hacia tanto como no lo hacia, un ínfimo instante ente tantos otros, pensaba contener todo y lo contenía todo, hasta que el desgarre del sueño me abrió la barriga y derramo al mundo en la acera, mundo pequeño para mi, quien no es afecto a suponer mas que una realidad, una vida, una mujer, una luna y no las lunas que son el espejo del mar a través de las ventanas, en las charcas inmundas que se forman cuando llueve en la ciudad.
Vivía con luisa, mi Casandra de don terrible, cuando soplaba el viento y se le alzaba la rizos al aire, yo sabia que era ella la que se arrastraba del cabello, pero no me inmutaba nada de ella, el café que me ofrecía cuando llegaba a casa entre el azúcar sabia a diente de ahorcado, lo se por el amargo que no podía ser de café, el amor me sabia así, a muerte violenta, a suspensión en los aires, a tan poca cosa que era para dar espanto, nada mejor sino su café para saberlo.
Sabíamos y gustábamos de no saber, el engaño solo sabe cuando conscientes en estar engañado, reíamos pero de otra cosa siempre, una vez elucidado el malentendido ya nadie ríe, porque suponíamos mucho, suponía de más.
En el agua que salpicaba al salir de la ducha la veía a ella, en los libros que no leía y dejaba en la mesa de centro, así los platos sin lavar, la ropa sucia, el gato ronroneando resultaba ser ella, ella…la huella de un pie antiguo, el eco no es la voz, a pesar de mi deseo de esencias, de voces, de los olores que cada quien lleva mas allá de si mismo como blasón, ignoto quien le porta, apenas lo atisbo cuando se insinúa aquello que soy yo al entrar a mi habitación.

Texto agregado el 15-07-2008, y leído por 85 visitantes. (0 votos)


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