No sé cuándo camino, y cuándo no. Si camino, no sé si es en casa, en la acera o en otro sitio. Si estoy de pie tampoco sé si es en casa, debajo de un árbol de la calle o ante un semáforo en rojo mientras el humo que sale por el tubo de escape de un todo-terreno me va a parar a la cara. Y así todo más o menos igual.
Antes de desconectar del todo, una ecuatoriana me cogía de la mano para llevarme a pasear. Como un perro. Sólo que yo me meaba y me cagaba encima: un señor como yo no lo hacía bajo los árboles o en la parte baja de las paredes. Si ella se detenía, a lo mejor yo me detenía, tal vez ante algún semáforo o ante un vecino que me hablaba yo no le entendía. Vete a saber si los cumplidos de los vecinos era para quedar bien como yo no me enteraba.

“Estoy harta” gritó mi mujer en una ocasión al azar y se puso a llorar. Fue lo último que le oí. Nunca supe por qué lo dijo. Podría asegurar que no lloró porque lamentase el sexo que no me había dado o el coche que no me había permitido comprar.
Ella heredó la empresa de sus padres y le pertenecía pero era obvio que le sobraba el dinero.
Antes de desconectar del todo, mi hija trabajaba muchas horas cada día en la empresa de mi mujer, eso me decían, y jamás venía a verme. Mi yerno hacía la jornada laboral en el banco y nada más. Bueno sí, iba al gimnasio y se pasaba horas en el spinning o en las máquinas de pesas con los auriculares fijados en las orejas y el tiempo que le quedaba libre lo dedicaba a pasear el perro. Esquivaba tener que visitarme.
Por lo que me había contado un amigo habría apostado cualquier cosa que era así.
El nieto, si estaba en mi casa, perdía el tiempo con la play-station o con los juegos del ordenador.
De pronto llegó la desconexión total y todo se tornó en hojas del infierno. Vivo en silencio y en flacidez pero para ellos como si no viviera, incluso mejor si muriera. De momento les jodo a ellos que juraría que tienen prisa para que amigos y conocidos desfilen ante mi cadáver y jodo a los gusanos que me esperan deseosos de probarme.
Resulta evidente que los familiares no giran a su alrededor ni les carcome la culpabilidad por ignorarme. Qué más da.