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Cuando llegué al rancherío comprobé que estaba abandonado. No había nadie allí, por lo menos desde hacía dos o tres años. Miré al horizonte y vi la polvareda que se levantaba. La tropa de la policía rural no tardaba en alcanzarme. Entonces decidí deshacerme del caballo y esconderme. Le di un rebencazo y observé el lugar. Había un aljibe.
No tenía opción. La cuerda ya estaba atada al travesaño de madera que sostenían dos pilares de hierro. Puse un pie en el brocal y comencé a descender. Sentí que me alejaba del mundo. Tuve la sensación de estar enterrándome en mi propia tumba. Dudé, lo mejor sería subir y entregarme. La roca parecía sudar, yo también estoy sudando. Miré la boca del pozo, parecía una luna en la negrura. Seguí bajando.
Cuando pisé el fondo el agua apenas me cubrió los tobillos. La oscuridad me oprimió el corazón, en el silencio era lo único que escuchaba. La falta de oxígeno me hizo sentir como un ebrio. Quedé quieto con la espalda contra la pared húmeda. No se que tiempo había transcurrido cuando empezó la sensación de que estaba siendo observado. Una locura pues nadie hubiese podido ver nada en ese pozo. Tal vez veinte metros bajo tierra, la luz se moría apenas uno entraba en el aljibe.
Algo se movió en el agua y pensé en ratas. Volvió el miedo a mi cuerpo, me di cuenta de que en ningún momento había soltado la cuerda. Ahora la tomé con las dos manos. No puedo soportarlo pero salir afuera es la cárcel otra vez. A pesar de la oscuridad cerré los ojos con fuerza hasta que escuché que algo más humano que una rata murmuraba. Entonces insistí en poder ver. Solté una mano de la cuerda y la estiré hacia la negritud. Toqué algo que se me pareció a una barba, una enorme masa de pelos embrollados.
—Bienvenido —retumbó la voz en el pozo.
—Maldita sea, qué demonios...
—No maldiga ni convoque al demonio en este lugar.
—No puede ser, qué mierda es esto.
—Aquí se está más cerca del cielo —dijo la voz. Unas manos con unas uñas que me parecieron enormes me palparon el pecho. Apresado contra la pared sentí su respiración acercándose a mi cara.
—¡En un pozo! —aquello me parecía un castigo infernal—, yo sólo intenté robar un tren y fracasé, yo no maté a nadie.
Tomé la cuerda con las dos manos. La así fuertemente y comencé a ascender lo más rápido que las paredes deformes del pozo me lo permitían. Cuando salí al mundo exterior corrí, grité y choque contra el anca de un caballo de la policía rural.
—En el pozo, hay alguien en el pozo.
—Deténganlo. Te darán diez años más de cárcel por intento de fuga, imbécil.

Texto agregado el 19-07-2008, y leído por 59 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-07-2008 Interesante el tema, aunque me parece inconcluso, al menos que el ente dentro del pozo no haya sido otro que el sentimiento de culpabilidad exaberbado por el terror. Es un agrado leerte.*****Saludos. sagitarion
20-07-2008 Buen texto, bien narrado. Me queda la duda del tipo encerrado en el pozo, siento que la historia continua. Un saludo. Azel
 
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