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La mañana del día de hoy había sido una tan ordinaria como cualquiera de este año, al abrir sus ojos lo primero que hizo fue respirar su nombre, se percataba que había estado soñando con ella, la primera idea que asistió a su mente fue el color de sus ojos, las cejas mal depiladas y prominentes que le hacían pensar que era una mujer con vello abundante, ensimismado estaba cuando dirigió la vista al reloj corriente de pared que colgaba frente a su colchón. Chingada madre pensó, tarde de nuevo, se levantó tan veloz como pudo, se metió al baño, valiéndole un comino que el agua estuviera helada vislumbrándolo como un remedio casero para apagar la llama de aquel deseo constreñido. Olvidó el rastrillo, el baño fue rápido pero efectivo para mitigar el pensamiento libidinal hacia aquella mujer codiciada.

Su caminar apresurado, a través de la ya transitada ciudad, lo llevaban a estados hipnóticos insospechados, su mente se revolvía en un caleidoscopio de voluptuosidad con esa mujer morena, que había provocado en él una erección permanente desde la mañana, logró subir a un microbús en el cual la música popular musitaba en sus oídos, en estado enajenado, nada parecía inquietarle.

Al llegar a su trabajo, indagó en su sistema límbico por el cajón con pretextos de abordaje femenino, para buscar un libreto de acción por la mencionada dama, tan disperso estaba que apenas escuchó su saludo. Al verla su piel facial totalmente se ruborizó, apenas pudo exclamar en una mueca absurda un “hola” desmotivado. Los gestos y las miradas de aquella mujer fueron interpretados como una proyección cinematográfica de seducción absoluta, pero lo único que pudo hacer fue devolver la mirada, dejándola clavada en aquellos ojos brillantes y boca rosada.

Entre tanto se sentaban frente a frente no pudo disimular su mirada penetrante de lujuria dirigida hacia sus senos bien formados, bajó la mirada con timidez fingida, retornando a su vigilancia espía, esta vez desde su calzado de tacón alto, viendo sus delgadas piernas y aquel espacio formado entre ellas. El flirteo se tornó mutuo cuando la mujer juntaba o cruzaba las piernas con movimientos felinos de ritual erótico, la ráfaga de pensamientos concupiscentes lo acribillaban, la ansiedad flotaba en sus razonamientos. De pronto la sonrisa de la mujer iluminó su rostro, pensó por un momento decirle un piropo pero no encontró ninguno que no sonara repetido o estúpido. La mujer salió, él no logró expresarle nada, absorto en su reflexión estuvo, mientras su mente maquinaba una nueva estrategia para saciarse de aquella sensualidad enteramente femenina.

Texto agregado el 23-09-2008, y leído por 71 visitantes. (0 votos)


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