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El viento gélido de la madrugada, consiguió quebrantar entre las cobijas y sábanas el último sueño REM que le quedaba, todavía podía sentirse en aquella ciudad paraíso soñada, que era de una mezcla de ciudades de antiguas civilizaciones y la más excelsa arquitectura gótica, esbozó una sonrisa placentera.

Sin embargo en ese instante se olvidó de aquel sueño para recordar lo ocurrido en la tarde pasada, aun estaba envuelto en el aroma de aquella sensualidad femenina, en su imaginación sólo conseguía recordar aquel rostro de facciones costeñas, evocó aquel momento en que se encontraba recorriendo con sus manos ese desierto de arena morena, cálida, aterciopelada, al tiempo que trazaba mapas en un sinnúmero de nevos sin dejar un solo rincón sin acariciar, poco a poco iba descubriendo esos pechos, tan apetecibles como aquellos labios rojos escrupulosos, mientras su voz rasgada y agitada, resonaba como el bramido de las olas que avanzan inquietas y traviesas. Invocó una melodía ante el ritmo de sus caderas, deseaba nuevamente perderse en ella.

Un grito de su madre acabó con aquellos recuerdos lujuriosos. “Ándale mijo que vas a perder el camión”, la voz provenía de Doña Dochita una señora de 80 años quien pese a su artritis aún podía andar como cincuentona. “Ya ves que luego si no ve gente no se para, pa que llegues a tiempo a México”. En aquel pueblo “cuiniquero” no existía una terminal, solo pasaban los camiones y hacía una parada en el tope de la esquina de Don Efrén.

Eliso y dos de sus primas iban de regreso a la Cd. de México de vuelta a la facultad. Chayito de 21 años, estudiante de psicología, y Karla de 19, quien estudiaba biología marina. Eliso era estudiante de administración de empresas turísticas.

Cuando llegaron al punto de reunión frente a la casa de “Don Efre”, eran pasadas las 12 de la noche, el autobús pasaba unos treinta minutos después de esta hora. Estaban reunidos los tres primos en cuestión, acompañados de la Tía Lupe, una mujer de más de 50 años, muy jovial y parrandera, que no se perdía baile en el pueblo por arrabalero que estuviera. El tío Gil esposo de Lupe, un hombre de mayor edad, alto y fornido, dedicado al campo desde su infancia. Además de ellos iban dos hermanos de Karla, Mary de 15 años, quien ya dejaba ver un cuerpo bien formado como era habitual en aquella región calentana, y Octavio de 13 años, un puberto malcriado y puñetero, quien gustaba de espiar a las mujeres de la casa mientras se bañaban.

Habían trascurrido unos minutos cuando el Octavio divisó en la contraesquina semioscura a una pequeña niña de unos 4 años, que vestía un camisón claro, con el pelo suelto largo hasta la cintura, a esta criatura parecía no importarle lo tarde que era, parecía estar jugando y divertida por las risas que emitía.

La tía Lupe al verla inmediatamente dijo que era algo malo, que se trataba de un espanto, por lo cual empezó a rezar un rosario. Chayito dijo que se trataba de una niña sonámbula y que fueran a despertarla, pero la tía Lupe no hizo caso y le dijo “no guacha eso es algo del diablo en esa casa no vive nadie”, el miedo se hizo contagioso, el Octavio se escondió en las faldas de su madre, y empezó a repetir las palabras del rezo, el resto guardaba silencio y la ansiedad hacía que se incrementaran las palpitaciones, los pensamientos se transmitían en una angustia masiva de lo más aterrorizante, la única que seguía insistiendo en despertarla era Chayito.

La extraña niña seguía jugando y riéndose como si nada hubiera pasado, lo que sorprendió a todos fue que de pronto apareció otra niña esta más pequeña y se unió al juego de la otra, vestía un camisón similar pero oscuro. El árbol de la esquina en donde estaban empezó a agitarse y desde la copa del mismo, se podía observar una sombra muy rara esta comenzó a bajar y ya luego se podía divisar mucho mejor, era una especie de bestia con forma de hombre, todos los que se encontraban allí entraron en pánico, no sabían que hacer, si correr, si gritar o solamente quedarse quietos como estatuas; unos entraron en trance, el Octavio se mió, otros simplemente comenzaron a arrojarle piedras, lástima que ninguna le hacía daño. La bestia seguía caminando en dirección hacia ellos, todos estaban paralizados, sus cuerpos temblaban, sus manos estaban sudorosas, Eliso pensó que eso era el verdadero miedo, la bestia cada vez se acercaba más y más, cuando ya estaba frente a ellos, soltó una carcajada horrenda, que dejó en sus oídos un pequeño zumbido, sus cuerpos no recobraban el movimiento, estaban estáticos, intentaban gritar, querían por fin librarse del terror que los embargaba pero no podían. Todo el grupo miraba a la bestia, la tía Lupe dejó de rezar, la extraña sombra se volvió hacia ellos y los arrojó lejos. Unos empezaron a chillar, los minutos se hacían una eternidad. De pronto se hizo un silencio sepulcral, las gotas de una ligera llovizna lo extinguieron. Las dos niñas se tomaron de las manos y comenzaron a caminar hasta perderse en la oscuridad de la calle.

Al recobrarse del espanto, la estudiante de psicología vociferó “ya ves tía eran sonámbulas mañana preguntan de quien son esas niñas”. “Tas loca guacha que voy a estar preguntando, eso fue cosa del diablo” respondió la tía Lupe.

El autobús pasó y los que se iban se fueron. Al día siguiente el tío Gil acudió muy temprano al sitio donde había visto a aquellas dos niñas, nadie supo nada, lo tomaron de loco, cuando regresó a su casa y le platicó a su mujer lo ocurrido, esta solo dijo ya ves te lo dije.

Texto agregado el 23-09-2008, y leído por 57 visitantes. (0 votos)


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